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 domingo, 31 de diciembre de 2006  
Fin de año: tiempo de balance

Los últimos días de diciembre se impone el clima festivo; pero justamente, lo que se impone no siempre es bien recibido invariablemente y en toda circunstancia. El significado que dan a estas fiestas de fin de año los ritos de la Cristiandad no se extienden a toda la población, a pesar de que la Argentina sea considerada un país predominantemente católico. Y entonces, los sentidos de la Navidad y Año Nuevo, son de los más variados.

Los bajones de ánimo, y hasta las depresiones, registradas por los días en que los almanaques muestran su última página, dan cuenta de que no todas son rosas, incluso mucho más allá de que las personas en cuestión hayan sufrido alguna pérdida importante durante el año que pasó.

Para el psicoanalista César Hazaki "el cambio de los calendarios puede ser de por sí un hecho muy significativo, especialmente en las personas que se rigen mucho por las normas; y ésta es la época del año en que los calendarios cambian, pero el que no cambió es uno". Quienes peor suelen sobrellevar este hecho son los que tienen "muchas expectativas sobre sí mismos", ya que en el balance del año nunca están satisfechos, y especialmente "quienes tienen núcleos depresivos".

Desde el punto de vista de Enrique Novelli, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), es cierto que para esta época del año se atienden muchos más casos de depresión en los consultorios. "Es frecuente una serie de sentimientos encontrados, producto de la tristeza por el año que se va y la ilusión del que está por venir, y en este interjuego aparece un sentimiento de que algo está faltando, y que según la persona puede generar diferentes grados de frustración".


¿Pan dulce, turrones y píldoras?
Otro psicoanalista, Alfredo Caeiro, coincide en la observación de que el fin de año, con su cruce de agendas llenas y agendas vacías, a casi todos les provoca una movilización interna. Pero a la vez advirtió que una asociación inmediata entre fin de año y depresión puede llegar a afectar particularmente a personas propensas a la sugestión, por una parte; y por otra, cuando se corre el riesgo de pensar en una supuesta "depresión de fin de año" como una patología en sí misma, de modo que la industria farmacéutica estaría pronta a desarrollar nuevos fármacos específicos para agregar a la canasta navideña.

De modo que, más allá de la fantasía del pan dulce con píldoras antidepresivas, el especialista propone "discriminar lo que sería una depresión de lo que es sólo un sentimiento de tristeza por la proximidad del final y del vacío, y de la incertidumbre de no saber qué va a pasar el próximo año".

"En la tristeza -describe Caeiro- hay algo concreto que falta: un ser querido, un amigo, una felicidad perdida, mientras que en la depresión, al sujeto algo lo invade sin que sepa qué es". Estos sentimientos, que las personas pueden experimentar individualmente en cualquier otra época del año, a fines de diciembre "aparecen a nivel colectivo -explica-, y las personas con propensión se pueden llegar a deprimir".


Pensar en lo que se fue
Novelli explica que en los típicos casos de depresión de fin de año, "el núcleo es la pérdida", y ésta puede estar dada por un objeto material o por un vínculo. Y que lo importante es tratar de discernir qué otras cosas se fueron de la vida de esa persona con aquel objeto o aquel vínculo perdido. "Ver qué significa para la persona aquello que perdió", dice. La falta de elaboración de esas pérdidas -que es lo que se conoce como "hacer el duelo"- puede estar generando un dolor desproporcionado.

Pero en el otro extremo están quienes realmente han sufrido una pérdida importante y pretenden plegarse al espíritu festivo como si nada hubiera pasado: "De ese modo, el dolor se vuelve inconsciente, y los sentimientos inconscientes explotan", asegura el psicoanalista.

En un sentido parecido, Hazaki sugiere que no son casuales los aumentos de accidentes para esta época del año. "El paso del tiempo tiene una connotación fuerte -señala-; pero también el almanaque muestra un tiempo a llenar". Y esto, explica, puede llevar a la angustia.

Cuando se ha perdido a un ser querido, explica por su parte Novelli, "el año que viene será un año de ausencia, de vivir sin esa persona". En ese caso, la soledad y la angustia aparecen como perspectivas ciertas ante las cuales la persona deberá elaborar el duelo, que normalmente "demanda alrededor de un año, o un año y medio", pasado el cual la persona debería verse recuperada a menos que se trate de un caso patológico, entiende el psicoanalista.


El cielo y el infierno
Las fiestas de fin de año tienen sentidos diferentes para cada uno. Es de esperar, por ejemplo, que quienes pertenecen a otra religión o colectividad se sientan por fuera de los festejos navideños y de Reyes. O que quienes se vean en la obligación de reunirse en familia donde los vínculos no son de lo más saludable, vean esa perspectiva como lo más parecido al infierno; o que la propia familia haya sido golpeada por un suceso en el año que pasó. O simplemente lo pone de pésimo humor el intercambio de saludos, felicitaciones o presentes con relaciones -afectivas, laborales-que durante todo el resto del año han sido hostiles.

Según Hazaki, cada cual podrá dar su propio significado a las fiestas de fin de año en la medida en que pueda escapar de las imposiciones. Quienes logran no sucumbir a la "obligación de estar alegre" cuando esta se hace pesada son, según observa, quienes "aceptan no seguir la corriente, y elegir desde un lugar más comprometido consigo mismos". Al respecto, Caeiro observa diferentes actitudes, que entiende como opuestas a esa "elección plena":

La repetición de los rituales sin ningún tipo de cuestionamiento; la "conciliación", más propia de muchos adolescentes, que reparten salomónicamente su tiempo entre la mesa familiar y, cumplido ya el ritual, los amigos; y por último, "el que repite los rituales, pero resignado, consciente de que no es lo que desea", que suele ser quien peor lo sobrelleva.

Para Novelli, es la elaboración del duelo simbólico lo que hace que la persona sea capaz de darse "permisos" para vivir los momentos dolorosos, pero también los momentos de alegría.

Marcelo Rodríguez
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