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 domingo, 01 de agosto de 2004

Mueve montañas
Ignacio Peries: "El milagro más grande es el acercamiento a Dios"
A 25 años de su ordenación como sacerdote, el sacerdote repasa su vida y el extraordinario fenómeno religioso al que dio origen

La parroquia del barrio Rucci casi no tenía fieles hace 25 años. De entonces a hoy el cambio no puede ser más notable: allí se está gestando uno de los fenómenos religiosos más importantes del país, con una obra que se extiende a través de la fundación de templos, escuelas y comedores, y un seminario. El responsable de esa transformación es Ignacio Peries, el sacerdote de la orden Cruzada del Espíritu Santo, que vino hace 25 años de Sri Lanka a la Argentina, casi sin saber el castellano, y logró hablar al corazón de la gente.

Los Vía Crucis y la entrega de turnos para bendiciones son, año tras año, motivo de congregaciones multitudinarias. Los testimonios de curaciones milagrosas se suceden de manera incesante, aunque Ignacio insiste con que "el milagro más grande no es la sanación física, sino la espiritual". Peries nació el 11 de octubre de 1950 en un pueblo de Sri Lanka. El 29 de julio de 1979 se ordenó sacerdote y poco tiempo después llegó a Rosario.

-¿Cómo recuerda el día de su ordenación?

-Pasó una cosa realmente sorprendente, porque yo vengo de Sri Lanka, estudié en Londres y la ordenación fue en Swansea, una ciudad portuaria galesa bastante importante. Y fui ordenado por un irlandés que fue obispo de Gales. Así que fue una cuestión internacional. Además nos tocó un día hermosísimo. El sol brilló hasta casi las diez de la noche, algo muy raro en Inglaterra. Aunque no estaban papá y mamá, porque por los costos de los pasajes no podían viajar, hubo una familia que me adoptó en los últimos años de mis estudios en Londres, una familia polaca que me recibió como a un hijo. Ellos representaron a mis padres en la ceremonia. Y la ciudad entera festejó, porque me conocían mucho. La iglesia estaba llena.

-Usted dijo que ese día recibió una señal.

-Fue algo maravilloso de un amigo. Yo no tenía dinero para hacer una fiesta, por el costo. Una pareja apareció en la iglesia y me preguntó qué iba a hacer después de la ordenación. "Vamos a comprar unos sandwiches y unas bebidas -contesté-, y nos encontraremos en la parroquia con los sacerdotes y obispos". El hombre -ahora un gran amigo- me dijo: "Nosotros tenemos una sorpresa: haremos una fiesta para toda la gente que vos querés". Me quedé sorprendido, realmente no lo esperaba, porque eso costaba mucha plata. Yo había atendido a unas personas que eran dueñas de hoteles para solucionarles un problema de pareja. Tenían muchos problemas para casarse por la iglesia; sin darme cuenta, los ayudé para arreglar los papeles y los casé en la parroquia donde estaba. Entonces, como agradecimiento por lo que hice, abrieron un hotel, gratis, para una cena de casi mil personas, para festejar mi ordenación.

-En ese momento todavía no había escuchado hablar de Rosario.

-No. Mis superiores, el padre Tomás Walsh y el rector del seminario, Bengt Jacobson, me habían dicho que cuando terminara mis estudios yo iba a estar de misionero en Africa o en Australia. Pero después de la ordenación sacerdotal no me dijeron nada, porque mucha gente de Inglaterra había pedido que me dejaran allí. Para complacer a la feligresía, tal vez, el obispo dijo "Ignacio se queda un tiempo en Londres". Pasaron tres meses, no más, y me dijeron que tenía que ir a Venezuela, a Caracas. Bueno, estaba todo preparado, me despedí de mi papá y mi mamá dándoles la dirección de Caracas. Pero una noche, cuando miré el pasaje para saber en qué fecha y a qué hora tenía el vuelo, descubrí que decía Córdoba, Tancacha. Fue una sorpresa. Llegué a Córdoba sin saber mucho castellano, estuve estudiando más o menos tres meses. De ahí me mandaron a Rosario por tres semanas. Al principio yo no quería venir a Rosario, porque estaba cansado de las ciudades. El sacerdote que estaba acá era irlandés, el padre Bernardo Kelly; sufría mucho de asma y problemas respiratorios. Un día tuvo un ataque bastante feo, estaba internado, y me dijeron que viniera por tres meses a Rosario. Y acá estoy, veinticinco años después.

-¿Cómo fue ese paso de que no le gustaba Rosario a querer quedarse?

-Siempre tenía ganas de volver a Córdoba, porque originalmente me querían nombrar párroco de Embalse Río Tercero. Me gustaba el agua, la montaña, estaba enloquecido con el descanso que podía tener allá, más que en la ciudad. En aquel tiempo estaba como arzobispo Guillermo Bolatti. Justo cuando llegué, cuarenta sacerdotes dejaron sus hábitos en Rosario. Fue el conflicto con los sacerdotes tercermundistas. Faltaban sacerdotes en muchas parroquias. Yo daba ocho misas dominicales. No sé si algún sacerdote tan joven ha tenido que hacerlo. De Alberdi hasta Ibarlucea no había sacerdotes, venían algunos para dar misas los fines de semana en Ibarlucea y la Medalla Milagrosa, pero el resto estaba sin sacerdotes. Durante casi ocho años di ocho misas cada domingo. Sin auto, sin nada, iba en bicicleta, o con gente que me llevaba. Terminaba una misa, tenía diez minutos o media hora para empezar otra. Fue lindo, como una aventura.

-¿Es cierto que visitaba a la gente en su casa invitándola a ir a misa?

-Sí. En los primeros tiempos, durante la semana, si venían diez personas a la misa era un milagro. La gente no estaba acostumbrada, porque era un barrio que recién se comenzaba a hacer y no estaba muy consciente de que había una iglesia. Pero sí, muchos me pidieron que bendijera las casas. Entonces los visitaba. Después organizamos un grupo que rezaba rosarios. En cada manzana comenzó a haber un grupo con la imagen de la Virgen, que rezaba. Iba casa por casa, dos noches, durante la semana. Aparte de eso, durante el día yo bendecía todas las casas, de acá del barrio Rucci, de Parquefield, del barrio Fonavi, Cristalería, Nuevo Alberdi, Cerámica Alberdi, barrio Esperanza. Pienso que casi el 80 por ciento de las casas fue bendecido. Entonces tenía tiempo y visitaba a todas las familias. La gente empezó a participar, se formó un grupo de amigos bastante grande que empezó a trabajar. Ahí empezó el cambio.

-¿Cómo eran los Vía Crucis que se hacían en aquellos primeros años?

-El primer Vía Crucis en que estuve acá había más o menos 500 personas. En el segundo, hubo 1.500; en el tercero, cinco mil. Y así fue subiendo, despacito. Porque en los Vía Crucis la gente sentía algo especial, lo que está sintiendo hasta hoy. En el Vía Crucis de este año hay muchos testimonios impresionantes sobre sanaciones en la gente. Y además, la gente expresa en los actos públicos su agradecimiento, y también sus pedidos. Muchas cosas se han manifestado en los Vía Crucis; gente que testimonió haber sanado de cáncer, o que pudo tener hijos que la vida les había negado durante mucho tiempo, y otras cosas que hicieron cambiar el aspecto de la fe.

-¿Cómo vivió ese crecimiento?

-Al principio me costó muchísimo. No fue nada fácil. Fui el primer sacerdote morocho que tuvo la zona, la gente no estaba acostumbrada. Y además, toda la zona estaba invadida de sectas. Cuando vine, tenía alrededor de quince sectas totalmente diferentes. Y la gente no tenía mucha vida comunitaria. Había muchas peleas entre los barrios, entre los vecinos. Faltaba armonizar todas las cosas. Todo estaba muy dividido entre la gente, y también entre los barrios. "Nosotros vivimos en Parquefield y entonces vos sos el sacerdote de Parquefield", me decía la gente. Y los vecinos de barrio Rucci decían "esta es la iglesia nuestra". Gracias a Dios, la juventud de los dos barrios me ayudó a unificar, porque chicas y chicos de barrio Rucci empezaron a enamorarse de chicos y chicas de barrio Parquefield. Así, empecé a trabajar con los más chicos y formamos un grupo de jóvenes, sin fijarse en los barrios, sin fijarse en ricos y pobres, que dirigió durante muchísimo tiempo el contador Roberto Meroi. El empezó a formar un grupo con Martín Roth, que organizó retiros espirituales. Pienso que esa juventud fue el primer movimiento grande que hubo en mi parroquia.

-¿Cómo se dieron las otras actividades, por ejemplo la construcción de parroquias y la Casa de Formación de sacerdotes?

-Con fondos que nos dieron Pepita Tur y otros colaboradores compramos un terreno en barrio Cristalería, donde después empezamos a levantar la iglesia de Nazareth. Pasó el tiempo y fue gente de Nuevo Alberdi que nos ayudó mucho. En La Sagrada Familia también. Y la gente empezó a encariñarse con esos sacerdotes. Al mismo tiempo el arzobispado nos dio la responsabilidad de mantener esos lugares, porque no tenía muchos sacerdotes. Lo mismo con el comedor y la escuela Santa Ana, en el barrio Municipal. Entonces, la gente comenzó a encariñarse con esas obras. Lo mismo pasó con la iglesia San Guillermo Abad, en el barrio Fonavi, que en un principio no tuvo un terreno. Yo hice cola en la Dirección Provincial de la Vivienda para conseguir terrenos. Con el arzobispado -en aquel tiempo estaba monseñor Atiliano Vidal, en forma interina- conseguí un predio y empezamos a construir el templo, que terminó un sacerdote nuestro. Después, empezamos a construir la escuela Natividad del Señor y también la iglesia de Nuestra Señora Itatí, en Cerámica Alberdi, que atendí muchísimo tiempo. Algo parecido pasó con la escuelita de barrio Esperanza. Claro, como eran obras que habíamos empezado nosotros, la gente se encariñaba y quería que los sacerdotes de la orden siguieran allí. Entonces empecé a traer religiosos de afuera, hasta que eso tampoco alcanzó y estuvimos ante la necesidad de ampliar los servicios, porque la gente nos llamaba. Entonces pensamos en una casa de formación.

La Cruzada tenía una casa en San Cristóbal, Venezuela. Cuando me eligieron superior de la Obra, yo tenía que elegir entre dejar la Argentina y todo lo que estaba haciendo para ir a Venezuela, o traer la obra acá. Tenía dos dificultades grandes para salir: recién estaba nacionalizado argentino, no tenía documentación. Ya había perdido mi nacionalidad original para ser misionero acá y Venezuela no me aseguraba que yo iba a tener nacionalidad allá. Además, el obispo de San Cristóbal pedía que fueran todos los sacerdotes. Yo no quería ser infiel al arzobispado de Rosario, porque todos los obispos siempre nos ayudaron. Entonces, tenía un compromiso con Rosario, no podía dejar una zona tan grande sin sacerdotes. Ahí empezamos a preguntar quién nos apoyaba -justo estaba monseñor Mario Maulión en San Nicolás-, y con el apoyo de otros obispos resolvimos mantenernos en Rosario y hacer la casa de formación. Por eso Rosario es ahora el centro (de la Obra).

-¿Qué se siente al ser el depositario de la esperanza de tantas personas?

-De verdad, yo nunca me quiero sentir como un bicho extraño. Yo me quiero sentir como cualquier otra persona. Por eso muchas veces no analizo, de verdad, ver por qué, cómo es algo. Lo dejo en la mano de Dios. Sé únicamente que Dios me usa como un instrumento suyo. Y pienso que por eso mismo la gente se acerca. No me gusta perder la vida simple, sencilla que tengo, aunque tenga que discutir, pelear en medio de la gente. No quiero sentirme como alguien importante, imprescindible.

-Pero cuando usted hace un Vía Crucis y desde el púlpito ve gente hasta donde le llega la vista, que viene por usted, para verlo a usted, ¿qué piensa realmente?

-Bueno, pienso que muchas personas son muy agradecidas, porque en un momento muy difícil de su vida, estoy para ellos. Eso la gente lo reconoce, no tengo ninguna duda. La fe que depositan en mí como instrumento de Dios es lo que trae la gente, cada vez en mayor cantidad. Lo he visto en los últimos Vía Crucis, matrimonios que llegan con recién nacidos, bajo la lluvia o el frío, madres que traen colgados a los hijos de sus brazos para agradecer. Pienso que es la fe que la gente deposita en mí y también la fe que yo transmito cuando la gente lo necesita. Porque la mayor cantidad de gente no viene sonriendo, muchos vienen llorando, desesperados, en busca de paz. Como el mismo Jesús dijo: "lo que siembras, cosechas". Me acuerdo que en un Vía Crucis había una huelga del transporte urbano. Así y todo llegaron casi 150 mil personas, caminando, en bicicleta, en autos. Este año pedí que no vinieran en autos, que usaran el transporte público. Y hubo 180 mil personas. A pesar de los defectos que podemos tener, porque no podemos atender a todo el mundo que viene, por ahí hay personas que esperan horas y horas y se sienten cansadas y se van, a pesar de todo, la gente se siente recibida, recibida en paz, con el afecto que necesita cuando está con dolor.

-Usted tuvo una formación con una cultura asiática, después va a Londres y luego termina en América Latina. ¿Cómo mezcla todo eso? Cuando duerme, ¿en qué idioma sueña?

-La mejor manera de hablar un idioma es soñar en ese idioma. Cuando uno sueña con el idioma es decir que está hablando más o menos bien o está pensando en el idioma que está hablando. El español ya es una parte mía, me siento como un argentino más. Como misionero, lo que me han inculcado como formación es que uno no lleva la cultura para imponerla. Al contrario, tiene que adoptar la del lugar donde está. Por eso, en Roma me siento como italiano, en Inglaterra como inglés, en Argentina como argentino. Dios me dio la gracia de adaptarme a la comida, a las costumbres. No me siento afuera de las costumbres del país.

-¿Cómo es un día suyo? ¿A qué hora se levanta, por ejemplo?

-Depende. Generalmente, a las 6.30, 7, ya estoy despierto. Me gusta leer a la mañana temprano pensamientos, sermones. Porque es lindo preparar bien los sermones, más cuando la misa está televisada. Me encanta leer, es una de las grandes pasiones que tengo. Entonces, cuando me levanto tomo algo y leo. Hasta las 10, 10.30. A esa hora empieza la actividad del colegio, o tengo que ir al arzobispado, o atender la actividad de la parroquia y del seminario. Algunas veces si tengo que charlar con nuestros sacerdotes o alguna reunión que tengo con monseñor Maulión, en Paraná. Hasta las 14.30 hago esa actividad. Luego, en mi casa descanso un ratito y a las 16.30 o a las 17 empiezo a atender la gente que está esperando, haciendo cola. La mayor cantidad de días termino mis actividades a la 1.30, las 2. Pero igual a las 6.30 o 7 ya estoy despierto.

-Después de recibir a tanta gente sufriente, con angustia, con miedo, ¿cómo termina el día, cómo se siente?

-Yo no quiero convivir con la emoción de la gente. Ayudo sin convivir. Comparto el dolor, pero no convivo con el dolor. A veces, cuando me involucro demasiado me emociono y no puedo atender a la gente, no puedo bendecirla. Por ejemplo, a las personas que me conocen muy bien, a veces tengo que dejarla esperando mucho más tiempo que a otros que no conozco. Porque con esas personas muy conocidas no puedo ni siquiera mirarlas a la cara cuando las atiendo, porque me emocionan muchísimo y no puedo rezar. Gracias a Dios manejo muy bien la parte emocional: comparto, pero no convivo. Cuando termina todo, no necesito una pastilla para dormir. La única cosa que quiero, hasta que me dispongo para atender a la gente, es estar solo, en silencio, o hacer algo que descanse mi mente. Entonces, cuando llego a mi cama estoy satisfecho porque pienso que hice todo lo que está a mi alcance para hacer feliz a alguien. Y esa felicidad me deja tranquilo.

-En estos años, ¿los pedidos de la gente han cambiado o son siempre sobre los mismos problemas, por ejemplo por salud?

-En general, siempre por enfermedad, cada día más, más, más. Gente que viene de todos lados, después están los que buscan paz. Muchos que piden trabajo. Pero no varían. Después, muchos viene a agradecer. Pero en general, cada día aumenta la cantidad de gente que viene por dolor y buscando la paz.

-¿Cuáles son los testimonios de sanaciones del último Vía Crucis?

-Muchísimas chicas que han tenido problemas para quedar embarazadas. Gente que da testimonio de sanación de cáncer, de enfermedades incurables. El milagro más grande no es la sanación física, sino la espiritual. A veces me quedo sorprendido. Por ahí hay gente que me abraza y dice "gracias, mi papá, mi mamá (que estaban enfermos), murió en paz". El otro día, en un velatorio, cuando estaba dando el responso viene un señor y me abraza y me dice "te agradezco, a mi mamá la están velando acá, ha muerto en paz". La gente viene justamente para soportar el dolor, en diferentes niveles. El milagro más grande es el acercamiento de la gente común y de la juventud a Dios, que vuelva a abrir su corazón a Dios. Mucha gente que se ha alejado de la Iglesia durante muchos años vuelve, se confiesa...

-¿Cómo ve a la ciudad 25 años después?

-Comparando con otras ciudades, Rosario todavía tiene tranquilidad y paz. Hemos tenido gente buena que gobernaba en Rosario, y también hemos tenido respuesta de varios políticos para solucionar problemas. Hay violentos, y algunos no están cumpliendo reglas de convivencia, pero hay mucha juventud sana en Rosario. Pienso que la gente, cuando vive la fe en la familia, transmite lo moral, lo espiritual a los chicos y puede lograr mucho. Yo digo que en mi familia misma son bien educados, bien formados, donde vayamos podemos vivir bien. Aunque hay conflictos matrimoniales, sociales, económicos, la familia rosarina transmite bastante bien la educación a los hijos. Por eso veo que la ciudad, aunque tiene problemas, está bien y es bastante sana.

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El padre Ignacio en la parroquia Natividad del Señor.

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