La agencia federal de aviación y un subcomité del Congreso habían advertido ya el año pasado sobre las deficientes medidas de seguridad en los aeropuertos de Estados Unidos, donde personas sin autorización podían ingresar en zonas restringidas o burlar los sistemas de detección de armas. Las advertencias parecieron haber sido vanas, según quedó demostrado ayer con la ola de atentados terroristas lanzados en Washington y Nueva York utilizando como arma mortífera aviones que fueron secuestrados después de despegar de tres aeropuertos distintos.
En marzo del 2000, la oficina del contralor federal y el Ministerio de Transportes entregaron al subcomité de Aviación de la cámara baja del Congreso sendos reportes que criticaban ampliamente las medidas de seguridad existentes en los aeropuertos del país. El informe señalaba que varios de sus agentes lograron penetrar áreas restringidas en seis aeropuertos distintos e indicó serias deficiencias en los sistemas de control de los empleados de las estaciones aéreas. Sofisticados equipos para la detección de explosivos, valuados en un millón de dólares cada uno, estaban subutilizados en los treinta principales aeropuertos del país, según el informe de Transportes. Nadie logró explicarse, hasta el momento, cómo lograron los atacantes subir a los aviones, ni mucho menos cómo pudieron controlarlos y hacerlos chocar contra sus objetivos. En el reporte que presentó a los legisladores, la oficina del Contralor advertía que los empleados de los aeropuertos, incluyendo los encargados de la seguridad, están mal pagados, y urgía a la Federal Aviation Administration (FAA) a mejorar las condiciones de trabajo y el entrenamiento de los agentes de la vigilancia en las estaciones aéreas del país. Al conocerse las denuncias de las agencias federales, la FAA afirmó en ese entonces que ningún avión estadounidense había sido secuestrado desde 1991. De todas maneras, tres meses antes, en enero del año pasado, la FAA había admitido que la seguridad de los aeropuertos estadounidenses debía ser mejorada, y sugería la instalación de mejores sistemas de rayos X para detectar armas.
La FAA debió admitir entonces las debilidades del sistema estadounidense después de que una investigación comparativa demostrara que los equipos instalados en los aeropuertos estadounidenses detectaban el doble de objetos sospechosos que los equipos norteamericanos.
Un portavoz de la FAA admitía a la prensa haber visto en Europa "agentes con mejor entrenamiento y salario, mejor preparados por las empresas fabricantes de los equipos y con una mejor performance en detectar objetos sospechosos, en comparación con los equipos encargados de las pantallas de rayos X en Estados Unidos". En los primeros meses del 2000, cuando el debate estaba en su punto culminante, el reconocido experto en terrorismo internacional Paul Wilkinson advertía que "Estados Unidos, el país líder en el sector de la aviación, sufre de graves debilidades en la seguridad de sus vuelos domésticos, aun cuando muchas medidas fueron reforzadas".
De todas maneras, ninguno de los expertos -ni siquiera aquellos que pintaban el escenario de la peor pesadilla terrorista- llegó a imaginar la posibilidad de aviones secuestrados y lanzados en vuelo mortal contra rascacielos en Nueva York o contra el corazón del sistema militar estadounidense en Washington. (ANSA).