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 miércoles, 16 de marzo de 2005  
La incorregible Argentina

Jorge Levit / La Capital

Un inglés, hombre de negocios, preguntó hace unas semanas si en la Argentina había propiedades a buen precio para comprar. Se dedica al reciclado de viviendas antiguas en varias partes del mundo y su última inversión fue en Grecia, donde los inmuebles han subido de precio pero siguen muy inferiores a los de Inglaterra.

La respuesta desde la Argentina fue contundente: a valor dólar las propiedades no son caras pero la inversión no es recomendable para un extranjero por las complejidades de la política y economía vernáculas. Un británico, típicamente obsesivo de la puntualidad y puntilloso a la hora de firmar un contrato, difícilmente pueda sobrevivir en esta jungla criolla. Cómo explicarle, por ejemplo, que una gran mayoría de los economistas mediáticos del país que opinan de todo, lo que saben y no saben también, no han acertado ni un solo pronóstico en los últimos años. Son los que recomendaron a la gente comprar bonos del Estado argentino que después cayeron en default, pronosticaron una hiperinflación para el 2001/2002 o aconsejaron a las empresas pasarse al dólar porque el peso se depreciaría más allá de 3 a 1. Y la lista sería interminable.

Cómo se le puede explicar que las mismas empresas que a diario ve funcionar eficientemente en Europa, en estas latitudes tienen graves deficiencias y cobran tarifas increíbles. Habría que remontarse a la historia de las privatizaciones en la década del 90 y analizar la trayectoria de muchos de estos holdings y sus ganancias al amparo de un Estado incapaz para ponerle límites.

Sin bucear demasiado en el pasado, cómo un extranjero podría manejarse en un país con depósitos bancarios todavía retenidos por los jueces, bonistas que cobrarán a 40 años si tienen suerte y grupos monopólicos que fijan precios a su antojo. Cómo interpretará que el presidente del país llame a un boicot nacional contra una empresa petrolera. Argentina, se preguntará, es un país capitalista, socialista, populista o un producto típicamente nacional imposible de encuadrar. Difícil responderle.

La Argentina, que le viene escapando al infierno desde hace algunos años, no logra mantener por mucho tiempo un equilibrio sustentable económico y político. La presión sobre los precios, el fantasma de la inflación, las elecciones legislativas de este año, la avidez por los cargos, los anuncios que se desdibujan y la nefasta cultura de la avivada criolla, se juntan como maléfico preanuncio del tiempo de una nueva crisis. En cualquier análisis sobre el país se destacan con claridad las cíclicas tormentas políticas, sociales y económicas que se repiten década por medio. Es cierto que su intensidad está en relación directa con la calidad de sus gobernantes. No son lo mismo, pese al pacto de Olivos, Alfonsín y Menem. Y menos aún De la Rúa y Duhalde/ Kirchner.

En un país con un crecimiento de casi el nueve por ciento, una desocupación que cede lentamente y un cuerpo social que se recupera de la casi desintegración de fines del 2001, no deberían surcar los fantasmas del pasado reciente. Pero estamos en la Argentina y no en la España posfranquista de Adolfo Suárez, la Alemania de posguerra de Konrad Adenauer o la Francia de Charles De Gaulle. Aquí todo puede volver y con más intensidad que antes. Si el inversor británico decide seguir adelante después de haber leído la historia argentina de los últimos 50 años y resuelve radicarse en esta zona del litoral del país, habrá que explicarle también algunas cosas más terrenales y alejadas del mundo de las finanzas.

Llegará a una provincia donde las clases prácticamente no han comenzado por la huelga de los maestros y un gobierno que no encuentra la forma de resolver el conflicto. Es la misma provincia que paga jubilaciones privilegiadas y de nivel europeo desde hace años a un grupo minúsculo de ex funcionarios y ciudadanos con la plata de todos los santafesinos. Con el dinero de los contribuyentes se sostiene una caja de jubilaciones deficitaria en lugar de pagar mejores sueldos y formar a los que educan a los niños. Un contrasentido que nadie ha querido resolver por la férrea oposición del patriciado santafesino.

Pero hay más: después de digerir la amarga sensación del desprecio por la vida humana que permitió que casi doscientos jóvenes murieran en un boliche porteño por las coimas pagadas para habilitar un local, en Rosario se lanzó una cruzada por la seguridad. Pero todos saben, y si no hay que preguntarles a los adolescentes, que las normas se siguen violando y que, por ejemplo, en los boliches para mayores también ingresan menores de edad.

Mientras se descubren y corrigen irregularidades, la ciudad soportó dos derrumbes que por milagro, nada más, no causaron una tragedia. Cómo hacerle entender a alguien con criterio que los responsables del área que debe controlar las obras en ejecución y las ya terminadas todavía estén en sus cargos. Los derrumbes pasaron a ser otro atractivo turístico de Rosario. Ya hubo dos entre fin de febrero y principios de marzo.

La Argentina es como Borges describió alguna vez al peronismo: incorregible. Pasó de ser el granero del mundo a principios del siglo XX a convertirse en un país con 50 por ciento de pobres a comienzos de la centuria siguiente. Fue gobernada por Illia y también por el asesino Videla; por Perón y por su discípulo Menem; por De la Rúa y por Kirchner. Cada uno sacará sus propias conclusiones de cada período histórico y de sus presidentes, pero nadie podrá negar qué difícil es explicarle a un extranjero cómo es la Argentina.

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