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 domingo, 11 de noviembre de 2007  
La piedra se ensañó con el oeste

La piedra azotó a toda la ciudad. Sin embargo, los barrios humildes de la zona oeste fueron los más castigados y allí el granizo fue impiadoso. Los techos de fibrocemento de las viviendas (incluso las construidas por la provincia) se destruyeron por completo; grandes y chicos se refugiaron en los placares o bajo las mesas y otros optaron por autoevacuarse. Un año más tarde, La Capital volvió al Centro Comunitario San José Obrero, donde 24 horas después el panorama era desolador. Al igual que en el barrio Santa Lucía: allí ante cada tormenta los chicos aún se meten bajo las camas.

   Elsa Lescano está desde hace 25 años en el centro comunitario del padre Joaquín Núñez, en Bella Vista Oeste, y su recuerdo de esa tarde es de “terror”. La mujer cuenta que “había grandes y chicos en ese momento, todos gritaban y buscaban un lugar para esconderse”. Incluso una de las colaboradoras resultó herida y recibió 35 puntos en un brazo.

   El comedor donde almuerzan 545 chicos —a 85 centavos la ración—, el aula, los baños y la galería fueron arrasados y aún se apilan en el patio restos de los viejos techos.

   “Casi todo se arregló con ayuda de Cáritas y de la provincia”, explica el colaborador Ricardo Romero y muestra los nuevos techos del comedor.

   Sin embargo, aclara que “el depósito todavía está tal como quedó”, y abre el pequeño salón donde se ven los enormes agujeros y las bolsas de papas, cebollas y pimientos que se cubren con cada lluvia.

   Además del miedo, al barrio también le quedaron las casas rotas. “Se voló todo, y las chapas que trajeron no alcanzaron”, afirma Elsa y agrega que “estas son casas precarias y cada vez que sopla un viento se rompen más”.



Terror. Los chicos de Bella Vista Oeste no son los únicos que tienen miedo cada vez que el cielo se oscurece. Nelson tiene 14 años y pasó el temporal en su casa de Santa Lucía, donde la piedra actuó con fuerza.

   “Me metí en la pieza. Justo ese día compramos el tele, empezó a caerse el techo y tuvimos que poner colchones arriba para que no se rompiera”, recuerda el adolescente. Asegura que apenas terminó la tormenta comenzó “a llorar” y agrega: “Cada vez que llueve tengo miedo”.

   Mientras tanto, Guadalupe, su mamá, muestra cómo quedó la vivienda de Colombres 2241 y afirma que después del granizo, cuando llueve el agua entra a la casa por el techo que sigue roto.

   Nicolás tiene 10 años y también es del barrio. “Nos escondimos debajo de la cucheta y empezó a caer fibrocemento. Cuando salimos estaba todo roto y se le cayó el techo a una casa de la esquina, y entonces dos señoras se desmayaron”, relata el chico, quien el último viernes de octubre cuando el viento comenzó soplar sufrió la misma sensación. “Tenía terror”, dice.
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