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 domingo, 18 de febrero de 2007  
[Letra chica]
Maldito loro hablador

Lisy Smiles / La Capital

Había una vez un marinero holandés que llegó a un puerto inglés a vender exóticas telas, un mono y un loro. Un desconocido, que en realidad era un noble inglés, lo invitó a su casa tras la promesa de que le compraría el ave, ya que vivía solo. El hombre de mar se extrañó ante la sugerencia, pero igual siguió a su posible comprador.

Caminaron más de una hora, hasta llegar a la vivienda. El desconocido cerró con llave la verja de entrada, y una vez adentro trajo una jaula para el loro. Luego, pidió al marinero que fuera hasta un cuarto contiguo, donde tenía una mesa para extender las telas.

Apenas ingresó al salón, se sintió que una llave cerraba la puerta. El marinero se desesperó, intentó huir pero no pudo. Miró a través de un tragaluz y allí vio que un revólver le apuntaba.

El supuesto comprador lo obligó a tomar un arma y a ingresar a un sector que se descubría tras una cortina. Allí, había una mujer sujetada por sus pies y manos. Era la esposa del caballero inglés. Gritaba que era inocente y que había sido llevada engañada. Su esposo amenazó al marinero con que si no la mataba antes de que contara diez, él sería el que moriría. Entonces, el hombre de mar disparó contra la mujer.

Unos días después, la policía encontró el cadáver de ella y el del marinero con un tiro. La gente quedó sorprendida ante el escenario que se encontró en esa casa, más tratándose de una mujer respetable, esposa de un noble. Sorpresa que se extendió al viudo, que quedó viviendo solo en su mansión de Londres, con un mucamo mudo y un loro parlanchín que cada tanto bramaba “Harry, soy inocente”.

El relato está basado en un cuento de Guillaume Apollinaire (Roma 1880 - París 1918), escritor ligado al surrealismo y al cubismo. Y es, sin dudas, una muestra de que no siempre es certera la frase “la realidad supera la ficción”.

Basta recorrer al menos dos casos que ya consumieron cientos de especulaciones como los asesinatos de María Marta García Belsunce y Nora Dalmasso.

A un siglo de que Apollinaire escribiera "El marinero de Amsterdam" pareciera que a los investigadores de los citados crímenes sólo les falta encontrar un loro para que guíe sus pesquisas. Eso sí, hay quien dice que cometieron una distracción cuando detuvieron a un pintor por el caso Dalmasso: un dicho popular advierte que "el perejil es un veneno para el loro".


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