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domingo,
02 de
diciembre de
2007 |
París: una mole en la ciudad
Lejos de lo que pueda indicar la popularidad actual y el orgullo que supone para los parisinos, la Torre Eiffel ha tenido una historia complicada que pudo acabar con ella en diferentes ocasiones, aunque felizmente ella sigue firme, esbelta y altiva controlando todo lo que sucede en París, su casa.
Las obras para su construcción comenzaron en 1887 para conmemorar la Exposición Universal que celebraba el centenario de la Revolución Francesa, luego de tres años de estudios por parte de Eiffel, tres años de lucha contra la opinión pública que no querían un “armatoste” de hierro que no servía para nada y que costaría una millonada.
Finalmente, un 31 de Marzo de 1789, se inauguraba la Torre Eiffel, que pese a lo que había costado su construcción, en términos económicos y de lucha contra la voluntad popular, tenía una fecha de caducidad, ya que estaba pensado que se desarmase en 1900, cuando terminase la Exposición Universal, y así hubiese sido, de no ser porque a la Armada francesa se le ocurrió hacer unas pruebas con equipos de radio en lo alto de la torre, descubriéndole un uso para el que no había sido construida.
En la actualidad son varias las antenas que coronan la Torre Eiffel, y no sólo de radio, sino también de televisión, y de hecho la presencia de estas antenas han elevado su altura, de los 312,27 metros que medía en 1889 hasta los 324 metros que mide en la actualidad, y que constituyen el punto más alto de la ciudad de Paris.
Subir a la torre es algo obligado, algo que todo aquel que visita Paris debe hacer, ya que si no se sube es casi como si no se hubiese estado allí. Para subir hay diferentes opciones, todas ellas previo paso por caja, por supuesto. Los más deportistas podrán utilizar las escaleras (1.665 escalones), y para los demás (la mayoría) existen ascensores que los podrán dejar en el primero, o segundo piso, una opción poco recomendable para aquellos que padezcan de vértigo, especialmente si corre algo de viento.
En las dos alturas donde se puede subir existen diferentes locales de souvenires, además de dos restaurantes de lujo. Existe un tercer piso, con una vista aún mejor, pero que poca gente se atreve a ver, ya que es la parte alta de la torre y se perciben perfectamente los movimientos cuando hay brisa.
Uno de los detalles más curiosos es una especie de cápsula temporal en la que se detallan los colores en los que la torre ha estado pintada, y para evitar que se oxide, se la recubre con nuevas capas. Y, aunque ahora no cabría imaginársela de un tono distinto al marrón actual, a lo largo del siglo pasado es curioso descubrir que estuvo pintada en tonos amarillos, salmón e incluso rosados.
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Fotos
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La torre Eiffel es un ícono mundial.
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