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 domingo, 26 de septiembre de 2004

Literatura de Rosario
Domingo Fontanarrosa: Poemas olvidados en un cuaderno
Murió en 1921, a los 28 años. Dejó un libro editado y textos que permanecen sin ser publicados y fueron preservados casi como un secreto durante ochenta años

Osvaldo Aguirre / La Capital

En la historia de la literatura escrita en Rosario, Domingo Fontanarrosa suele ser reivindicado como uno de los primeros poetas. Y sin embargo parte de su producción sigue siendo desconocida, presa del olvido. Nacido en 1893, publicó un libro, "Angustia", y a su muerte, ocurrida en 1921, dejó listo otro volumen, "La epopeya interior", que al parecer se perdió, y a una serie de poemas que se conservan, todavía inéditos, manuscritos en dos cuadernos y en hojas sueltas.

Como ocurre con frecuencia en la literatura del pasado rosarino, se desconocen circunstancias básicas. La fecha de aparición de "Angustia" no está clara. En su "Primera antología de poetas rosarinos" (1938), Ecio Rossi afirmó que el libro se publicó en 1918. Plácido Grela, en un artículo posterior, dijo que en realidad el libro se conoció el año anterior.

En una nota final al propio libro Fontanarrosa escribió que "el 8 del corriente mes de agosto (de 1917), el mes traicionero y fatal, debía ver la luz pública «Angustia», mi primer libro". Pero precisamente ese día falleció el padre del escritor, por lo que la distribución se postergó -aunque el libro habría estado impreso- y no queda claro cuándo comenzó a circular.


Obsesión con la muerte
"Angustia" comienza con un "pórtico" que, curiosamente, pertenecía a "La epopeya interior". En medio de frases estereotipadas sobre la relación del poeta con la canción, irrumpe una definición sorprendente: "soy un charco fangoso/ repleto de vapores y de miasmas". Algo que adelanta el particular espíritu del autor.

Los poemas se ordenan en partes: "Tristeza", "Recuerdos", "Angustia", "Las canciones del mar". Los temas de escritura son, a veces, insólitos: Fontanarrosa declara su tristeza por la muerte de un canario, pondera al vaso de agua fresca en oposición al "venenoso alcohol de la taberna", admira a la locomotora y elogia a la aguja de coser. Podría ser considerado un minimalista avant la lettre, pero el sentimentalismo anula esas dolientes composiciones. La influencia de Evaristo Carriego se aprecia en la circulación de corderitos y jilgueros ciegos, en el lamento por el paso del tiempo y otras efusiones. El mundo exterior es libresco: cuando tiene que hablar de las prostitutas, evoca a las grisettes, personajes difundidos por la literatura francesa del siglo XIX, no tiene en mente a las mujeres reales que en esa época eran explotadas en la densa zona prostibularia de Pichincha.

Sin embargo hay algo que impresiona como auténtico en Fontanarrosa y es su presentimiento de la muerte, podría decirse su entrega anticipada a la muerte, su deseo de morir. "Hay en todas las cosas una vaga tristeza/ que en los seres sensibles se transforma en dolor", dice. En "La belleza", Fontanarrosa da cuenta de la revelación que lo hizo escritor: no se trata de componer los versos como un orfebre prolijo sino de poner de manifiesto "la Verdad cierta/ la Verdad desnuda" y esto tiene que ver con la tristeza y la desaparición física.

Había nacido un martes 13 de enero y ese hecho le parecía un signo premonitorio de su suerte; "hasta mi mismo nombre cuenta de trece letras" (sic), se lamentaba, pero el número surgía de firmar "Fontanarrosa (h)". Tras haber pasado una niñez solitaria, "ni el dolor me consuela porque nunca he llorado"; la madre le pedía que quemara sus poemas y buscara un trabajo.

La soledad de Fontanarrosa era desgarradora. En sus poemas no hay otros, no hay interlocutores. En "Consuelo", la luz del día lo atrae hacia una ventana y le hace pensar que "hay alguien como yo, que acaso tiene/ las mismas ansias y las mismas penas" y entonces se dirige hacia ese desconocido que no existe sino en su imaginación. En "Del invierno" la mujer amada se manifiesta a través de un piano cuyo sonido escucha a la distancia, apagado entre los rumores de la ciudad. Pero no le interesa conocerla, su preocupación es si ambos se encontrarán "en la noche postrera", es decir en la muerte. El tema reaparece en "Brumas" como una experiencia de deja vu: en el presente del poema escucha el piano que evoca a la mujer y cree haber vivido ese momento una noche anterior, cuando terminaba de escribir. En "La ciudad dormida" describe un paseo nocturno; la tranquilidad del barrio le hace pensar que "el mundo de los muertos debe ser dulce y bueno". Fontantarrosa manifiesta su deseo de morir sin retórica: "la vida no es justa, la vida no es buena,/ la vida no es algo digno de vivir" ("La queja"). Por si fuera poco, la muerte del padre fue interpretada por Fontanarrosa como un hecho ligado a su libro, una especie de maldición.

A modo de colofón, "Angustia" ofrecía tres juicios críticos. Juan Luis Ferrarotti, un influyente abogado y político, criticó los poemas dedicados al mar y los prosaísmos, aunque terminó por hacer un elogio difuso -más por compromiso que por convicción sincera- de las posibilidades futuras de Fontanarrosa. El español Vicente Medina lo trató de "poeta novel" y fue tan despreciativo que ni siquiera le concedió la esperanza: "de un poeta novel no podeis pronosticar nada", pontificó. Juan José de Soiza Reilly, célebre periodista de la época, fue quizá indulgente (calificó sus versos como "exquisitos") pero brindó una imagen más ajustada: Fontanarrosa "es un chico que pone toda su alma en el verso. En una estrofa derrama su dolor como Dios en un trueno derrama su poder. En pocos años ha sufrido mucho (...) Ama la vida por todo lo que tiene en sí de angustia y de poesía".

Más allá de esas apreciaciones venenosas, Fontanarrosa gozaba de reconocimiento como poeta, en particular en la por entonces importante revista Nosotros. Y tenía cierta conciencia de sí, ya que al lamentarse por los "artistas anónimos", incomprendidos y fracasados, deja claro que no se siente parte de ese grupo.


Poesía maldita
La poesía inédita de Fontanarrosa fue preservada por Raúl N. Gardelli (1916-2002). Se trata de dos cuadernos cuyas páginas están numeradas y que están fechados en 1918, y de un pliego de hojas sueltas que contienen un poema largo, "La araña gris" y otros dos más cortos, "Nuestros ancianos dioses" y "El cuaderno en blanco". En un artículo publicado en 1993, Gardelli manifestó no recordar cómo habían llegado a sus manos esos textos. No obstante, el olvido fue reparado, ya que en el curso de conversaciones posteriores afirmó que los había recibido de Alberto Corvalán (1904-1979), quien fue secretario general de La Capital.

El primer cuaderno contiene cuatro extensas sonatas dedicadas a las estaciones. La "Sonata de primavera" sorprende con un comienzo optimista y alegre, en el que el sujeto experimenta "una sed de beber el aire puro/ por las sonoras y revueltas calles./ Un brillo singular en las pupilas/ Un tumultuoso vértigo en la sangre". Sin embargo, con la caída del crepúsculo el deseo de embriaguez y de amor naufraga en la soledad.

En el segundo cuaderno hay otros siete poemas. "En estas largas horas, recién se nos ocurre/ que nunca hemos vivido de verdad.// ¡Ah, todo el sol perdido, todo el aire perdido,/ todo lo que ya nunca podremos remediar!", dice en "Días de enfermo". Y en "Compañera de viaje" se le aparece la mujer amada y le propone un pacto funesto: ella será suya en el más allá, pero en el aquí y ahora lo condena a la soledad ("Tú estabas triste y solo; seguirás solo y triste,/ porque así yo te quiero, y para mí naciste").En "La araña gris" insiste: "no hay un alma exenta/ de hastío, que es la esencia de la existencia misma".

Hace más de ochenta años un poeta escribió esos textos en Rosario. El hecho de que permanezcan inéditos es un dato revelador de las circunstancias en que se produjo y en que circuló literatura en la ciudad.

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Un original de puño y letra del poeta.

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