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 domingo, 19 de febrero de 2006  
EDITORIAL
La horizontalidad de la cultura

Muchas veces, desde las aristocracias económicas se ha intentado imponer un criterio de cultura en el cual las jerarquías resultan tan rígidas como excluyentes. Y así, desde el más absoluto desprecio por el arte nacional hasta la noción de que sólo lo "elevado" es valioso, pasando por otras múltiples categorías de la gazmoñería y la soberbia, en numerosas ocasiones se dejó de lado o se subestimó a los fenómenos más notables, que casi siempre están vinculados con lo que producen las mayorías. Por fortuna, Rosario parece haber aprendido la lección y el descubrimiento del busto de Alberto Olmedo anteayer en el corazón de Pichincha merece ser visto como otro paso en esa dirección positiva.

El monumento al talentoso, querible y querido humorista nacido en la ciudad está situado en Brown y Callao. En un hecho que debe ser calificado de significativo, a la inauguración asistió el intendente Miguel Lifschitz, además de antiguos e íntimos amigos del "Negro". Entre otros elementos que aluden al folclore local, no faltó la referencia futbolística: el corazón rosarino no puede prescindir de la rivalidad entre leprosos y canallas y Olmedo es símbolo de pasión auriazul. Pero ello no debe ser visto como elemento separador ni utilizado para dividir: sólo los necios ignoran que la figura del "Negro" es patrimonio de todos los rosarinos, más allá de los colores de la camiseta de un club de fútbol.

La frase que más se repitió durante la emotiva ceremonia del viernes pasado describe con precisión una de las características del creador de inolvidables personajes como el Capitán Piluso, el Manosanta o el Dictador de Costa Pobre: su amor por la urbe donde vio la luz por vez primera. "Nunca, pero nunca se olvidó de Rosario", se dijo una y otra vez. Y claro que es cierto. Pese a su notorio éxito y a haberse radicado desde joven en Buenos Aires, Olmedo llevaba la marca de esta ciudad en el orillo y estaba orgulloso de ella, al punto de hacer constante referencia a su origen en aquello que mejor manejaba, la salida verbal rápida e ingeniosa.

En ese concepto de cultura al que aludimos no se pretende ignorar ni apartar a nadie: desde Antonio Berni a Lucio Fontana, Gambartes, Musto, Vanzo, Ouvrard, Pedrotti, Schiavoni, Grela o Sacco, desde Edgar Spinassi a Cristián Hernández Larguía, Chacho Muller, Antonio Ríos, Jorge Fandermole o Fito Páez, por dar ejemplos en sólo dos expresiones del arte -la pintura y la música-, lo mal llamado culto y lo popular se entrecruzan, necesitan y alimentan entre sí. El teatro El Círculo y el habla de la gente en la calle forman parte de un solo y único paisaje.

La cultura es horizontal, pertenece a todos y la hacen todos: se trata, por suerte, de un campo llano y generoso, abierto a la libre exploración humana.
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