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 domingo, 05 de diciembre de 2004  
Cuestión de palabras
"La lengua es un animal salvaje"
El discurso de Roberto Fontanarrosa sobre las malas palabras provoco un debate entre Nicolas Rosa y Horacio Gonzalez en la Facultad de Ciencia Politica

Paola Irurtia / La Capital

El discurso que pronunció Roberto Fontanarrosa en el Congreso de la Lengua Española se convirtió en el centro de una discusión sobre la lengua que reunió a Horacio González y a Nicolás Rosa, profesores de la Universidad Nacional de Rosario y de la Universidad de Buenos Aires y dos de los ensayistas más relevantes en el panorama actual de la literatura argentina. La preocupación por el debate partió de González, que estaba en Francia al momento de realizarse el Congreso y conoció a través de la prensa la defensa que el escritor y humorista hizo de las malas palabras; Rosa, en cambio, participó como expositor y presenció la intervención de Fontanarrosa. La conversación se produjo en la antesala de las II Jornadas de Pensamiento Argentino, que se realizó sobre el tema "Lengua nacional e idioma de los argentinos" en la Facultad de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Rosario (ver aparte).

"¿Por qué son malas las malas palabras? -se preguntó Fontanarrosa en el Congreso- ¿Son malas porque les pegan a las otras palabras? ¿Son de mala calidad, y cuando uno las pronuncia se deterioran? ¿Quién las define como malas palabras? Tal vez sean como esos villanos de las series de televisión, que al principio eran buenos pero a los que la sociedad hizo malos". Al cerrar su intervención pidió "una amnistía para las malas palabras: vivamos una Navidad sin malas palabras, integrémoslas al lenguaje y cuidemos de ellas, porque las vamos a necesitar".

La preocupación de Horacio González por las malas palabras volvió en los sucesivos paneles de las Jornadas. "Es la dialéctica del secreto (lo que está en juego), la que no se puede decir en cualquier circunstancia y la que se brinda al uso público", dijo.

Nicolás Rosa: Escuché la ponencia de Fontanarrosa y como el mismo presidente de la Real Academia Española me cagué de risa. A Fontanarrosa lo conozco de toda la vida. No sabía que tenía tanto dominio de la palabra.

Horacio González: Sé el hincapié que pone en la parodia y la gracia, basada en el absurdo, lleno de imaginación. Pero me pareció desacertado su planteo de que las malas palabras pasen a un plano de visibilidad. Incluso me pareció un gran error. Un humorista no tiene por qué estar al margen de la posibilidad de una reflexión crítica. Creo que él hace un gran trabajo de la lengua. En los cuentos, realmente la lleva al borde, la deja caer en un precipicio, crea una especie de plástica superior. Lo que me da la impresión es que su ataque al ejercicio de la crítica intelectual lo lleva a un error. Evidentemente su estilo de intervención quiere decirle algo, no a la academia, que importa poco, sino a la tradición de la crítica.

N. R.: ¡Ya nadie critica a la Academia! Es un objeto inobservable de la cultura en la que estamos.

H.G.: Pero él quiso decirle algo a la tradición crítica también. A mí me gusta Fontanarrosa. Pero hay que tomar una bandera de discusión sobre el idioma. Y me parece una discusión muy interesante. Si lo que se desprende de lo que dijo es una suerte de fin de la interdicción sobre las malas palabras, creo que afecta al conjunto del ejercicio de la literatura, incluso a su propia fuente. Incluso afecta a la creación de Fontanarrosa, al desplazamiento de Inodoro Pereyra. La tradición tan crítica a la academia española que siempre estuvo presente en la Argentina, en la discusión sobre el idioma, tampoco puede estar tan despojada de intereses vinculados al debate de la lengua castellana en la Argentina. Y lo de él parecía que estaba por encima.

N.R.: Es que a nadie, a nadie hasta ese momento se le ocurrió presentar una ponencia sobre eso. Fue el tipo que de alguna manera se atrevió a sacarlo a relucir. Pero la academia es básicamente reaccionaria. La academia, en su constitución, no la academia platónica, sino esta academia, la española, generada en 1726, siempre se constituyó en una especie de protección de la lengua. La lengua es indómita, no hay academia que la pueda domesticar. Cómo vas a domesticar la lengua, la lengua va más allá de los usuarios.

H. G.: ¿No es lo que habrá querido decir Fontanarrosa?

N. R.: Sí, en otro nivel, dice más o menos lo mismo.

H. G.: Lo indómito equivaldría a un insulto, pero el insulto sale de un subsuelo que hay que proteger. Ese subsuelo es la gran fábrica de la lengua, que la lengua debe proteger. Lo que se protege es tener una carga y un valor especial que definen al sujeto de manera más dramática, en situaciones específicas y que juegan con un desgarramiento muy grande. Los insultos ponen en tensión toda la lengua. Para que eso ocurra deben tener un grado extraño de sumergimiento, de secreto, incluso. Por más humoradas que haga Fontanarrosa, debe reconocerse esa dimensión, que es una dimensión casi sagrada del idioma.

N. R.: Yo le sacaría la palabra sagrada. La lengua es indómita, es un animal salvaje. Y la academia quiere domesticarla. No lo va a lograr nunca.

H. G.: Bueno. Acepto lo de salvaje.

N. R.: Y sabés qué ejemplo doy: la poesía. César Vallejo. No hago un análisis de tipo poético. Si tomamos enunciados y los deletreamos al final hallamos que esos enunciados no dicen nada a nadie, no se entienden. Ahí está el salvaje, atentando contra la semántica de la lengua. La poesía va mas allá y los académicos la consideran más acá.

H. G.: Me parece que la lengua es el uso simultáneo de todos esos planos: el plano salvaje, el plano institucional, el ceremonial, el plano civil, el amistoso.

N. R.: Ya la tenemos como institución.

H. G.: Es la tensión permanente en el uso de todos esos planos. No como institución, sino al mismo tiempo como institución y no institución. Justamente como improperio, como lo impropio. Eso me parece que es lo que si una lengua pierde, muere. Ese es el riesgo en que puso Fontanarrosa a la lengua. Para decirlo de otra manera: puso en riesgo esa dimensión de la lengua, pero con un chiste, en ese mismo lugar. Y por lo tanto, la volvió a poner en tensión adecuadamente. Puso en tensión el secreto del idioma.

N. R.: Cuidado, hay que ver cómo pensás el chiste. Si lo pensás como el chiste y su relación con el inconsciente, de Freud, el chiste siempre dice, sin decirlo, la verdad.

H. G.: Por eso puso en riesgo el poder de verdad profunda que tiene una lengua, pero al mismo al hacerlo a través de un chiste, ese riesgo quedó protegido nuevamente.
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González es parte de una tradición crítica.

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