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 domingo, 19 de febrero de 2006  
Tras las huellas de nuevas miradas
El valor del libro de Sontag es analizado por Juan Travnik, fotógrafo y director de la fotogalería del Teatro General San Martín

Lisy Smiles / La Capital

Juan Travnik (1950) es fotógrafo. Y recuerda con placer cuando "Sobre la fotografía" le abrió nuevas miradas sobre el mundo de las imágenes, esas que él persigue y a las que detecta como huellas.

Travnik dirige actualmente la fotogalería del Teatro San Martín (Buenos Aires), ha tenido a su cargo la curadoría de numerosas muestras, entre ellas la de Annemarie Heinrich que pudo apreciarse en Rosario el año pasado. Sus obras integran colecciones en el país y en el extranjero, publicó numerosos libros. Es invitado a dictar conferencias y seminarios tanto en Argentina como en otros países

Sontag y su ensayo llegaron a Travnik en el momento justo. Tuvo la oportunidad de leerlo casi en coincidencia con un viaje a Estados Unidos, donde accedió a gran parte del reservorio fotográfico de ese país, y que la autora justamente analiza en "Sobre la fotografía". A la vez, su lectura también se cruzó en su vida mientras atravesaba nada menos que un cambio de mirada en su obra.

Para él, la vigencia de este libro sigue intacta, con la virtud de que para algunos será una tentadora relectura. "Es una escritora brillante, que realizó un análisis de las imágenes, en particular de la fotografía, muy amplio, muy lúcido", comenta en diálogo con Señales.

-Algunas apreciaciones que ella realiza en este libro implican críticas muy duras a los fotógrafos. ¿Recuerda que eso produjera molestias?

-Si, claro. Yo creo que cuando se lo lee por primera vez puede producir cierto enojo, pero releyéndolo se descubre la pasión y la rigurosidad de Sontag por la fotografía, esa cuestión entusiasta que ella tenía hacia la fotografía hizo que la ubicara por encima de las artes plásticas. Quizá una prueba del interés que ella despertó fue cuando dio una conferencia en una de las ediciones de la Feria del Libro en Buenos Aires (1985), invitada por Sara Facio, el salón estuvo desbordado de gente. Realmente fue impresionante y recuerdo que pensé "menos mal que pude estar acá".

-¿Usted cree, como dice Sontag, que la fotografía es un instrumento de poder?

-Yo creo que una fotografía se puede interpretar o leer de muy distintas maneras. Pero a la vez hay algo muy simple y elemental como se vio en el caso de Cabezas. Creo que indudablemente las imágenes fotográficas tienen un determinado poder. Ella en el capítulo "En la caverna de Platón" lo plantea cuando señala que la gente ve el mundo a través de las imágenes. Es el mismo poder que en el noticiero se observa cuando dicen: "Bueno, y ahora: el mundo". Y luego muestran en breve tiempo lo que pasa en el mundo. Ese recorte que se hace le da a ese noticiero que vos estás viendo una cuota de poder importante, y en realidad ese mundo que muestran es el recorte que ellos quieren mostrar. Por eso ella advierte sobre la credibilidad que otorga la imagen fotográfica.

-¿Cuando hizo retratos sintió alguna vez esa sensación que plantea Sontag de poseer el objeto fotografiado?

-La fotografía sólo se ocupa de lo visible, es el registro de la huella. Si quiero fotografiar un sueño, lo debo construir para después fotografiarlo. La fotografía se ocupa entonces de las apariencias. En el caso del retrato esto no es poca cosa. Ante la imposibilidad de registrar en una imagen la esencia, el alma del retratado, por la gran cantidad de facetas que tiene cada personalidad, imposibles de condensar en una imagen, sólo nos queda registrar un aspecto del otro desde nuestra propia subjetividad. El retrato es, entonces, el recorte de un aspecto del otro, hecho por el retratista. Todos construimos una imagen para ser vistos por el otro. Uno "es" según lo ve el otro. Desde allí cobra importancia la apariencia que uno quiere dar de sí. Es allí donde uno volcará su inconsciente. Sus deseos de "como quiere ser visto", claro que todo esto es un mecanismo muchas veces poco "consciente". Trabajar sobre esta máscara, registrándola o buscando quebrarla, es lo que, creo, hace el retratista. Desde ya que habrá artistas capaces de lograr conmovernos con el brillo de una mirada o el registro de una expresión muy sutil pero reveladora, pero en definitiva, por ser una interpretación subjetiva de un aspecto del otro, los retratos son ficciones.

-¿Aún está vigente eso de que todo existe para terminar en una fotografía?

-Bueno fijate que la gente viaja para tener fotos de los sitios que desea, se casa para tener las fotos del casamiento. Desde ese lugar, sí. Pero desde una visión mucho más profunda la cuestión entra en el campo moral. Incluso Sontag escribió después de este libro un artículo donde daba cuenta cómo un torturador con una tecnología muy accesible, un teléfono celular, registraba su tarea. Y no tomaba las imágenes como un registro prontuarial sino para exhibirlas en su entorno social, como un recuerdo para su familia. Esto marca un quiebre muy fuerte, marca el costado más terrible, está mostrando una sociedad muy enferma, una sociedad que da origen a personas que de algún modo creen que pueden tener un dominio sobre las otras donde no les importa nada degradarlas y encima exhibir eso como un recuerdo.

- Sontag también planteaba que hay fotos que en determinado momento provocan pero luego, en otro, anestesian.

-Es que estos casos de alguna manera marcan el límite o no de lo que es aceptado por la sociedad y son límites que se van corriendo, que se van desplazando, no siempre en el mismo sentido. Lo que hoy es obsceno, mañana puede no serlo para una misma sociedad, hay repliegues, idas y vueltas.

-Y ella diría que estas imágenes deben tomarse en el contexto de una ideología

-Si claro, yo creo que no hay imagen sin ideología. La manipulación de la imagen nunca es ingenua. Puede haber fotógrafos que no tengan una ideología, entendida como estructura de pensamiento. Pero entonces esa foto queda a merced de quien sí la tiene.
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