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 domingo, 26 de septiembre de 2004

Apropiaciones subjetivas de la cultura
Ningún discurso está huérfano del sujeto de producción ni de sus intereses particulares, pregona el experto en medios colombiano Jesús Martín Barbero

Hernán Lascano / La Capital

Durante el fervor de los 70, cuando América Latina bullía en batallas entre defensores de un mundo establecido y partidarios de uno nuevo, proliferaban estudios sobre los contenidos de los medios de comunicación. Una frondosa elaboración teórica desmenuzaba y advertía sobre las claves ideológicas de los mensajes, la transparencia ilusoria de los lenguajes, la capacidad de la industria de la cultura para orientar la opinión y ajustarla, casi siempre, en el sentido de afianzar el orden económico vigente.

La prensa comercial, el cine, la industria editorial, la televisión, la publicidad, las historietas. Muchos de aquellos estudios valiosos enfocaban los mensajes de todo ese complejo cultural realzando las manipulaciones sutiles y enmascaradas en sus modos de contar. Todo ello presumía un público tan atento a esos relatos como casi indefenso, permeable y poco reactivo a sus efectos.

Jesús Martín Barbero sospechó primero y probó después que los contenidos de los diarios, de la radio o de los libros no moldean como cera caliente las ideas, los gustos o la sensibilidad de las personas. Este investigador y docente colombiano fue quien más claramente planteó que la gente hace algo con los mensajes. Que no los absorbe sino que negocia con ellos, estableciendo relaciones de complicidad o desconfianza, de seducción o rechazo. En otras palabras, lo que dijo este profesor de la Universidad del Valle, en Cali, es que el mensaje no hace lo que quiere con el que lo recibe.

La forma de contar y leer las historias tiene que ver para Barbero con la identidad de quienes las emiten y quienes las escuchan. Las formas de apropiación de un mensaje varían según la pertenencia a una nación, a una clase, al centro o al barrio, a un grupo étnico, a la elección sexual, a una religión, al género. Todas estas condiciones subjetivas se mezclan y desde allí uno elige o rechaza: qué película ver, que ropa jamás usar, qué música bailar.

Barbero, que recibió durante su estadía en la ciudad hace una semana el doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de Rosario, suele decir que contar una historia es también, para el que lo hace, una forma de ser tenido en cuenta. Si notara en Argentina el impacto comercial del grupo Damas Gratis, por ejemplo, no pensaría que el mundo colapsa por el éxito de la cumbia villera. A los que se horrorizaran con canciones que hablan de la vida tumbera, o de estimularse para estar "pila pila", les aconsejaría, más que atender qué dicen esas letras, preguntarse por qué funcionan en quien las escucha. Los invitaría a descubrir que esa franja de público reconoce en esas letras, en ese consumo cultural, las cosas que pasan en su vida.

Pero la mayoría de los intelectuales en América Latina sigue pensando que los gustos populares, textual de Barbero, son una mierda. Apuntando que lo que no es el gusto de la burguesía no es gusto. Un hábito, dice, también muy propio de gente de izquierda. El acontecimiento cultural para la mayoría de los colombianos es el concurso de belleza de Cartagena. Y los intelectuales, rezonga el profesor, en lugar de preguntarse qué significa eso, de dónde viene, con qué tiene que ver aúllan espantados ante tanta exhibición de incultura. En ese sentido, Barbero ve el escándalo en la debilidad de los intelectuales para dejarse desestabilizar y ser incapaces de salir de sus castillos desde donde señalan cuál es el cine que tiene que gustar o cuál es la música que hay que oír.

Para Barbero, los contenidos de la cultura de masas sólo cobran sentido estudiando a los sujetos que la producen: sus rutinas, sus ritos, sus jergas. Derivando la mirada a las complejas sociedades latinoamericanas concluyó que la densidad cultural tenía que ver con una continua mezcla de movimientos entre indígenas, criollos y europeos, entre lo rural y lo urbano, entre saber académico y popular. Es casi imposible dar cuenta de la producción y de los consumos culturales, sin aludir a esos mestizajes y a esa confusión de límites.

Tolerar la diferencia sigue siendo un desafío para las culturas y para la retórica de los medios. Barbero está interesado en la revalorización de la alteridad. Cuando el otro no me interpela, afirma, me parece interesante que sea distinto. El asunto es cuando el otro me interpela: el otro que me tiene que interesar es el que me para la digestión con sus demandas. El que me desestabiliza.

A propósito del otro y de la tolerancia, La Capital aludió a los piqueteros: a cómo la prensa, al abordar el conflicto social, hace sus elecciones. Barbero nota en el tema una manipulación ideológica tremenda. Pero delimita problemas: si la ciudad no funciona por los cortes de tránsito, la batalla política de este nuevo sujeto social queda opacada por la sensación de inseguridad que recibe una golpeada clase media, que junta cosas: los miedos físicos del ladronzuelo que arrebata la cartera, con la irrupción en la calle de los piqueteros, con el terror de su propia desestabilización. Hay verdad en el sentir de la gente sobre la seguridad urbana, dice, si la ciudad no funciona porque hay cortes de calle. Pero ese miedo es reciclado por un discurso de prensa casi monolítico, que hace olvidar las causas socioeconómicas que hicieron surgir a los piqueteros. A la gente se le va haciendo perder el sentido de lo diferente. Y hay que reinventar el modo de convivir.

El profesor remarca que nunca la industria cultural hace algo sin que conecte con algo que pase en la realidad. Pero nunca lo vuelve discurso sin que medien los intereses de los grupos que construyen ese discurso. Dice Barbero que esta es, precisamente, la materia de la que lleva escribiendo 40 años.

La nota termina y Barbero señala que la entrevista es un trabajo de construcción del periodista. Y advierte que volverá de donde sea para ajustar cuentas si se citan sus comentarios con comillas. Servido Profesor.

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Barbero propone explorar antes que escandalizarse por los mensajes.

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