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 domingo, 19 de febrero de 2006  
candi
Charlas en el Café del Bajo
-Se preparaba para participar en un acto en defensa de los derechos de los trabajadores de la sanidad y sin saber por qué de pronto se encontró ensimismado y recordando, palabra por palabra, aquel memorable discurso. Los trabajadores y la gente en general pugnaba por saludarlo, así que salió a la ventana del motel Lorraine para saludar. Sin embargo, sus reacciones eran casi automáticas. Saludaba, sí, pero su mente estaba orando. Claro, oraba, porque aquella montaña de letras que recordaba no era sino una bella oración: "Hoy tengo un sueño. Sueño que algún día los valles serán cumbres y las colinas y montañas serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y los torcidos serán enderezados. Y la gloria de Dios será revelada y se unirá todo el género humano. Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al sur. Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos trasformar el sonido discordante de nuestra nación en una hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día seremos libres".

-Emocionantes palabras de Martin Luther King. ¿Pero usted está relatando lo que pasó efectivamente aquel trágico día cuando...

-No, es sólo mi imaginación. Imaginé de pronto lo que el pensó cuando miraba a la gente desde el ventanal del motel y sonreía saludando. Miraba, pero no veía, porque los ojos de su espíritu -quién sabe por qué no tuvo tiempo para reflexionarlo y determinarlo- estaban en aquella multitud, en aquellas palabras que había pronunciado en el Lincoln Memorial: "No estamos satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que la justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa corriente".

-¡Qué palabras! ¡Cómo retumbó el eco en Atlanta y en todo el mundo!

-No, no pudo comprender -porque su espíritu dominaba su pensamiento- por qué motivos recordaba en ese instante ese discurso que sentía como un rezo. Tal vez si hubiera sospechado que era algo así como una premonición hubiera levantado la vista. Tal vez (apenas tal vez) hubiera entonces observado el odio de acero, cruel, impiadoso y vengativo que le apuntaba para exterminarlo. Pero acaso lo intuyó, lo sospechó y dejó que las cosas sucedieran como debían suceder. Al fin y al cabo él, que era un creyente, ¿no debía aceptar la voluntad de Dios? Si, es posible que el recuerdo de ese discurso fuera un rezo y una despedida. Y después de todo... ¿acaso la barbarie humillante podría aniquilarlo?

-No interrumpiré su narración.

-Por unos instantes sintió un frío que atravesó todo su cuerpo, pero recordó que alguna vez su padre le había dicho: "Si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros?". Así que el frío, el tétrico aviso, la infame tentación de irse del balcón, de huir del destino o el hado que lo buscaba, pasó de inmediato. Y otra vez pensó: "¡Yo tengo un sueño. Tengo el sueño de que mis cuatro hijos vivan en una nación en donde no serán juzgados por el color de la piel sino por la conducta de su carácter". En ese mismo instante pensó en tantos padres y tantos hijos que son juzgados, sometidos, humillados asesinados o heridos espiritualmente en todas partes del mundo no sólo por el color de la piel sino por su creencia, por su condición social, por su inteligencia o capacidad física. Hijos y padres que son condenados a no tener trabajo, ni pan, ni ropa, ni cobijo. El mal ya no pudo soportar más que pensara tantas cosas. El odio de acero sonó como un trueno y de su boca maldita salió fuego y plomo. El cayó, y el mal de aquellos días y de todos los días creyó que lo había acallado para siempre. Pero el idiota monstruo jamás pudo comprender que a los espíritus elegidos no puede acallárselos y sus palabras retumbaron en todo el mundo: "Con esta fe seremos capaces de moldear las montañas de la desesperación y convertirlas en una roca de esperanza". Mientras caía y a punto de morir, una sonrisa muy sutil que nadie percibió de trás de su dolor se elevó al cielo: había cumplido la misión y el sueño, a partir de ese instante, comenzó a convertirse en realidad.

Candi II

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