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 domingo, 18 de febrero de 2007  
[Nota de tapa] El fusilado que vive
La historia de un libro desaparecido
La dictadura militar destruyó la tirada completa de "El fusilamiento de Penina", un libro de Aldo Oliva publicado por la Biblioteca Vigil. Un ejemplar se salvó, y ahora la obra se reedita en España

Por Roberto Frutos y Antonio Oliva

El golpe del 6 de septiembre de 1930 encontró a Joaquín Penina en plena labor propagandística, repartiendo volantes y manifiestos de la Federación Obrera Regional Argentina (Fora) que exhortaban a la desobediencia civil contra la dictadura de Uriburu. La persecución contra las organizaciones obreras, en particular sobre los grupos anarquistas y comunistas, no se hizo esperar. En la mañana del 9 de septiembre la policía de Rosario irrumpe en su domicilio, un altillo en la calle Salta 1581, y lo lleva detenido a la Jefatura bajo la acusación de distribuir un manifiesto contra el golpe del general Uriburu. Lo detienen junto a Victorio Constantini, compañero con el cual compartía la vivienda.

El operativo policial registra toda la habitación, tirando bibliotecas y muebles al suelo y amontonando los libros, periódicos y todos los papeles de los dos anarquistas en un rincón. Horas más tarde volverían para llevarse todo esto a la Jefatura, donde serán incinerados. Un rato más tarde caerá Pablo Porta, otro anarquista catalán, que asiduamente concurría a la casa de Penina, que para muchos oficiaba de una verdadera biblioteca. No encuentra a aquel sino a una guardia policial que lo detiene en el acto. En la noche del día 9, cae un cuarto anarquista, un obrero portuario de apellido González, que había ido a buscar a Penina para saber por qué no había concurrido a la reunión del Consejo local de la Fora. Fundamentalmente querían averiguar si Penina había cumplido con la tarea que ese Consejo le había encomendado: llevar los originales de un manifiesto antidictatorial a la imprenta, cuyos autores serían Porta y el mismo Penina. Posiblemente este fue el hecho determinante para que las autoridades policiales y militares de Rosario fueran directamente en busca de Penina, teniendo en cuenta que no era de los dirigentes de mayor relevancia tanto organizativa como pública de la Fora local.

González, Porta y Constantini fueron liberados luego de pasar por las amenazas y las arbitrariedades de las fuerzas policiales. A González nunca se lo vinculó a la causa. A Constantini, un obrero carpintero italiano, se le perdió el rastro luego de que la policía lo liberara bajo amenaza. A Porta, obrero metalúrgico, la policía lo deporta a la provincia de Córdoba donde es nuevamente detenido. Entre el terror y la locura vuelve a su Cataluña natal, para morir pocos años después. Porta fue el portavoz de lo sucedido con Penina ante sus amigos catalanes.

Penina fue el elegido, no casualmente, para ejemplificar el castigo a todos los que se atrevieran a contravenir el bando uriburista que imponía el Estado de Sitio y la Ley Marcial. De esta manera, sin motivo para detenerlo, sin juicio previo y con plena complicidad del Poder Judicial, que rechazó los hábeas corpus y recursos de amparo presentados, será conducido a la madrugada del día 10, desde la Jefatura de Policía hasta las orillas del arroyo Saladillo donde será fusilado por un pelotón del Regimiento 11 de Infantería a cargo del subteniente Jorge Rodríguez. Lo llevaron en una camioneta de la Asistencia Pública, según lo que pudieron reconstruir sus compañeros, custodiada por vehículos de la policía. La caravana recorrió el siguiente trayecto: calle Moreno, Santa Fe, Dorrego hasta Ayolas, San Martín, Arijón y atravesando el puente sobre el arroyo Saladillo tomaron el camino de tierra sur-este de Pueblo Nuevo. Allí, el fuego del pelotón acallará el grito de “¡Viva la anarquía!”. Penina tenía 29 años cuando fue asesinado. Su cuerpo nunca apareció.

El jefe de policía, teniente coronel Rodolfo Lebrero; el jefe de Investigaciones de la policía, Félix V. De la Fuente; el jefe de Orden Social, Marcelino Calambé; el mayor Carlos Ricchieri, el capitán Luís Sarmiento; el comisario Angel Benavides; estos son los nombres propios del terrorismo de Estado durante la dictadura de Uriburu en Rosario.

Ensayos de la memoria
El silenciamiento de aquel grito también implicó el mantenimiento en la oscuridad de estos hechos. Incluso más allá de la investigación judicial abierta en 1932 y testimoniada en los diarios de la época, en todos los casos con intereses que nada tenían que ver con el esclarecimiento de la verdad sobre el asesinato de Penina.

Recién durante 1974 y basándose en estas fuentes, Aldo Oliva pondrá al descubierto los actores militares, policiales, políticos y periodísticos que actuaron en el hecho (durante esos años un militante de la Federación Libertaria Argentina, Fernando Quesada, denunciará el asesinato a partir de la reconstrucción hecha desde los testimonios de amigos y compañeros militantes de Penina). Años más tarde, a mediados de los 80, la colectividad catalana en Rosario colocó una placa recordando a Penina en el frente de la pensión en la que vivió poco antes de su secuestro (un altillo en la calle Salta 1581). La placa hoy no existe más.

Otros también se acordaron de Penina. En 1995, el Concejo Deliberante aprobó un proyecto de ordenanza que impone el nombre Joaquín Penina a una calle del barrio Saladillo, cercana al lugar donde fue fusilado. Hoy esa calle no figura en ningún lado.

El libro
Pensar que estamos hablando de reeditar un libro casi inédito. Por lo tanto prácticamente desconocido. Aun para el autor que tuvo que destruir los originales antes de exiliarse. Incluso para quienes lo editaron, que sólo recordaban los paquetes cerrados que habían llegado de la imprenta. Por supuesto, absolutamente desconocido para el resto.

Cuando “El fusilamiento de Joaquín Penina” estaba listo para su distribución la situación política del país (principios de 1977) parecía no aconsejarlo. Sin embargo, la comisión directiva de la Biblioteca Vigil igual decide editarlo y distribuirlo. Los ejemplares llegaron a la biblioteca desde una imprenta de Capital Federal. Como con todos los libros editados por la Vigil, apenas llegaban se retiraban dos ejemplares de cada título, uno para la editorial y otro para tesorería. Con este libro como con los otros de la colección Testimonios se debe de haber hecho lo mismo. Sin embargo este libro desapareció. No así los otros de la misma colección. De estos se pudieron recuperar algunos ejemplares, incluso en aquella época. De “El fusilamiento de Joaquín Penina” no se había logrado recuperar ninguno.

Ante tal situación, ¿por qué ese libro y no los otros permanecía desaparecido? La colección Testimonios (Editorial Biblioteca, Rosario) constaba de otros cuatro títulos, cada uno con una tirada de 5.000 ejemplares. El número 1, “La Década Infame”, de Norberto Galasso (junio 1975); el 2, “La Revolución de Uriburu”, de Gladys Onega (septiembre 1974); el 4, “Los Levantamientos de la Década Infame”, de María Luisa Arocena (Junio 1975) y el 5 “El Grupo Forja”, de Graciela D´Angelo (junio 1975). El número 3 era el libro de Aldo Oliva sobre Penina.

¿Por qué “El fusilamiento de Joaquín Penina” permaneció desaparecido hasta hace muy poco tiempo? Quizás porque su lectura a mediados de los 70 no sólo revelaba el pasado, aunque su objetivo fuera reconstruir una historia ocurrida casi medio siglo antes. Porque lo que estaba narrando iban a ser indicios del futuro. El relato sobre el asesinato de Penina se transformó en un libro desaparecido que trataba sobre el primer desaparecido en la historia argentina, muy poco tiempo antes que la desaparición sistemática y masiva de personas fuera uno de los núcleos centrales de la represión desplegada por el terrorismo de Estado durante la dictadura genocida. Penina es el ejemplo de lo que había que ocultar, tanto como el libro de Aldo Oliva es el anuncio de lo que vendrá. Así como los Lebrero, los De la Fuente... en septiembre del 30 se anticiparon a los Videla, Massera, en los 70, el libro de Aldo Oliva fue también un augurio, incluso quizás más allá de la perspectiva del propio autor, de lo que iba a ser la masificación del terror.

Recuperaciones
Sin embargo, la historia y la memoria tienen esas vueltas que nos permiten creer que lo que parecía imposible ayer, hoy o mañana no lo es tanto. Después de muchos años de silencio y búsqueda de algún ejemplar, en septiembre del 2003 (otro mes de septiembre, 73 años más tarde) llega a manos de Raúl Frutos, ex vicepresidente de la Biblioteca Vigil, uno de estos inhallables ejemplares. Cuando muchos pensaban que todos los ejemplares habían sido destruidos, incluso Rubén Naranjo, responsable de la editorial de la Vigil, Rafael Ielpi, director de la colección Testimonios y el propio autor, Aldo Oliva, el sobreviviente del fuego, llegó sin tapas, con todas las páginas que indicaban los datos de la edición arrancadas, incluso algunas cortadas por la mitad para impedir la identificación del libro, testimonio inequívoco de la represión, la censura y el terror. Pasó por manos que sabían perfectamente lo comprometedor, durante la dictadura, de un texto de esa naturaleza. Manos que, sabiendo esto, prefirieron preservarlo aún a costa de la integridad del libro y la de ellos mismos.

También, como le ocurrió a la mayoría de los argentinos, sobrevivió oculto los años de democracia sin que su destino cambiara demasiado. Pero como sólo quien persiste en sus ideales y en su lucha por mantenerlos tiene posibilidad de realizarlos, la búsqueda tantas veces infructuosa tiene hoy un final distinto al que los desaparecedores de libros y personas pretendieron darle. Hoy después de tantos años es posible hacer conocer a nuevas generaciones todas estas historias.

Fueron fusilados hombres de “ideas avanzadas” informaba la Jefatura de Policía el 11 de septiembre de 1930. “Ideas avanzadas”. Posiblemente esas “ideas avanzadas” estén entre las más viejas del mundo, esas ideas que enervan a los hombres ante situaciones de injusticia y desigualdad.


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Durante el gobierno de Uriburu se produjo el asesinato de Penina.

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