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 domingo, 26 de septiembre de 2004

Interiores: El lugar del saber

Jorge Besso

Hay un dicho que ya no escucho que esté muy dicho. Era un deporte decirlo hace bastantes años atrás como una forma de estimular a los niños a la educación y a la cultura. Entonces se le soltaba al infante la sentencia educadora y al mismo tiempo estimulante: "El saber no ocupa lugar". La sentencia pareciera, vista hoy, un anticipo del célebre disco rígido. El rígido es un tipo de ser básicamente acumulador, más que nada un acumulador de información en el fondo sin demasiada selección, y que manda a bodega todo lo que a su vez le manden, y sin que lo mandado ocupe demasiado lugar, al igual que en sus complementarios como los CD que en muy poco lugar amontonan mucho saber.

El sentido de la sentencia, y respecto del cual radica todo su poder de estimulación, es que siempre hay lugar para el saber, no tanto en el sentido de que "siempre hay un lugar para el postre" como proclama uno de los refranes preferidos de mi madre doña Paulina Iriarte, sino que el saber como tal siempre es plato principal y como no ocupa lugar, nadie en teoría, podría quedar saciado.

Así las cosas, el saber nunca está demás, sobre todo teniendo en cuenta que los dichos y aforismos dialogan ente sí, a veces para complementarse, otras para oponerse. Particularmente, en este caso el dicho que nos viene en auxilio es el que desliza que "todos los días se aprende algo nuevo". Lo cual sólo es posible a condición de que el primer refrán sea cierto, aunque justo es reconocer que el aserto tiene como mínimo un matiz de mentira, ya que por lo general se lo dice muy cada tanto, muchas veces con un tono reflexivo más bien amargo, luego de alguna decepción y sobre todo luego de haber consumido un montón de días sin haber aprendido nada, incluyendo con toda probabilidad, el día en que la tía o el tío profiere la sentencia.

Es que saber y aprender no siempre es lo mismo, ya que son verbos que se pueden conjugar y practicar separados, pues en términos generales siempre es más lo que se sabe que lo que verdaderamente se aprende respecto de eso que se sabe. El ejemplo más claro en este sentido son las múltiples adicciones humanas que se sabe que en muchos sentidos hacen mal, y sin embargo no es algo que se pueda considerar como aprendido.

Pascal consideraba que la humanidad es como un hombre que vive siempre y aprende siempre, lo que en principio hemos de dar por cierto, en tanto y en cuanto en comparación con las otras especies la humana sabe y aprende infinitamente más, lo que hace que el resto de la escala general de lo viviente sea más estable, salvo las desestabilizaciones que los humanos pueden producir, que como se sabe no tienen límites, y sin embargo es algo que no se termina de aprender.

Las complejas relaciones entre saber y aprender conducen a preguntarse por la experiencia. Lo que ocurre con la tan mentada experiencia es que siempre se refiere a algo individual o particular. Se trata de alguien al que se le reconocerá experiencia en el tema o en la cuestión que sea, o bien se le achacará su falta. Pero si Pascal tiene razón, la humanidad cada vez tendría más experiencia y muchos de los errores y sobre todo de los horrores cometidos, ya no se verían más.

Como se sabe, y sin embargo no terminamos de aprender, estamos muy lejos de que la humanidad tenga experiencia de forma que nos enfrentamos con una contradicción que hace mucho ruido. Un ruido tal que hay que silenciar o bien tapar con todo tipo de ruidos, en especial los ruidos de la guerra o de la violencia: tenemos una humanidad que sabe mucho y al mismo tiempo es perfectamente inexperta.

La inexperiencia de la humanidad es un tema y una cuestión que hasta el momento no tiene congresos ni investigaciones en una sociedad que sigue de un modo creciente su fascinación por lo actual y por lo nuevo, a veces hasta confundiendo estos dos términos en el sentido de que si algo es actual, entonces es nuevo. Al menos en Occidente, ya que en muchos lugares de Oriente los ancianos siguen ocupando el lugar del saber, identificando la larga edad con la experiencia y a ésta con el saber.

En cambio en Occidente desde hace ya algunos años los ancianos van a depósito de lujo o de miseria, pero en ambos casos se trata de sujetos fuera de circulación. Estos son días de discursos en la Naciones Unidas. Dichas Naciones Unidas son casi sexagenarias. ¿Qué experiencia tienen y qué experiencia demuestran tener? Nacieron cuando el hongo atómico y el humo atómico todavía desparramaban muerte, luego de que el Enola Gay tirara las respectivas bombas nucleares sobre las poblaciones de Hiroshima y Nagasaky por orden de la potencia número uno. Número uno más que nada en violar todas las disposiciones de la Naciones Unidas, disposiciones que nada disponen en definitiva de forma tal que el propio y ostentoso nombre de Naciones Unidas conforman un mal chiste con casi 60 años de vida.

Dos discursos opuestos: uno el de Bush, fuera de la ley, hablaba de ganar la guerra. El otro, el de Rodríguez Zapatero, apelando a la ley, hablaba de ganar la paz. La diferencia es un abismo. Unos cuantos deben saber que la guerra es un negocio. La gran mayoría sabe que la guerra es una tragedia y que más allá de los negocios la única diferencia entre un bando y el otro es el número de muertos y el número de destrucciones. Pero no es lo mismo saber que darse cuenta. Un paso en el sentido de la conciencia de la humanidad, un paso que permitiría hacer experiencia humana, un paso que evitaría los abismos en los que regularmente cae la humanidad que habitamos y hacemos, es saber y darse cuenta que las guerras siempre se pierden. Ese será el día que la humanidad aprenda algo nuevo.

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