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 domingo, 25 de junio de 2006  
candi
Charlas en el Café del Bajo
-Dejé para hoy un tema que es muy caro a nuestro corazón, a nuestro espíritu: el del dolor humano, una cuestión que como todos ustedes habrán advertido, estimados lectores, tratamos aquí con frecuencia. En este caso volvemos sobre él en razón de una emotiva carta que recibimos de la provincia de Córdoba y que envía una mamá. El texto dice así y ojalá estas breves líneas nos sirvan a todos los que de una u otra manera a veces renegamos de las cosas sin suficientes razones: "Leímos con mi esposo las charlas en el Café del Bajo, en el diario La Capital del 20 de junio de 2006, sobre la Vida es Bella; nos emocionamos hasta las lágrimas, porque estamos justamente inmersos en lo más profundo de nuestro dolor, porque hace siete meses perdimos en un accidente a un hijo maravilloso, Matías, de 17 años. Aunque el dolor cerró con duros candados la puerta de la sonrisa, en forma inesperada, sin merecerlo, no podemos bajar el telón porque tenemos otro hijo de 16 años por quien luchar. Pero el dolor es tan desgarrante, tan pesada nuestra carga, que en este momento perdimos las esperanzas de considerar que la vida es bella".

-En el Día del Padre nos acordamos en esta columna de los papás que han perdido a su hijos y dijimos literalmente: "¿Qué podría decirles? No hay palabras, sólo esperanza y fe en que el alma no se ausenta. Por eso algunos seguimos, confiando y esperando". No hay dolor más grande que la muerte de un hijo. ¿Se puede superar la muerte de un hijo, Candi?

-Es necesario morigerar, hasta donde sea posible, ese dolor. ¿Pero cómo lograrlo? Yo, para esa pregunta, apenas tengo indicios de respuesta. Como creyente, mi primer refugio es Dios, pero admito que alguien puede preguntarme, como se preguntaban los papás que ingresaban tomados de la mano con sus hijitos a la cámara de gas: "¿Somos tu pueblo, dónde estás, por qué permitís esto?". Ya he dado alguna vez respuesta a esto diciendo que Dios concedió al hombre el libre albedrío, la razón, la inteligencia y que muchísmos dolores son atribuibles al ser humano y no puede culparse a Dios por ellos. Por otra parte, aquellos dolores que no son originados en el accionar del hombre sólo pueden ser considerados como parte de un plan al que no tenemos acceso, que no comprendemos. Precisamente, el mayor dolor es provocado por la incomprensión de este plan divino o universal o está dado por la falta de fe. Pues si tuviéramos la certeza de que los hermanos ausentes al fin son felices y tienen la sublime paz en la dimensión existencial del espíritu, nuestro dolor acabaría al instante. Como ya lo he dicho en muchas oportunidades, yo soy un gran pecador, pero al mismo tiempo y, cada vez más, un gran creyente en Dios y en el plano del espíritu. Por eso para mí el llamado misterio de la muerte es el misterio de la vida eterna, porque convencido estoy de que el espíritu es vida elevada que no puede ser destruida. Hace de esto muchos años, en un momento de melancolía y soledad que persistía y mientras me acordaba de algunos seres queridos que habían partido, de pronto algo me hizo reflexionar y me formulé esta pregunta: ¿Pero si desde algún lugar del universo el espíritu de mi padre está advirtiendo tanta pena mía, no lo estoy apenando indeciblemente a él? ¿Cómo quisiera verme él en este momento? ¿Qué me diría ante tanta soledad mía? Recuerdo que imaginé su figura, su rostro, hasta unas palabras dirigidas a mí. Ese pensamiento hizo que yo adoptara otra actitud. Es probable que alguien diga que estoy absolutamente loco, puede decirlo, no me preocupa. Pero en todo caso también tratará de locos a muchos seres humanos (algunos geniales y santos) que abrazaron este pensamiento ante el misterio de la muerte. San Agustín decía a sus discípulos antes de morir: "Si me aman, no me lloren", porque sabía que se dirigía a un estado de existencia sublime. Para terminar diré que creo en que los hermanos ausentes (ausentes, no inexistentes) nos aman y que anhelan vernos lo mejor que podamos estar, para cumplir el rol que a cada uno nos corresponde en este tiempo, en este espacio, en este nivel de existencia. Un rol, que como tantas veces hemos sostenido aquí, es el de amarnos un poco más los unos a los otros. Comenzando por aquel que tenemos más cerca. Este principio, precisamente, es el que determinará que el dolor, la pena, la melancolía, se atenúe en este mundo que a veces parece perdido. Esta columna de hoy, si nos lo permiten, es en memoria de Matías.

Candi II

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