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 domingo, 11 de noviembre de 2007  
Masacre en dos pueblos
Una mudanza que no alcanzó para salvarse
La madre del joven condenado por matar a Lemos y su pareja, los primeros en ser ejecutados

Para llevar adelante su sangriento plan, Angel Pedro Lemos echó manos a su moto y a dos armas: una pistola Bersa 9 milímetros y un revólver calibre 22. Poco antes de las 20 del miércoles puso en marcha su pequeño vehículo y enfiló hacia Villa Cañás, la localidad de 10 mil habitantes distante a 15 kilómetros de su casa, en Santa Isabel. A sólo un par de cuadras del acceso natural al pueblo se detuvo frente a la vivienda ubicada en calle 47, entre 66 y 68, Allí ejecutó a balazos a Lidia Arista, de 50 años y madre del muchacho condenado por la muerte de su hijo; y al concubino de la mujer, Héctor Fernando Armesto, de 51. Todo ante la mirada de J., el hijo de la pareja de 8 años que salió corriendo a pedir ayuda.

   “Estaba guardando la chata cuando escuche tres o cuatro detonaciones fuertes. En ese momento no sabía a qué se debía, y después se escucharon los alaridos del nenito que se cruzó la calle a la casa de una vecina diciendo que habían matado a los padres. Ahí supe que habían masacrado a la familia”, contó Sergio, un vecino de la cuadra donde vivían Lidia y Héctor.

   El muchacho dijo que no cree “como dicen por ahí, que la gente haya estado tomando mates en la puerta de la casa. Si el hombre cayó muerto en la vereda y la mujer estaba adentro. Además, me parece que este tipo (por Lemos) no le quiso hacer daño al chiquito”. En la casa donde empezó la tragedia, además, vivían dos hijos de la mujer, de 19 y 28 años, hermanos del único detenido por el crimen de Pedro Rafael Lemos.



Mudanza infructuosa. Lidia Arista y Héctor Armesto se habían afincado en el barrio Norte de Villa Cañás hace poco más de un año. Llegaron desde Santa Isabel corriéndole a la estigmatización por el caso Lemos. “Cuando me enteré lo que había pasado con este chiquito, se me partió el corazón”, contó Alejandro, profesor de básquet de J. en el club Sportsmen. “Los padres lo trajeron a practicar en la categoría mosquito. La primera vez la mamá me comentó que venían de Santa Isabel y que querían que el chico se socializara porque tenía un hermano preso. El nene se adaptó bien. Jugaba y uno en la mirada podía ver que era un chico feliz”, contó el profesor. “Era una familia muy humilde. El hombre trabajaba de gasista y se movía en una camioneta vieja. Hizo varias obras en el club y siempre venía a buscar al pibe”, recordó.

   Lidia y Héctor fueron velados en Villa Cañás y Dany Arangel fue autorizado a despedirse de ellos. El jueves, a la hora de la siesta, lo trasladaron desde la alcaidía de Melincué —donde fue alojado tras la masacre— con custodia policial. La escena volvió a repetirse el viernes, minutos antes de las 9, cuando los cuerpos fueron trasladados al cementerio del lugar.


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