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 domingo, 31 de diciembre de 2006  
Interiores: las fiestas

Jorge Besso

Como se dice corrientemente, las fiestas, al igual que los cumpleaños o los aniversarios, llegan todos los años puntualmente. Está claro que no llegan a todos por igual, ya sea por razones económicas, sociales o psicológicas que son las que determinarán esas benditas o malditas fiestas según las circunstancias internas y externas de cada cual. Las agendas se impregnan de fiestas, ya desde noviembre, con las primeras que se dan cita antes del atasco o amontonamiento de festejos de diciembre. En los diciembres el tiempo va saltando de fiesta en fiesta, varias de las cuales son las que se dicen de compromiso. Curiosas invitaciones que muchas veces ni siquiera se formulan como tal, en tanto en la proximidades de la fecha aparece la pregunta de algún modo imperativa: ¿venís a la fiesta tal, o compraste ya la tarjeta?

Todo esto hace de diciembre un mes con una densidad muy especial, al punto que mucha gente suele expresar su agobio anticipado cuando las consabidas fiestas se van aproximando. La cuestión es que en muchos casos lo que se aproxima son problemas, sobre todo en estos tiempos de complejización familiar, en tanto y en cuanto la crisis de la tradicional familia occidental, y ante todo cristiana, viene sufriendo graves modificaciones de tal envergadura que ni el nuevo Papa Retro que nos guía desde la Tierra, o más bien desde la opulencia aurífera del Vaticano puede detener ni menguar. Como es el caso de las parejas unisex. O el de las llamadas familias ensambladas en las que se reúnen los hijos de uno y los del otro más los hijos en común.

Está claro que estos nuevos ensambles en muchas ocasiones son ruidosos, lo que no debe de extrañarnos en lo más mínimo, pues las familias "más prolijas" en las crisis suelen hacer tanto ruido que ni escuchan el ruido del mar como dice Sabina. Por lo tanto no se ve por qué las nuevas familias puedan estar al margen de los errores y los horrores familiares. Como se sabe las fiestas están llenas de mensajes, augurios y salutaciones, todos ellos impregnados, por una parte, del espíritu navideño que destila paz y amor, en muchas ocasiones de un modo meramente formal de manera que muchas veces la gente los recibe y los reenvía en forma automática. Por otra parte, los mensajes y sobre todo los augurios vienen inmersos del clima eufórico típico del fin de año. En este sentido llama la atención como con la misma puntualidad con que llegan las susodichas fiestas, muchos humanos desean para sí mismos la posibilidad concreta de un año distinto. Obviamente mejor que el transcurrido o que está a punto de expirar.

Pero no corresponde dentro de los usos y costumbres de la época del año en que proliferan los festejos y los saludos, que uno le diga al otro "seamos distintos". Sin que haya estadísticas al respecto, los propósitos de enmienda tienen un porcentaje más bien bajo de resultados positivos, al punto que son renovados nuevamente en el próximo año. Es que el humano es un ser horoscopero por naturaleza. Así como en una época era proclive a los oráculos, siempre temiendo de algún modo el destino, y en algún pliegue del alma esperando que las cosas cambien o circulen a su favor. Por lo tanto pensando mucho menos en la capacidad de alterarse a sí mismo, configurando al mismo tiempo un ser básicamente inalterable, portador de la razón y dando por sentado que el mundo gira o debería girar a su alrededor.


Fin de año
La noche del 31 es más eufórica que la Nochebuena en la que suele producirse un enroque familiar, pues se pasa de una familia a la otra, y en el que las diferencias de hábitos pueden dar lugar al lado áspero de esta fiestas. Por lo demás el enroque suele combinarse, así sea después de las 12 en encuentros con amigos en climas más relajados, que los que están impregnados de la densidad familiar. La noche vieja es nítidamente más ruidosa que la Nochebuena, para desesperación de muchos animales, que luchan por conseguir un refugio frente a la desmesura en la propagación de decibeles por parte de los humanos, y sin poder saber qué festejan sus amos, parientes y amigos cada año.

Por lo que parece la llamada pirotecnia está bajando su tono y consumo, al menos por estos lares, lo que no está nada mal ya que la palabra contiene dentro de sí el vocablo piro, lo que da como resultado una especie de técnicas de la locura por lo que la fiesta puede pasar en un segundo de la euforia a la desgracia. También es cierto que la pirotecnia produce una reedición del regocijo infantil al volver a ver el cielo poblado de sonidos y colores, y en el que por un instante increíble las miradas confluyen en mirar lo mismo, al punto de lograr en esa fugacidad una unión capaz de superar la desunión reinante.

El 31 y el 1º son días bien opuestos, lo que no ocurre con el 24 y 25 navideños que participan de la misma festividad. Entre la noche vieja y el día nuevo todas son diferencias similares a las que existen entre la actividad eufórica del 31 y la pasividad casi absoluta del 1º de enero, al menos hasta el mediodía, de forma que todos aquellos que no están inmersos en la resaca pueden disfrutar de navegar en un tiempo sin límites.

Año nuevo vida nueva proclama el viejo refrán. ¿A qué se refiere este deseo disfrazado de sentencia? ¿A un trabajo nuevo, a dinero que venga de arriba, a una pareja, a una libertad que se pueda saborear, a una sociedad mejor, o más aún a una sociedad distinta, a un individuo mejor? O lo que quieran. En definitiva a la irresistible atracción por lo nuevo, tantas veces postergada por la imposibilidad de desprender lo viejo. Buen año.
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