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 domingo, 05 de febrero de 2006  
Tema de la semana
La educación argentina no tiene destino por este camino

Confucio, el pensador que ha guiado por siglos a los chinos, decía: “Si tu objetivo es progresar un año, siembra trigo. Si tu objetivo es progresar diez años, siembra árboles. Si tu objetivo es progresar cien años, educa a tus hijos”.

   La cita es recogida por el periodista argentino residente en Miami Andrés Oppenheimer en su último libro, “Cuentos chinos”, en el cual hace un elogio de la educación del país de Confucio, que en medio de un duro y rígido régimen comunista ha mejorado en calidad educativa a la vez que la economía del país crece y crece sobre la base de principios liberales que son utilizados con pragmatismo. A la vez que han conseguido a través del libre mercado sacar a 250 millones de personas de la pobreza, han logrado desarrollar un sistema educativo que va ganando en nivel, al punto de que sus universidades comienzan a estar en el concierto de las mejores del planeta. Oppenheimer, enamorado de la “revolución” económica neoliberal que está teniendo éxito en varias naciones del planeta (Chile, Irlanda, Polonia, República Checa, China, entre otras), destaca que en el país oriental la educación universitaria es paga, a pesar del régimen comunista y que la cuota que se debe afrontar en las casas de altos estudios es cada vez más cara y ayuda a sostener un porcentaje más importante del sistema. Las condiciones de ingreso son muy estrictas y las exigencias, una vez que se está adentro, son extremas. El pagar la cuota no exime a nadie del esfuerzo.

   Por desgracia, el ensayista al desarrollar el caso irlandés en su libro omite adentrarse en la educación, pues, según lo explicado por quien fuera hasta hace poco embajador irlandés en Buenos Aires, Kenneth Thompson, el fenómeno de desarrollo de su país se basó en un sistema educativo que pasó de ser pago a gratuito. Incluso los institutos privados son subvencionados estatalmente, pero se les exige lo que se pretende de ellos. Según explicó el diplomático: “Hay una autoridad del Estado que supervisa los contenidos y controla los niveles de los exámenes y el rendimiento de los estudiantes. Para ingresar al nivel terciario es necesario tener completo el bachillerato y reunir un puntaje mínimo en un examen de salida de la educación secundaria. En los años 60, el gobierno estableció que toda la población tiene el derecho a la educación gratuita en los colegios secundarios. Años más tarde, en 1995, se abolieron los aranceles para el nivel terciario. Ello duplicó el número de estudiantes universitarios”.

   En síntesis, el régimen comunista en lo político chino arancela la enseñanza y el liberal irlandés la hace gratis. Esto muestra que las dicotomías ideológicas que se nos plantean en la Argentina habitualmente son falsas, cuando se pretende que el problema educativo es si se paga o no. Irlanda hizo gratuita su educación cuando la pudo sostener el Estado que gracias a la economía estaba floreciente y China la aranceló porque el Estado, a pesar de ser comunista, tiene distintas prioridades que atender y no le alcanza para todo. La Argentina se parece hoy en día más a este segundo caso. Sin embargo, el punto en común entre estos países tan distintos en todo sentido es que tanto en el oriental como en el europeo hay un fuerte control estatal del sistema educativo, con altos rangos de exigencia no sólo para los estudiantes sino para las instituciones que deben dar pruebas de calidad y por lo tanto exigen a sus profesores. La educación no es un sistema, como el universitario argentino, clausurado hacia adentro, donde nadie puede opinar si las cosas van mal.

   En nuestro país reunimos el peor cóctel universitario. Ingreso irrestricto, gratuidad y escasa exigencia, lo cual condena a una baja calidad educativa a un sistema donde no hay rigor ni para alumnos ni para las instituciones. En cuanto a los niveles primario y secundario, el talón de Aquiles —reivindicando la gratuidad y la obligatoriedad de esa educación— está en el escaso rango de exigencia que hoy impera en nuestros establecimientos educacionales. La prueba de fuego de lo que aquí se dice es el fracaso de los privilegiados que tienen la posibilidad de llegar al nivel terciario, que en demasiados casos no saben leer y escribir con corrección.

   Las tres condiciones universitarias apuntadas juntas pueden hacer afirmar que la educación superior argentina no tiene ninguna posibilidad de mejorar, pues cualquier política que se adopte naufragará jaqueada por esas sinrazones. Lo mismo se puede decir de los otros niveles educativos en la medida en que no se adopte un sistema de exigencias muy estricto, que se mida con la prueba de fuego de que los alumnos puedan demostrar si saben o no lo que se supone que aprendieron en una evaluación externa a quien enseña.
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