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 domingo, 18 de febrero de 2007  
Abuso infantil. Los ataques sexuales contra chicos aumentaron en fecuencia y gravedad en Rosario
"Todos se convirtieron en socios del silencio y nadie quiso escucharme"
Fue abusada por su abuelo desde pequeña y buscó ayuda para que aquel daño la dejara vivir. Ahora es una mujer "entera" y relata cómo superó la apatía de su entorno familiar

Silvia Carafa / La Capital

Algo se rompió en ella cuando tenía tres años. No alcanzaba a entender pero intuía. No estaba mal que su abuelo la invitara a ver la huerta. Pero no estaba bien, sentía, que esos dedos con anillos dorados hurgaran en algunas partes de su cuerpo y que ese olor irrespirable del habano estuviera tan cerca de su boca. En esa contradicción, que ella presentía devastadora, hacía pie su abusador. Cuando no pudo más le contó a su mamá lo que pasaba con el hombre autoritario de la casa.

"Le conté lo que me hacía y lo que me hacía hacer, pero mi mamá me dijo shhhh", relata ahora María, con un dedo cruzado sobre los labios, replicando el candado con el que la familia cerró a cal y canto su suplicio infantil. Ahora, a los 48 años, tiene una definición para aquel abismo en el que cayeron sus palabras de pequeña doliente. "Todos se convirtieron en socios del silencio, todos entendieron lo que dije y nadie quiso escucharme", dice con una voz que intenta seguir entera a pesar de que el dolor le pone algunos trazos gruesos, igual que a su mirada.

María apoya su ansiedad en dos o tres cigarrillos que prende durante la charla. En otra habitación está su pareja, sus tres hijos salieron, pero todos conocen su drama. Nunca ocultó lo que le había pasado. A los 19 años consiguió trabajo para pagarse un psicólogo y no tiene palabras para agradecer a su primer terapeuta. El le enseñó a convivir con esa grieta amarga que abrieron en su alma cuando apenas empezaba la vida.

"Un abuso no se olvida, no se borra, no deja de existir, está todo el tiempo. Pero tenés que aprender a poner ese dolor a un costado del alma para que te deje vivir", dice. Y evoca la tarde en que habló. Recuerda el ruido de las paletas del lavarropas celeste, el roce de la ropa contra la tabla de lavar y ella buscando palabras para que la entendieran. "Creo que si una criatura de tres años habla de sexo oral nadie puede pensar que fabula porque son cosas que un chico no sabe a esa edad", reflexiona María en la cresta más dolorosa de su relato.


Mirar para otro lado
María vivía en una ciudad de la provincia de Buenos Aires su padre había perdido el empleo y la familia se refugió en la casa de los abuelos paternos Jubilado de uñas lustradas zapatos de brillo impecable y un reloj de cadena a la cintura la presencia masculina opacaba al resto de los habitantes de la casa Ella recuerda los detalles y los repasa El infierno empezaba a la hora de siesta cuando todos dormían o simulaban hacerlo

"Me escondía, quería ir a dormir con mis padres pero no me dejaban o buscaba quedarme cerca de alguno de mis hermanos. Pero él aparecía y me decía: «Vamos a buscar huevitos» y me llevaba al patio", relata. Después la rutina, la vida simulada cada día, la impunidad como registro insólito para una nena de tres años. La mesa tendida y el asco. Hasta los 9 años, cuando empezó a dejar de comer y a tener problemas de concentración en la escuela.

"El médico abrió los ojos cuando le dije que la comida me aburría y creo que ahí mi mamá dejó deslizar algo porque nos mudamos y nunca más volví a esa casa", explicó María. Con sus padres y dos hermanos se vinieron a Rosario y a los 20, mientras le estaban enseñando a salvarse y a vivir, regresó a aquella ciudad, reunió a tíos y primos y contó lo que le había hecho el abuelo. Ahí supo que no había sido la única víctima.

La sensación corporal que te deja un abuso es rigurosamente destructiva es como si tuvieras un bicho adentro que te va comiendo y te vas quedando sin interior describe María Aunque abre una vía para que el alma respire Sí se puede hacer algo Por empezar hay que buscar ayuda y hablar porque la palabra abre y libera opina desde su experiencia que le permitió entender cómo fue el emergente de una familia enferma

"Un abuso te marca la vida, pero te puede hacer más daño si no lo enfrentás, si no le ponés cojones", dice María y advierte que dejar en las sombras la experiencia amarga de una violación es el peor camino. "Yo decidí sanarme y aprender a vivir, a mis hijos les hago sentir que tienen en a mí una aliada, alguien que siempre les va a creer", asegura, mientras con su relato cierra una vez más las grietas de su pasado.
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