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 domingo, 05 de febrero de 2006  
La historia de la mujer que se convirtió en referente de las huertas comunitarias
Tomasa: del monte chaqueño a Holanda
Vino huyendo de la explotación. Aquí enseñó lo que sabía y hasta representó en Europa 7 mil huerteros

Claudio González / La Capital

Tomasa Ramos tiene 41 años y hace más de 15 llegó a Rosario desde el monte chaqueño buscando una vida mejor. Marcada por el sacrificio, a pesar de su edad, hoy se la reconoce como una de las huerteras más viejas y respetadas del Programa de Agricultura Urbana que lleva adelante el municipio. Supo del sacrificio de talar árboles de sol a sol en la espesura del bosque chaqueño para mantener a sus nueve hermanos. Aquí, se instaló en Empalme Graneros, donde impulsó la construcción de un comedor y un centro de salud. Con la misma alegría de siempre hoy se la puede ver recorriendo las parcelas comunitarias de la ciudad, metiendo mano en la tierra para cultivar hortalizas y promover la actividad junto a otros emprendedores, a los que ofreció sus saberes y ahora considera como su "gran familia". Tampoco imaginó al salir de su Chaco natal que el destino la depositaría en Holanda para representar a los 7 mil huerteros de la ciudad durante una jornadas de intercambio y capacitación (ver recuadro).

Para esta mujer, de hablar pausado y temple pueblerino, la vida no fue fácil. Su padre sufrió un accidente y ya no pudo ser más el sostén de la familia. Como ella era la mayor de nueve hermanos, desde los 12 años tuvo que salir a talar árboles en el Quemado Grande, un paraje al límite con el Impenetrable. "Mis hermanitos cosechaban algodón y yo hacía el trabajo más pesado", dice rememorando su niñez con orgullo, a pesar de estar marcada por la necesidad y la urgencia "de llevar algo de comida a casa".

Así transcurrió su vida hasta que a los 19 años conoció al padre de sus primeros dos hijos Oscar y Catalino, que hoy ya tienen 21 y 20 años. "Con él las cosas no funcionaron bien, charlamos y nos separamos de común acuerdo", cuenta. Al poco tiempo decidió unir su vida a la de Fernando, a quien conocía "desde niño". Como tantas otras familias explotadas de la región, trabajaron juntos por unos pocos centavos en el obraje de Quemado Grande hachando el quebracho colorado. Pero el destino le jugó otra fea. Su compañero quiso dar vuelta un rollizo (palo), y le cayó en la espalda. "Se lastimó mal las vértebras y no pudo trabajar más. Me daba pena verlo gatear como un bebé, se deprimió, y cuando yo llegaba de trabajar llorábamos todos angustiados junto a mis hijos", recuerda.

Si bien en esa zona rural no había agua ni luz, vivían dignamente. Se las ingeniaban para iluminarse "con velas y sacar agua de pozo. Cocinábamos con fuego a leña guisos, sopas, batatas fritas, de vez en cuando salíamos a cazar guasunchos o tatús", rememora la campesina, que nació al mediodía de un 21 de septiembre en la orilla de un camino rural.


En busca de nuevos caminos
Cansada de la explotación y sufriendo la incapacidad física de su compañero, Tomasa armó el bolso y la familia dejó el Quemado Grande en 1990 con un destino incierto. "Tomamos el tren y yo creía que llegaría a Castelli (Chaco), pero nunca imaginé que mi destino final sería una gran ciudad como Rosario", confiesa.

Aquí la aguardaba otra realidad que nunca imaginó. Con un espíritu solidario natural y la sabiduría que le dieron los años de sacrificio, trasladó sus conocimientos en pleno Empalme Graneros, donde un tío le dio refugio. Por ese entonces esperaba a Andrea, su hija, que hoy tiene 16 años.

Rápidamente los vecinos se enteraron de sus destrezas y la convocaron. A la sombra de un árbol (no existía el centro comunitario) ayudó con la copa de leche para los niños y adultos necesitados. Amasó tortas y preparó comida. Tomó la pala y el hacha, y volvió a trozar la leña, pero esta vez para servir a los demás. "Lloraba de vergüenza porque pensaba que todo el mundo me miraba. Yo no entendía cómo nadie sabía hacer algo tan básico como amasar, planchar o coser ropa, me parecía todo muy extraño, pero después entendí que la gente lo necesitaba", dice.

Tomasa no tardó en convertirse en una referente de la zona y motivó a sus vecinos para mejorar la calidad de vida en Empalme. Al mismo tiempo fue cultivando papas, cebollas, lechuga y acelga en una pequeña huerta particular

Con 26 años, la mujer ya comenzaba a trazar otro destino. Nunca imaginó que la parcela de hortalizas que inició con renovadas esperanzas en su casa fuera una de las primeras experiencias del por aquel entonces incipiente Departamento Huertas de la Municipalidad. "A principios de 1991 pasaron una chicas sacando fotos y preguntando de quién era ese espacio cultivado. Yo me asusté porque pensé cualquier cosa, pero estaban haciendo un relevamiento. Me ofrecieron semillas para sembrar, y yo les respondí que no tenía plata para pagarlas. «No señora, se las regalamos para que agrande sus cultivos», me respondieron. Y se fueron dejando la promesa de volver.

A la semana siguiente Tomasa recibió la visita prometida. "Llegaron siete personas encabezadas por el señor Latucca (Antonio,, coordinador del departamento Huertas), y no sé por qué me puse a llorar. Me pidieron que me tranquilizara, y me explicaron de qué se trataba la visita y cuáles eran los proyectos.

El centro Comunitario 17 de Agosto (en honor al gran esfuerzo que hizo San Martín, dice Tomasa) de Olavarría y Olivé, y el centro de salud Juana Azurduy (Olavarría y Génova), se hicieron realidad en gran medida por el aporte de esta chaqueña que hoy sigue viviendo en Empalme Graneros. Pasaron muchos años y Tomasa sigue labrando la tierra con la ayuda de su pareja y sus cuatro hijos. Predica valores tan básicos como la humildad y la solidaridad. "Yo nunca creí que alguien me iba a dar la posibilidad de mostrarle lo que yo sabía. Soy una persona muy agradecida. Nunca quise estar adelante de nadie, sino a la par. Por eso sigo trabajando en las huertas y junto a los nuevos emprendedores", remata.
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Tomasa no para de cultivar la tierra en Empalme Graneros.

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