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domingo,
18 de
febrero de
2007 |
[Lecturas]
Y una diosa apareció
Narrativa. "Ser una diosa. Una mujer divina en la tierra", de Ricardo Coler, Planeta, Buenos Aires, 2006, 216 páginas, $29.
Lisy Smiles / La Capital
Mezcla de turista con antropólogo renegado, Ricardo Coler esta vez viajó a Nepal para lograr entrevistarse con una diosa viva. El deseo de llegar a una deidad de carne y hueso le costó cuatro viajes a ese país, y un sinnúmero de experiencias que reunió en “Ser una diosa” (Planeta), su último libro. Con recursos cercanos al diario íntimo o al cuaderno de bitácora, Coler recrea el ambiente místico de Nepal pero también las consecuencias de ser una diosa y casi podría decirse de “no morir en el intento”.
Las expectativas conque este médico y fotógrafo emprendió la aventura de llegar hasta una diosa viva en Nepal marcan el inicio del libro. “Mañana por la mañana me encuentro con la Diosa. Doy por descontado que esta noche me quedo sin dormir”, advierte en las primeras líneas de su viaje literario. Sin embargo, no será tan fácil hacer contacto con una Kumari, como se las designa en Nepal.
Es que estas niñas, sí son niñas, viven celosamente custodiadas, y salen de su palacio sólo una vez al año durante un festival donde la gente las puede ver, momento tras el cual se entrevistan con el rey, también por única vez en ese lapso.
Mientras emprende la búsqueda hacia la diosa, Coler describe el ambiente con el que se va topando. Porque su mirada es de descubrimiento, no deja rincón o personaje sin escudriñar. Así desfilan por el libro guías turísticos, dueños de hoteles y bares, los típicos y no tanto turistas que buscan el Everest, ex deidades y también lo que quedó de la avanzada de los hippies en los 60 y 70, cuando la meta era llegar a Katmandú.
La galería de personajes tiene sus razones. Es que el primer encuentro con una Kumari fue casi silencioso y ante la perspectiva de que fracase la posibilidad de un diálogo extenso, Coler comprende que no sólo el contacto cara a cara vale la pena. Igual y a pesar del esfuerzo, se sienten algunos blancos en este diario de viaje. Allí aparecen las conversaciones con sus guías, una interesante crónica de lo quedó del ideario hippie en Katmandú, o un instructivo detalle de deidades entre Oriente y Occidente.
La idea que da sustento al libro cautiva. Tras el argumento de que entonces, 2000 o más años según la religión de que se trate, Dios hablaba en vivo y en directo con los hombres, Coler pretende revivir esa experiencia en tierra firme y por eso sale a buscar una diosa viva.
Porque se cree o se descree, porque seduce o produce rechazo, lo cierto es que siempre es interesante tratar de entender cómo se genera una atracción de ese tipo. Y en este caso se trata de mujeres, que evidentemente parecen la brújula de Coler, ya que no sólo dirige la revista cultural “Lamujerdemivida”, sino que logró un best seller con “El reino de las mujeres”, donde reveló la vida de un matriarcado en una aldea china.
Entre barbies y algodones El tono de la escritura del libro es otra de las claves. Si bien hay cierta intención didáctica, Coler nunca se pone afuera de lo que relata. Ya sea lo que ve u observa o lo que reproduce en tanto discurso legendario, el autor de “Ser una diosa” siempre vuelve la mirada y destila algo de los que mejor le sale: ridiculizar algunos sobreentendidos de la sociedad occidental.
Por eso es que si bien explica cómo se construye una diosa en Nepal (deben ser niñas y pierden la condición divina cuando llega la pubertad) y eso le produce cierto asombro, lo extraño se desvanece en el aire cuando aparece la comparación con las religiones occidentales.
Coler logra entrevistarse con ex diosas, algunas adolescentes y otras cercanas a los treinta años, y describe cómo es ese paso. A veces, creen que siguen siendo diosas pero también en otras situaciones logran adaptarse.
Como son de carne y hueso, despiertan en Coler una curiosidad particular, que llega hasta el lector, como cuando detalla que al lado de una de ellas se ve a una Barbie o un televisor. Es interesante, además, el rastreo que hace el autor sobre la creencia en estas deidades. Así, al preguntar a los devotos cómo es la experiencia de creer en una diosa viva, obtiene como respuesta sólo cuestiones de fe. Entonces, la racionalidad del entrevistador queda fuera de cuadro. Coler parece reírse de si mismo y por ende de la cultura occidental.
En el final, relata un hecho a modo de despedida. La anécdota que describe funciona como ejemplo de cómo opera el juego de la narración, de la construcción de un relato, cuando se parte de una observación real. “Estuve con una diosa —dice—, una de verdad. Viva, presente, visible. Conocí a las que lo fueron, a los sacerdotes y a quienes creen en ella. Pero también tengo dos columnas en una libreta blanca. Los hechos y mi interpretación de los hechos. No. No son dos columnas, hay una sola, o ninguna. En cuanto empiece a escribir, con los elementos que tengo, habrá otra vez una historia”. Y la contó.
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