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 domingo, 01 de agosto de 2004

Los testimonios de sus colaboradores
La Fundación Cruzada del Espíritu Santo nuclea a 500 personas en las tareas que dirige el padre Ignacio

Es sábado a la tarde. Los feligreses se alinean en una cola que se inicia en las puertas de la parroquia y serpentea por varias cuadras de barrio Rucci. Los primeros llegaron a las diez de la mañana: llevan ocho horas esperando la misa, equipados con sillones plegables, equipos de mate y mecheros portátiles.

La mayoría son mujeres. Algunos chicos caminan por los jardines de la iglesia. Pero también hay enfermos: vendajes en la cara, bastones y cánulas de suero exponen las experiencias que atraviesan. Cada uno lleva un bidón de agua bendita.

En ese tiempo de espera, varias personas se les han acercado, les han dicho dónde están los baños, dónde pueden comprar una gaseosa o un alfajor, dónde pueden buscar agua bendecida, si el padre los va a atender, cuándo llega.

Algunos de ellos ya han limpiado el templo, ordenado las sillas y el altar. Otros se han ocupado de las cuestiones relacionadas con las celebraciones, como referir a las intenciones particulares de los fieles por paz y prosperidad en la familia, la venta o la compra y también la escrituración de una vivienda, por el ingreso o la permanencia en un trabajo, por la felicidad de un nuevo matrimonio o por un pronto embarazo, o por el buen viaje de alguien.

Son los colaboradores del padre Ignacio, cada uno con una historia distinta que lo empujó a reencontrarse con la religión, o tenerla más presente.

Alberto Gómez es uno de ellos. "Al padre lo conozco desde que llegó; incluso conocí al sacerdote anterior, el padre Bernardo Kelly, quien bautizó a uno de los chicos míos -dice-. Cuando el padre Ignacio llegó, era un sacerdote más de la congregación. Acudían a misa 15 o 20 personas, 50 los domingos. Yo notaba que había cada vez más gente. Pero yo no venía muy seguido a la parroquia; mi señora sí. Y todavía no me explico cómo llegué y cómo sigo aquí".

"Me crié en la comunidad de la Sagrada Familia, es decir en Nuevo Alberdi -dice Gómez-. Cuando llegó el padre Ignacio fue bien recibido, pero tuvimos que adaptarnos a sus costumbres. Sin embargo, a poco de comenzar a venir a la parroquia me di cuenta que había algo especial en él".

Gómez aclara que "Ignacio no es un ídolo para mí; mi gran maestro es Jesús. A Ignacio lo admiro y lo quiero mucho. El me hizo ver las cosas de otra manera. Me puso en un camino muy lindo. Encendió la primera luz, y siento que cada cosa que hago enciende otra, y cada cosa que hago para ayudar a otro me hace mucho bien. Definitivamente, ahora no soy lo que era antes".


La profesión de la fe
Pedro hace siete años que colabora con Ignacio. "Tuve un problema económico -cuenta-, y justamente por esos días pasó por casa una amiga a la que hacía cinco años que no veía. Ella me vio abatido, y me dijo «vamos del padre Ignacio, ¿querés venir conmigo?». En esa época yo iba una vez por año a la iglesia, y tarde para no cansarme".

Después de escuchar la misa, "el padre me dio la bendición y me preguntó qué me pasaba. Se lo conté y me dijo que eso no tenía importancia. ¿Cómo no va a tener importancia si, para mí, se venía el mundo abajo? Yo tenía la casa hipotecada. Pero él me dio algunas indicaciones y despacito se me fueron abriendo todas las puertas y, de forma increíble, todas las cosas negativas se transformaron en positivas".

Pedro era "bastante descreído" de los milagros, "pero vine aquí y eso pasó. Empecé a preguntar a distintas personas si habían experimentado algo parecido, y a la mayoría le había sucedido cosas muy significativas. Desde ese día empezamos a abrir los ojos, a escuchar y cambiar de objetivos. Escuchábamos las homilías y las charlas, y despacito empecé a colaborar".

Rosa viene a la parroquia desde hace 14 años. "En esa época no había tanta gente. Había que limpiar el templo y otras cosas. Me anoté para colaborar en las misas. Antes vivía en el barrio, pero ahora estoy en Granadero Baigorria, y me vengo de allá todos los sábados a Liturgia. Me quedo en las misas y ayudo en los casamientos".

Rosa dice tener un testimonio para dar. "Mi esposo tuvo una neumonía en diciembre del año pasado. En febrero de este año se sacó la última placa para que le dieran el alta. Ahí se evidenció una mancha en el pulmón izquierdo".

"Los médicos -recuerda- nos dijeron que tenían que operar. Le comenté al padre Ignacio que en la biopsia se descubrió que era algo malo. Entonces el padre me dijo «vení mañana», por el domingo. Fuimos a misa con mi marido y cuando llegamos al altar, nos dio la bendición y nos dijo «está todo encapsulado», que se operara, que todo iba a salir muy bien. En ese momento sentimos una gran paz, porque él tiene la palabra justa en el momento justo".

"En todo momento yo rezaba pidiendo que diéramos con médicos que nos ayudaran. Así fue. El doctor Semy Seineldín, el 19 de abril operó a mi esposo. A la semana le dieron el alta. Los controles que se ha hecho hasta ahora muestran que todo está bien".

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