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miércoles,
12 de
septiembre de
2007 |
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Charlas en el Café del Bajo
—Tengo una carta muy importante que deseo transcribir. Es del padre Angel Martínez Sagasti y son conceptos aclaratorios de algo que escribí hace unos días. Reproduzco la carta: “He leído tu columna de hoy en LA CAPITAL y quiero hacerte una precisión. Supongo que tienes clara la diferencia entre fundamentalismo y defensa de la verdad, pero en la exposición podría quedar una cierta duda, cuando afirmas que todos los creyentes de las diversas religiones deben vivir con intensidad su fe, pero sin fanatismos, sin creer que ellos poseen la única verdad, es decir, sin imponerla a los otros. Es cierto, pero hay que matizar. Me explico: yo creo que Jesucristo es la Verdad, el Camino y la Vida y que, por lo tanto, como enseña la Iglesia, es el único camino para llegar a Dios y salvarse. Esta convicción no hace que me considere superior a los demás y quiera imponerles mi fe, sino que me lleva a no guardarme para mí solo este tesoro que he recibido sin merecerlo, sino ofrecerlo (no imponerlo) para que también lo compartan los demás. Se trata de conjugar el respeto a la libertad religiosa con la búsqueda de la verdad, es decir, que nadie sea coaccionado a actuar en contra de su conciencia y, a la vez, que busque la verdad, que confíe en la capacidad de su razón para conocerla y también que pida a Dios la gracia de recibirla y aceptarla. Muy bien expresaba esta idea el Papa en Viena, en su homilía del día 8 de septiembre en el Santuario de Mariazell. Transcribo sus palabras: «Necesitamos la verdad. Pero claro, a causa de nuestra historia, tenemos miedo de que la fe en la verdad comporte intolerancia. Si este miedo, que tiene sus buenas razones históricas, nos asalta, es tiempo de contemplar a Jesús como lo vemos aquí, en el santuario de Mariazell. Lo vemos en dos imágenes: como niño en brazos de su Madre y sobre el altar principal de la basílica, crucificado. Estas dos imágenes nos dicen: la verdad no se afirma mediante un poder externo sino que es humilde y sólo es aceptada por el hombre a través de su fuerza interior: el hecho de ser verdadera. La verdad se demuestra a sí misma en el amor. Nunca es propiedad nuestra, no es un producto nuestro, como tampoco es posible producir el amor, sino que sólo se puede recibir y transmitir como don. Necesitamos esta fuerza interior de la verdad. Como cristianos nos fiamos de esta fuerza de la verdad. Somos testigos de ella. Tenemos que entregarla como la hemos recibido, tal y como se nos ha entregado». Espero que me haya sabido explicar. Un fuerte abrazo”.
—El problema se plantea, por ejemplo, cuando un imán dice: el islam es la única verdad, el único camino que lleva a Dios, los demás son todos infieles. Se sigue planteando cuando un rabino afirma que el cristianismo miente, pues Jesús no es el mesías y se sigue planteando cuando un católico sostiene que lo de él es la verdad y lo demás es falso. Y entonces un lector, con razón, podría preguntarse: ¿y cuál es el camino que me conduce a Dios? ¿Hay una religión verdadera por la cual únicamente se accede a Dios y las otras son placebos, inútiles, inservibles? Mañana expreso en lo que creo profundamente.
Candi II
([email protected])
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