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 viernes, 07 de septiembre de 2007  
candi
Charlas en el Café del Bajo
—Quiero seguir con el tema de ayer, con ese planteo que gira en torno de la pregunta: ¿“La desgracia del prójimo, en cuanto ella es efecto de una política social pública o privada despreciable, es sólo responsabilidad del liderazgo y por lo tanto me es lícito y justificado lavarme las manos?”. Y aún más: ¿la tristeza del prójimo, en cuanto ella se origina en una cuestión personal, me permite ausentarme del compromiso de ayudarlo? Mi respuesta inmediata, como lo sostuve ayer, es decir “no”, mi ausencia es complicidad el infortunio y su causa. Y sigo preguntándome: ¿y qué hago, en realidad, en trance de compromiso con la causa del amor? ¿Protestar en esta columna? ¿Protestar en el bar? ¿En la cena cuando miro TV mientras estoy con mi familia? ¿Protestar en el auto mientras veo a esos chicos pidiendo y desamparados? ¿Compadecerme por ese adolescente, como me sucedió ayer, al verlo limpiando parabrisas en 9 de Julio y Oroño con cara de tristeza y aura de imposibilidad, por su inferioridad intelectual causada seguramente por el sistema maligno y la indiferencia de los buenos? No es suficiente.

—Se le preguntará: muy bien Candi, pero ¿qué hacer?

—No se trata de convertirse en la Madre Teresa (no se pide tanto), se trata al menos de informarse bien, de investigar, de reflexionar y de comenzar a elegir bien a quienes conducirán los asuntos públicos y de denunciar, por el medio que sea, a quienes desde los asuntos públicos y privados hacen del ser humano una cosa a la que pueden utilizar (y ni siquiera usar, y hay diferencia entre utilizar y usar) al precio de una vida indigna. Me acuerdo que Marx decía que la desvalorización del mundo humano crece directamente por la valorización del mundo de las cosas. Y es cierto, sólo que pocos sistemas escaparon a la tentación de transformar al propio humano en “ser cosificado”.

—Así es.

—Por eso, mi convicción respecto de la defensa de la vida es que esta debe ser protegida en todos los aspectos y en todos los tiempos del ser con el mismo énfasis, con el mismo compromiso, con la misma fuerza con que se defienden ciertos principios para determinados estadios de la vida humana. El valor vida implica “descosificar” al ser siempre: desde el mismo momento de la concepción hasta la ancianidad. Y este compromiso de trabajar por la vida debe tener el mismo vigor siempre y para todas las edades. Pero no quiero irme por las ramas, de manera que le digo, Inocencio, el sólo hecho de conocer la realidad lo mejor posible y empezar a decir algo al respecto ya es un primer paso, y muy importante, en el trabajo solidario por el otro. Pero este paso que es importante para el ser humano en general, no es suficiente para otras personas, quienes deberíamos extender nuestra acción de diversos modos, hacer más fuerte y perdurable el compromiso.

—¿Podremos cambiar el mundo?

—Podríamos intentar cambiar nuestro mundo y el mundo inmediato a nosotros, ese que nos rodea. ¡Y eso no es poco!

Candi II

([email protected])




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