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 domingo, 11 de noviembre de 2007  
Las esperas por un vidrio o un abollón

Hace un año la esquina de Ituzaingó y Mitre mostraba largas colas de conductores damnificados por la pedrea. Del lado par, donde está el taller de chapería Forlla, esperaban quienes tenían abollones en sus autos. Enfrente, de la vereda impar, los clientes del taller Sconfieza pedían por decenas que les cambiaran el parabrisas, la luneta o ambos. La cosa no terminó. “A un año se siguen reparando carrocerías por aquel granizo; nunca en 65 años de taller vimos algo igual”, asegura la responsable administrativa de Forlla, Mariela Rubiolo.

   La empleada recuerda los primeros días postemporal como de “mucha solidaridad” entre la gente. Dice que quienes tenían turnos pautados se los cedían a las personas que habían padecido la pedrea. En cambio, en Sconfieza no tienen ese registro. Allí, donde llegó a haber hasta tres cuadras de cola, remarcaron que se vivieron por esos días “las peores miserias humanas”. Miguel Angel Sconfieza recuerda muchas peleas entre la gente, algunos vivos queriendo pasar por sobre otros y una cantidad “inusitada” de amigos. “Muchos venían diciendo que los había recomendado alguien, que eran íntimos de gente del taller; no lo podíamos creer”, subraya Sconfieza.

   En la vereda de enfrente se escucha otra anécdota. “Todos venían con el cuento de que habían vendido el auto y necesitaban que se los arregláramos ya”, se ríe Rubiolo. Y en ambos comercios coinciden en que el trabajo fue a destajo durante semanas porque se atendieron casos de Rosario y de localidades vecinas. “Aún estamos reparando los autos reparados por improvisados, lo que nosotros llamamos los sacabollos, chaperos que aparecieron en medio de la crisis, cobraban casi lo mismo que nosotros que tenemos experiencia y hacían el trabajo mal”, se lamenta la mujer.

   Sconfieza recuerda algunas cifras: “Pasamos de cambiar unos 40 parabrisas por día a unos 200”.
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