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 domingo, 26 de septiembre de 2004

Panorama político
No mueras sin decir adónde vas

Mauricio Maronna / La Capital

Eduardo Duhalde llevó su mano derecha al mentón mientras su oponente debía mover las blancas en el enorme tablero de ajedrez. "¿Sabés qué? Tenías razón... Lo mejor que me puede pasar a mí, y al PJ bonaerense, es que Cristina sea candidata a senadora en la provincia". El funcionario nacional se desconcentró, movió el alfil sin decir esta boca es mía, y el ex presidente, rápido y letal, dio jaque mate.

"El Negro (por Duhalde) es como esos equipos europeos que parecen estar a la deriva, defienden con dos líneas de cuatro, pero en el minuto 90 te mandan un contragolpe letal", diagnostica el informante, antes de resumir: "Pero ahora está en etapa de repliegue; no habla, no molesta, no ataca. El presidente puede jugar la dama".

Es jueves a la noche, la ciudad se va despoblando, y la calificada fuente tiene ganas de hablar. Y cuando el que habla tiene información, lo mejor es preguntar y escuchar, aunque su celular no termine nunca de sonar. "¿Esto quiere decir que se terminó la madre de todas las batallas y todo lo que se escribió respecto de que si la primera dama daba pelea en territorio duhaldista se venía la ruptura?", pregunta La Capital.

"A todos los que venimos del interior para ocupar algún cargo en el gobierno nacional, de entrada, nos agarra la tentación de creernos que el poder es igual en la Casa Rosada que en alguna Gobernación. Kirchner viene de Santa Cruz, una provincia a la que manejó de taquito. En realidad, para los gobernadores de las provincias chicas el único interlocutor es el pueblo. No hay corporaciones que molesten demasiado, empresarios que hagan lobby con embajadas ni obispos que metan presión. Kirchner llegó al poder con el 20% de los votos y necesitaba demostrar que no era un blando: dio la pelea, derrumbó a la Corte, metió el bisturí en las Fuerzas Armadas y les ofreció un caramelo llamado transversalidad a algunos dirigentes (Hermes Binner es un caso). El problema es que al caramelo hay que saborearlo para comprobar qué gusto tiene. Y muchos de los transversales se lo tragaron", monologa el hombre, curtido en mil batallas justicialistas.

Cuando este diario pregunta qué beneficios le traerá a Cristina Fernández (de comportamiento ejemplar en estos 16 meses de gobierno K), el interlocutor se tira sobre el respaldo de su silla y sostiene que esa es "la madre de todas las preguntas". Se levanta, saluda afectuosamente y se va en busca de la enésima reunión de la jornada con dirigentes justicialistas.

Una encuesta reservada le otorga a la "primera ciudadana" una intención de voto cercana al 90% en el terruño santacruceño, sin necesidad de que el presidente se vea obligado a conceder lugares en las listas a personajes impresentables. Se sabe que por más que los encuestadores oficialistas (Artemio López, Enrique Zuleta Puceiro y Analía del Franco, entre otros) anticipen un triunfo contundente de Cristina en provincia sobre Chiche Duhalde, la realidad indica que para ganarle a Ricardo López Murphy necesitará ingresar al conurbano de la mano de los prehistóricos Manuel Quindimil, Hugo Curto, Manuel Descalzo, Raúl Otacehé (y siguen las firmas).

Por si Cristina decide jugar en Santa Cruz, Duhalde ya tiene su mítica libretita negra de almacenero con los nombres de los potenciales candidatos hasta en el más humilde de los departamentos bonaerenses.

"Kirchner sabe que la transversalidad se murió el día en que (Luis) D'Elía tomó la comisaría de La Boca", apuntaría luego otra fuente de primerísima línea.

Pese a que ciertos medios nacionales (ligados a factores de poder entronizados durante el menemismo) digan que el mensaje del presidente en la Asamblea de la ONU fue "descomedido e hiriente para los inversores estadounidense, el santacruceño respetó al pie de la letra lo que, en su momento, George W. Bush le aconsejó: "Vaya con todo contra la burocracia del FMI; usted es el conquistador del Fondo". Las internas en la cúpula del poder no son propiedad de la exótica clase dirigente argentina.

Kirchner atacó al Fondo (sus palabras fueron irrebatibles, contra un organismo que hizo pésimos diagnósticos y colaboró para el desmadre de la Argentina) y destinó palabras contra el terrorismo que constituyeron una hermosa sinfonía para los oídos de Bush.

En medio de la campaña norteamericana y pese al ruido que generó la reunión de la esposa del jefe del Estado argentino con dirigentes del Partido Demócrata, no son pocos los funcionarios locales que apuestan a la reelección del presidente norteamericano: "¿Usted tiene una idea de los favores que nos hizo Bush? Hace pocos días en una reunión en la embajada norteamericana un diplomático me preguntó si prefería a Bush o a John Kerry. Le dije que a Bush", revela un santafesino que juega en las grandes ligas del gobierno nacional y que pide reserva de identidad.

El silencio de los Fernández, la posibilidad cercana de salir del default, el cambio de estrategia en la relación con determinadas corporaciones y el debilitamiento de las protestas piqueteras liberan el camino de Kirchner.

El gran desafío, como casi siempre en la Argentina contemporánea, es evitar que se ensanche la brecha entre ricos y pobres, mejorar la distribución del ingreso y hacer descender el abrumador índice de desempleo.

Por lejos, y pese a los resquemores que persisten en algunas capas del peronismo, recelosas del trato que les dispensa, Kirchner sigue siendo lo mejor de un gobierno que, a veces, está demasiado tentado a caminar por la cornisa.

El único fantasma que tiene la administración central (mientras el radicalismo intenta cambiar su rostro de furgón de cola del PJ, del socialismo y de los partidos provinciales) tiene nombre y apellido: Elisa Carrió. Lilita aparece liderando cómodamente los sondeos en Capital Federal y (una curiosidad en el país en que todos quieren ser candidatos) los funcionarios sondeados por el gobierno para enfrentarla cruzan los dedos esperando que Kirchner no les imponga: "Usted es el encargado de derrotar a Carrió".

Para neutralizar la victoria de la chaqueña, el gobierno decidió unificar las elecciones presidenciales, establecer el sistema de primarias obligatorias y simultáneas para todos los partidos y enviar un mensaje hacia los gobernadores que no parecen estar a la altura de las circunstancias.

Y allí es donde la mirada se dirige hacia la provincia de Santa Fe: un ministro y un secretario de Estado admitieron ante La Capital "la gran preocupación" del presidente por los problemas que arrastra Jorge Obeid. Con una diferencia de seis días, ambos funcionarios coincidieron en apropiarse de una frase cuyo copyright le pertenece a Carlos Reutemann, hoy por hoy, un soldado de Balcarce 50: "El presidente no entiende que Santa Fe, con los beneficios comparativos de que goza, no mueva el amperímetro".

Mientras el jefe de la Casa Gris medita el cambio de, al menos, dos ministros, el obeidismo rosarino se queja por la falta de diálogo con el gobernador y por la cerrazón de su círculo de poder, "compuesto por tres personas que no entienden que es hora de cambiar todo: la militancia está desorientada y con ganas de hacer rancho aparte".

Los exabruptos de Pedro González sobre la ley de lemas (algo similar a la reacción de un elefante adicto a las anfetaminas con síndrome de abstinencia en medio de una cristalería) sirvieron para tapar el estado de las cosas en un partido que (como se repitió hasta el hartazgo) se encuentra desunido, desgajado y acorralado. Y a punto de entregar el instrumento que le permitió mantener el invicto electoral durante dos décadas.

Antes de decirles adiós a los lemas, el PJ debería pedir en voz alta: no te mueras sin decirme adónde vas.

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