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 domingo, 08 de octubre de 2006  
candi
Charlas en el Café del Bajo
-Ayer se celebró la festividad de Nuestra Señora del Rosario y me parece justo y oportuno hablar de María. Hablar de esta mujer desde un punto de vista estrictamente humano e histórico, no porque aquí procuremos soslayar o cuestionar el dogma de fe del catolicismo en cuanto a su vínculo con la divinidad y su maternidad, sino porque creo yo que es a partir de su estricta humanidad desde donde se comienza a apreciar su sublimidad espiritual.

-María era hija de Joaquín, un hombre piadoso, respetuoso de la ley mosaica y justo. Tan justo que se dice de él que era un hombre de buen pasar económico y que donaba exactamente la mitad de sus ingresos o aún más para obras de caridad. María, hija de Ana, una judía piadosa que prometió a Dios que si tenía un hijo lo entregaría al templo para que su vida la consagrara a Dios. Tanto Ana como Joaquín eran ya adultos mayores y pesaba sobre ellos el hecho de que no tuvieran descendencia. El ruego a Dios de Joaquín en el desierto, mientras realizó un estricto ayuno, es una plegaria muy conmovedora.

-De tales padres y entregada la niña al templo y a los sacerdotes cuando tenía tres años y una propia esencia virtuosa, María a los quince años no podía ser menos que un espíritu elevadísimo, elegido para una misión dura, muy dura, excesivamente dolorosa, pero trascendente para buena parte de la humanidad. En nuestra opinión, esta mujer es paradigma de entrega. María tenía tres años cuando sus padres la llevaron al templo y según algunas escrituras entonces "ya tenía conciencia de sí misma", es decir podía comprender, razonar y ser lo que hoy llamaríamos un niño con inteligencia muy precoz. Por eso es aceptable lo que sostienen las mismas escrituras sobre su aflicción cuando mueren sus padres teniendo ella apenas cuatro años.

-Pese a su fortaleza espiritual, su inteligencia y su designio, ¿no habría sentido la soledad del huérfano y de la vida en niñez retirada?

-Yo creo que sí y creo que esta es la primera soledad de María. Luego vendría la segunda, cuando ella y José entregan a Jesús para su formación religiosa. Nadie sabe exactamente como fue la vida de Jesús a partir de su "Bar Mitvá", es decir la ceremonia judía en la que el chico se hace un mayor y la que María habría hecho respetar como respetó la ceremonia de la circuncisión y de la ofrenda del primogénito a Dios. Tengo para mí (y esto lo comparto de muchos autores) que Jesús partió al desierto donde vivían los sabios, ascetas y grandes maestros judíos de la ley mosaica, los Esenios, y que allí permaneció muchos años formandose intelectual y espiritualmente. Esta es la segunda soledad de María: el alejamiento de su hijo.

-La tercera y más tremenda es por todos conocida.

-Sí, no hace faltan palabras. Es probable que María tuviera alrededor de cuarenta y ocho años en el momento de la flagelación y crucifixión de su hijo a mano de los romanos. Esta es la tercera, definitiva y trascendente soledad de María convertida en sublime entrega por ella misma. Uno de los mensajes más excelso de esta madre, y que siempre recuerdo, es el Magnificat, esa oración que hace cuando visita a su prima Isabel. Las dos mujeres estaban embarazadas, ella de Jesús, Isabel de Juan, El Bautista. Dice entonces María: "Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. El hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos despide vacíos. Auxilia a Israel su siervo, acordándose de su santa alianza según lo había prometido a nuestros padres en favor de Abraham y su descendencia por siempre".

-Cuántos mensajes en pocas palabras!

-Como lo hemos dicho alguna vez aquí, y de acuerdo con los estudios de médicos y científicos, la crucifixión, conforme la técnica romana, es el más terrible de los tormentos. No es posible imaginar tanto dolor en el hijo y en la madre por horas. Horas que fueron una eternidad y un incomparable sufrimiento por amor.

Candi II

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