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 domingo, 05 de diciembre de 2004  
Durmiendo con el enemigo. Relatos de hombres y mujeres que son víctimas de robos en sus propias casas
Traumas y amargas sensaciones, lo único que los asaltantes dejan
Más allá del botín material, los ladrones roban una porción importante de la intimidad de sus víctimas

Leo Graciarena / La Capital

La irrupción de un delincuente en el lugar donde uno suele estar más refugiado, el ámbito doméstico, es una experiencia que como pocas descalabra el orden psicológico de las víctimas. "La sensación de invasión o violación de tus cosas es tremenda", graficaba hace menos de un mes una mujer que había sido víctima de un robo mientras estaba en su casa, el lugar donde menos esperaba una agresión. Fue frente a su vivienda donde los delincuentes le rociaron los ojos con gas pimienta y la dejaron enceguecida momentáneamente. Después la llevaron hasta el departamento, la encerraron en el baño y robaron lo que hallaron a su paso. Algo parecido le ocurrió el fin de semana pasado a un profesional en el macrocentro rosarino. Mientras miraba televisión junto a su esposa en el dormitorio, un ladrón encendió la luz del cuarto y los robó: "Quedás con la sensación de que cualquier tipo puede entrar a tu casa, asaltarte, violar a tu mujer y nadie hace nada. Si no te cuidás vos y tus vecinos, parece que estás sólo", explicó el hombre.

"Nuestra casa es un ámbito íntimo que funciona como refugio. Cuando a la gente le roban en su casa, la persona queda en un estado de impotencia de no saber qué hacer y a qué lugar ir. Si ya ni en tu casa estás a salvo y no te sirve para estar seguro, dónde te refugias", explicó la psicóloga Cecilia Pedro, que forma parte del Colegio de Psicólogos de Rosario.

En la calle existe una percepción colectiva de que el robo es parte de la normalidad y que sólo es cuestión de tiempo hasta que todos los ciudadanos sufran un asalto. Es un hecho que aparece como inevitable. Como si se tratara de engriparse. Y ante esa posibilidad, hay que estar preparado. En ese sentido, la psicóloga comentó: "No es normal que a uno lo roben, pero estamos acostumbrados. Y eso sucede por la sociedad en la que vivimos. Hay lugares donde esto no pasa porque se vive de otra manera. Acá la ley se transgrede permanentemente y las normas regulatorias que deberían proteger los vínculos entre las personas, se han quebrado. Entonces, el robo es parte de la costumbre. Ya nadie se asusta por la noticia de un robo. A nadie le asombra la violencia en un robo, cuando es algo que debería asombrarnos".

El asalto a una casa no es algo novedoso. Es sólo el reflejo del diario vivir en una sociedad enferma de violencia. Cuando el ladrón se va, deja detrás un impacto psicológico muy fuerte en la víctima. Y más aún cuando hubo armas, amenazas y agresiones físicas. De la humillación al desamparo, del temor a la usurpación del refugio. Un cuestionamiento permanente, cambios de hábito y la sensación de que todo pudo ser peor, quedan flotando en las mentes de las víctimas.


Diario de un robo
El robo es una situación traumática que marca un antes y un después en la vida de la víctima. Todo cambia. Matilde Burchardt tiene 33 años, es misionera y abogada. Vive desde hace ocho años en Güemes al 2200 y el sábado 13 de noviembre, a la 0.30, le dieron ganas de fumar. Buscó los cigarrillos y se dio cuenta de que no tenía. Decidió ir a comprar a la estación de servicios de Brown y Alvear. Cuando regresaba a su departamento en Pichincha, un muchacho la tomó del suéter y la sujetó mientras otro le rociaba un spray que la dejó momentáneamente ciega. Los dos bribones la metieron en su casa a empujones, la encerraron en el baño y se dedicaron a buscar todo objeto de valor en el departamento. Después de algunos minutos, se fueron con el botín y dejaron tras de sí incertidumbre y angustia.

"¿Cómo la estoy piloteando? Como puedo. Gracias a Dios no hubo violencia física, pero sí psíquica. En el momento quedas shockeada, después, cuando te calmás, empezás a analizar ciertas cosas: para qué salí a esa hora o por qué fui por un vicio. Pero bueno, creo que todo esto me sirvió para tomar mayores precauciones en la calle", comentó mientras encendía un rubio. "No grités y caminá", le advirtieron pasada la medianoche a Matilde, quien estaba sola en su casa. Los ladrones le llevaron cerca de 2 mil pesos.

Nada es igual después de que el usurpador se va. "No sufro de ataques de pánico, no me pasa que no quiero salir a la calle o claustrofobia. Pero sí extremo muchos los recaudos y hoy presto más atención a la gente. Observo más", explicó.

"Los primeros días todo el mundo que me cruzaba en la calle me parecía sospechoso -continuó el relato de la mujer-. Quizás por la desesperación de que yo no los pude reconocer a los pibes, porque no me dieron un instante como para delinearlos más o menos. Creo que los primeros días traté de buscar en mi interior aquello de lo que me podía acordar y lastimosamente no me acuerdo de nada. Eso me genera por un lado bronca, pero por el otro... ya fue".

"Ojalá nunca más me vuelva a pasar y que no le pase a nadie -agregó Matilde-. Porque sentís desazón y desesperación. Tenés una sensación de vacío y quedas preguntándote ¿por qué a mí?".

Después del robo hay que volver a la normalidad y enfrentar como desafío lugares que eran parte de la cotidianidad. "Pasé por esa esquina, durante el día, cuando había mucha más gente en la calle que la noche en que me robaron", explicó la mujer con una sonrisa nerviosa. "Y sí, es lógico: me causa un shock. Pero no sé si es un mecanismo de autodefensa, de acorazamiento o de qué. Pero traté de no quedarme con eso y darme manija. Trato de superarlo lo más rápido posible y lo mejor que se pueda. Pasé durante el día, pero dudo que lo haga por la noche".






Adentro de la habitación
A Ariel Sánchez le tocó vivir una experiencia similar el domingo pasado, de madrugada. Saturado de la fricción social de su diario trabajo en un medio de comunicación, miraba televisión en el dormitorio de su casa de 9 de Julio al 3100. Estaba junto a su esposa. Sus hijas, de 8 y 13 años, no estaban en la casa. Era la 0.30 y una de las niñas estaba por llegar junto a sus abuelos. De repente, alguien encendió la luz del cuarto y los apuntó con un arma. "¿Qué hace un choro en mi habitación?", se le disparó en la cabeza. No hubo tiempo a nada. El encapuchado ingresó por la terraza y se quedó 15 minutos. "Para mí el tipo no venía sólo a robar, también venía a violar", contó con calma frustración. "Si venía sólo a robar, se hubiera llevado todas las tarjetas que había en la casa. Se hubiera llevado el auto y más electrodomésticos", conjetura Ariel.

Sánchez tiene una imponente perra Doberman que esa noche no ladró. "Algo le debe haber tirado porque estuvo como tonta un largo rato. Aunque la perra de Doberman sólo tiene la camiseta", explica este hombre que se desgrana la cabeza para encontrar respuestas.

El bandido llegó sigilosamente por la terraza, entró a la cocina, inutilizó el teléfono y en silencio llegó a la habitación: "Dame la guita y el oro", le dijo a Sánchez. "Loco, te equivocaste de casa. Somos laburantes", atinó a decir sorprendido el dueño de casa. El hampón ató a Sánchez y utilizó a su esposa como guía. Se llevó dinero, algunas alhajas, una Bersa calibre 22 y dejó una familia temerosa. "Siempre dije que nunca iba a tolerar que mi familia se viera afectada por algo como los que nos pasó", explica.

"Si hubiera tenido la oportunidad de forcejear con el tipo, siempre que mi esposa no estuviera en la línea de tiro del delincuente, lo hubiera hecho. Y eso lo tengo pensado de antemano. Si me hubiera dado chance, habría intentado defender mi familia. No me importa lo material porque eso se recobra. Pero hace cuatro días que las nenas y mi mujer están temerosas. No quieren ir al quiosco. Y eso es lo que me jode", cuenta.

Como valor agregado al estrés del robo, a Ariel le quedan muchas preguntas por responder. "Mi esposa siempre me cuestionó que tuviera un arma en la casa. Y siempre le respondía: ¿alguna vez me viste armado por la casa o por la calle? El arma no es una cuestión de protagonismo, es para defender a mi grupo, y mi grupo son ella y las nenas. Y si tengo que matar a uno, lo haré. Adentro de mi casa no quiero a nadie que no haya invitado. Pero quiero que se entienda que no soy amante de la Justicia por mano propia. Hablo de la defensa de mi dormitorio, de mi cocina y de mi cama. No soy un justiciero", explica.

"Acá no sólo violan tu intimidad, sino que el que te tiene que defender no lo hace. Parece una curtida cuando pasás por una estación de servicios y ves 6 patrulleros a las 3 de la mañana. Entonces te preguntás: ¿qué están haciendo en lugar de hacer la ronda? o ¿cuál es el circuito de vigilancia? Esto podría haber terminado muy mal. Qué pasaba si la nena entraba, se ponía nerviosa y el ladrón también se alteraba. Y si disparaba, ¿en qué termina? Y si me ataba en el baño y violaba a mi mujer. ¿Cómo vivís después de eso? Mi mujer dice que es preferible antes de la muerte. Pero cómo vivís. No le das la espalda a nadie. ¿Y los chicos? Hasta la señora que trabaja acá está temerosa. Cae una hoja y está mirando para arriba a ver si baja el choro".


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"¿Cómo la piloteo? Como puedo", explica una de las víctimas.

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