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 domingo, 18 de febrero de 2007  
Florencia, la joya de la Toscana
Una ciudad que refleja las mejores luces de la época renacentista

Veintidós mil novecientos kilómetros cuadrados, más de cien reservas naturales, diez provincias, doscientos ochenta y siete municipios, dos ríos con nombres que imponen: Arno y Tiber, denominaciones de origen como Chianti o Montalcino y algo más de tres millones de habitantes, son algunos de los atributos geográficos y poblacionales de una de las regiones más conocidas de Italia: Toscana.

Instalada en la zona central del país, en un territorio carente de grandes alturas, ofrece su pecho al mar Tirreno y le regala un archipiélago con islas de nombres evocadores: Capria, Elba, Gorgona, Giannutri, Giglio y Montecristo. Todas ellas conforman un parque nacional, uno de los 21 que enriquecen la naturaleza peninsular.

Si el arte primero y los paisajes después consiguieron extender —sin importar idiomas ni fronteras— una forma toscana de ser y sentir, Florencia, su ciudad más importante, se instaló en el olimpo de las urbes elegidas, aquellas que provocan admiración y ofrecen cien motivos para ser consideradas.

Fue en Florencia donde el Renacimiento italiano consiguió alumbrar sus obras más tempranas, donde las artes estallaron como nunca antes y nunca después, en tiempos en que las sombras se hicieron luz y todo el tenebrismo de la Edad Media principió a cambiar de nombre.

Florencia se hizo indispensable a fuerza de república, conspiraciones, victorias y sobornos, utilizando libretos aprendidos de celebridades cuyos nombres pasaron a ser adjetivos, como Médici, Savonarola o Maquiavelo.

Grandezas y miserias, dos caras contrapuestas de un mismo afán iniciado a partir de un minúsculo reducto etrusco, a la postre convertido en Patrimonio de la Humanidad, el mismo que agradecen los 350 mil florentinos —aproximadamente— que integran el censo de pobladores.

Son ellos quienes “saludan” cada mañana a Lorenzo el Magnífico y a su mecenazgo, al talento concentrado en artistas como Miguel Angel, Leonardo, Brunelleschi, Giotto, Ghiberti, Boticelli, Fra Angélico, Donatello y tantos otros que con sus obras convocan a millones de visitantes.

Saben los florentinos que la riqueza que custodian es tanta, tanto su atractivo, que la gente seguirá llegando siempre, independientemente del caos circulatorio, de los precios abusivos, de las colas a la entrada de los monumentos y de la desidia en algunas oficinas de información.    Santa María del Fiore, Santa María de la Flor, en el centro de la historia, es iglesia catedral y Duomo, por ser el lugar donde el obispo ejerce su cátedra y domus (casa) de todos, “aunque no seáis florentinos, aunque no seáis creyentes”, según palabras de la Arquidiócesis.

“Las obras de arte en el interior de la catedral contienen significados civiles y religiosos, todos ellos centrados en la idea de la dignidad del ser humano, de su grandeza y de la elevación que le ha sido otorgada por Dios” ilustran las autoridades eclesiásticas, refiriéndose al monumento del siglo XIV dotado de una cúpula grandiosa nacida del genio de Brunelleschi, donde convergen todas las miradas.

El arquitecto renacentista encontró buena compañía en la inmensa nave, porque todo lo que en ella brilla es arte y dignidad. Frescos de Vasari representando el Juicio Final en las alturas, y un muestrario de piedras pulidas blancas, rosas y verdes por debajo, dibujando formas imposibles en suelos y paredes.

Esta materia, el mármol, nacida de las entrañas de la tierra, se prolonga en el Campanario del Giotto y en el vecino Baptisterio de San Juan Bautista, donde Ghiberti se esmeró tanto que consiguió producir la Puerta del Paraíso.

La necesidad de trascender de los antiguos, de elevarse a metas infinitas, dieron como resultado una concentración de monumentos religiosos difícil de asimilar. A la ya citada Santa María del Fiore se suman, en un perímetro de pocas calles, la Basílica de Santa María Novella y las iglesias de Santa María Maggiore y San Lorenzo, cada una dotada de innumerables tesoros.
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Il Ponte Vecchio, además de comunicar el centro de Florencia, con los suburbios, es uno de los lugares más visitados por los turistas.



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