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domingo,
25 de
noviembre de
2007 |
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Charlas en el Café del Bajo
—Breve cuento, Inocencio.
—"¿Cuándo fue que sucedió todo Gabriel? ¿Cuándo fue que...?
—¿Cuándo? Pero..., no lo entiendo ¿A qué se refiere, qué suceso desea recordar mi buen amigo?
—Usted, que me ha acompañado siempre, desde el mismo momento en que mi espíritu vio la luz de un nuevo mundo. Mi espíritu, claro, porque mis ojos entonces estaban cegados a lo nuevo. ¡Qué paradoja Gabriel! Con el tiempo, el templo de ese espíritu comenzó a ver más y más, y a medida que veía se cerraban los ojos del alma. Usted, quien como una sombra sutil y paciente siguió mis tambaleantes pasos, debe recordar mejor que yo (que estaba ensimismado entre las luces de neón de la vana y helada ciudad) cuándo dejé de vivir.
—No puedo precisarlo. Pero fue hace mucho tiempo, tal vez cuando a los 18 o 20 años se escapó de nuestro mundo y se perdió en los colores imaginados de un cuadro cuyo tono más resplandeciente, sin dudas, era el gris. ¿Pero sabía usted, mi querido amigo, que yo lo seguía?
—Siempre lo intuí, aunque debo reprocharle que me permitiera usted perderme entre el óleo del drama y la mentira.
—¿¡Qué podía yo hacer!? ¿Acaso obligarlo? Eso no corresponde a la esencia de la verdad, ni forma parte de la naturaleza del amor. Más debe saber que le envié varios mensajes ilustrados que no vio, claro, porque, como bien dice, aquellos ojos que en el primer momento de la vida podían verlo todo sin mirar, luego fueron cegados por las luces vanas. Pero ¡cuánto dolor sentía yo al verlo extraviado entre las oscuras pinceladas de su vida! Mas, ¿por qué recordar lo pasado? Lo importante es que usted está ya regresando. ¡Mire! ¿No ve allí la gran ciudad, la única, la verdadera? ¿No ve allí el tercer, último y perfecto templo? Ya no mire atrás amigo mío.
—Es que, Gabriel... ¡¿Cómo no detenerme en los últimos tramos de la marcha?! ¿¡Cómo no detenerme a mirar lo destruido?! ¡¿No debo acaso apresurar mi propio juicio y condenarme al destierro eterno!? ¿¡Cómo entraré a la cálida y perfecta ciudad!?
—Usted me ha llamado, amigo mío, y he acudido. Me ha pedido auxilio y lo estoy rescatando. He intervenido, porque desde la ciudad apócrifa, desde la corrupta, usted clamó y fue escuchado. Aquella vez que lo vi pasar por el pórtico de la pérfida, usted no volvió los ojos hacia mí. Entonces, nada podía yo hacer. Pero ahora que su voluntad me llama, todo me es posible, todo nos es posible. Sigamos, sigamos amigo mío y no mire hacia atrás, no sea que se convierta en estatua de sal, pues entonces, como aquel del que todos sabemos, estará perdido para siempre. Dejemos ya este cuadro de oscuros trazos. ¡Mire! ¡Mire! El camino ya deja de ser gris, hay azules espléndidos más allá y verdes como los que ningún pintor pudo trazar jamás sobre el lienzo de la vida. ¡Vamos, amigo mío, entremos en la ciudad cuyos muros son de verdadero oro. Allí lo espera aquello que usted ama, porque nada pudo ser destruido, nada. Todo está intacto, porque el corazón no fue despojado de la sagrada chispa del amor. Vamos, caminemos, y no vuelva la vista atrás".
Candi II
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"Lo que hace falta es más y mejor política"
Francisco de Narváez
Diputado de la Nación.
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