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 domingo, 25 de noviembre de 2007  
Un drama con final previsible que sacudió a una ciudad
Los vecinos del chico que mató a su padre en Esperanza intuían que la relación derivaría en tragedia

Leo Graciarena / La Capital

“Cuando nos enteramos no pudimos hacer otra cosa que llorar por esos pobres chicos”. La reflexión de una de las doñas de barrio Unidos, en la localidad de Esperanza, sirve para medir la sensación térmica de la ciudad con tiempos de pueblo en la que un muchacho de 17 años mató a su padre el miércoles a la madrugada. El pibe tomó la decisión de ultimar a quien veía como un verdugo varios días antes de ponerlo en práctica. Pero, de acuerdo con lo que el adolescente comentó tras el parricidio, debió sortear un calvario interno para atreverse a ejecutar a su padre. Según pudo reconstruirse, el pibe entró al menos tres veces a la habitación donde su papá dormía, con el arma lista para ser gatillada, antes de decidirse a matarlo de un disparo en la cabeza.

   “El pibito no lo mató de una. Entró tres o cuatro veces hasta que juntó el coraje para matar. Entonces le puso una almohada en la cara, tanteó donde estaba la nariz y gatilló”, comentó una fuente de la investigación del homicidio que estremeció a la ciudad de Esperanza, a 200 kilómetros de Rosario. Pero ese fue tan sólo el acto final del drama que estalló el miércoles de madrugada en una vistosa vivienda de Brasil entre América y Alfonsina Storni, en el barrio Unidos, al este de la localidad.



Conmoción. En Argentina todos los días alguna persona es asesinada. Pero no todos los homicidios tienen el poder de sacudir hasta los cimientos de una sociedad, como ocurrió el miércoles en Esperanza. “Este es el hecho más conmocionante en los 150 años de historia de la ciudad”, comentó un pesquisa policial. La coqueta ciudad de 40 mil habitantes descendientes de colonos europeos está ubicada sobre la ruta nacional 70, en el departamento Las Colonias. A esta localidad, que se jacta de ser la primera colonia agrícola organizada de Argentina, llegaron a principios de 2005 Giovanni Mezzalana con su esposa y sus dos hijos.

   Giovanni había nacido en 1954 en la localidad de Piove di Sacco, provincia italiana de Padova, en la región de Venetto. Cuentan que el italiano, como lo conocían en el barrio, se casó hace menos de dos décadas con Miriam, una chaqueña de Resistencia con la que tuvo dos hijos: Carlos, quien hoy tiene 17 y es nacido en Italia, y un nene de 10. La familia vivió al menos cinco años en la península itálica y, tras peregrinar por las ciudades de Resistencia, Reconquista y Laguna Paiva, se radicó en Esperanza en una casa de Brasil al 500, a tres cuadras de la ruta.

   Pero la familia siempre estuvo signada por los malos tratos de Giovanni. Una denuncia por violencia doméstica en Laguna Paiva y la huida del hogar de Miriam, 14 años menor que él, marcaron el destino de los hijos de la pareja. El año pasado la mujer pegó un portazo y se fue a vivir a la localidad de Fernando de la Mora, ciudad vecina de Asunción de Paraguay. Miriam se marchó, pero los dos hijos del matrimonio quedaron bajo la tutela de Giovanni. Y, según coinciden sus vecinos, a partir de ese momento la vida de los chicos pasó a ser un calvario.

   “Los chicos son buenos pibes. Educados, inteligentes y ubicados. El más chico se cruzaba a jugar con la hija de mi patrona. Pero eso pasaba muy de vez en cuando, porque el padre siempre los tenía haciendo algo. Sobre todo al mayor, que si no estaba limpiando lavaba el auto o cortaba los yuyos”, relató Verónica, una chica de 20 años que trabaja de niñera frente al lugar del homicidio.



Desgracia anunciada. “Que iba a pasar algo malo se venía venir. Pero nunca pensamos que iba a ser el pibe quien matara al padre. Más bien creímos que alguna vez se le iba a ir la mano a él”, coincidieron Hermenegildo y Esther, una pareja de abuelos que vive en la esquina. “Era un tipo sin amigos. Corto. Rígido. Casi militar. Ni la remera del colegio les quiso comprar a los pibes”, rememoró un vecino, que pidió conservar el anonimato.

   Sobre los malos tratos de Giovanni hacia su familia en Esperanza sólo hay una serie de consultas verbales a la policía que realizaron este año docentes de la Escuela Normal Superior Nº 30, de Sarmiento al 2700, cuando Carlos llegó varias veces con lesiones que se correspondían con violencia doméstica. “Nunca vimos que les pegara, pero escuchábamos que el padre les gritaba en italiano. Imagínese que entre la calentura y los gritos, mucho no se entendía. Los tenía al trote, pero ya era por demás”, explicó otra vecina.



Mal augurio. Unidos es un barrio tranquilo, en vías de ser residencial. La mayoría de los vecinos que dialogaron con la prensa coincidieron que “tarde o temprano algo malo iba suceder en la casa de la familia Mezzalana”. Pero nadie podía imaginarse que sería uno de los hijos, Carlos, el de 17 años, el protagonista de ese mal augurio en la barriada. ¿Se podría haber evitado esta tragedia que terminó con un hombre de 53 años asesinado y con sus dos hijos, menores de edad, destruidos? La respuesta fácil es sí, pero...

   Quizás pocos sepan que desde el 4 de noviembre de 2005 en Argentina rige la ley de protección integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes, que es de aplicación obligatoria y permite a cualquier vecino denunciar la violencia ejercida desde un mayor sobre un menor. Pero más allá de los alcances de esta ley, la 26.061, el miércoles a las 4 de la madrugada, Carlos cargó un fusil y le disparó en la cabeza a su padre mientras dormía. Esa fue la drástica solución que encontró el pibe para poner punto final a una tortuosa relación.


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Así halló la policía el cuerpo del hombre asesinado de un tiro en la cabeza.

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