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 domingo, 22 de octubre de 2006  
La Revolución del 56. El primer clavo en el ataúd del comunismo ruso
Hace medio siglo, Hungría desafiaba la hegemonía del régimen soviético
Tras una breve "primavera" de libertad el alzamiento fue violentamente aplastado por los tanques del Kremlin

Budapest. - Tres años después de la muerte del dictador Josef Stalin en 1953, el régimen estalinista de Hungría había aflojado un poco las riendas. Sin embargo, no rompió realmente con el odiado sistema comunista basado en la hegemonía de un solo partido y en el terror ejercido por el servicio secreto. A principios del verano de 1956 comenzó a agitarse el ambiente entre los estudiantes, intelectuales y miembros del PC húngaro. La mirada se dirigía a Polonia, donde los trabajadores se habían declarado en huelga y donde, pese a las amenazas soviéticas, el lugar de los estalinistas desacreditados fue ocupado por comunistas reformistas.

El 23 de octubre de 1956, miles de estudiantes protestaron en Budapest para expresar su solidaridad con los trabajadores polacos. La dirección debilitada del Partido Comunista Húngaro (PCH) ya no podía impedir la manifestación.

En una declaración de 16 puntos, los estudiantes exigían la vuelta al poder del comunista reformista Imre Nagy, pero también la democracia y la salida de las tropas soviéticas. Con esto, los húngaros desafiaban la supremacía soviética de una forma que no se había visto antes ni después en los países que pertenecían a la órbita de influencia de la URSS.

La multitud en las calles fue creciendo cada vez más y se volvió incontrolable. Los manifestantes derribaron el colosal monumento a Stalin en Budapest. Frente al edificio de la radio húngara se produjeron los primeros enfrentamientos sangrientos, que dejaron numerosos muertos.

En la noche del 23 al 24 de octubre, el PCH colocó nuevamente en el cargo de primer ministro a Imre Nagy, quien ya había estado al frente del gobierno durante un breve período de deshielo, entre 1953 y 1955. Sin embargo, para demostrar su fuerza, Moscú envió tanques a Budapest, sin que el gobierno húngaro hubiese solicitado esa intervención.


Bombas molotov
Empero, a diferencia de lo que había ocurrido en Berlín Este en 1953, cuando la entrada de tanques soviéticos alcanzó para reprimir los disturbios obreros, los insurgentes armados en Budapest lanzaron cócteles molotov contra los blindados soviéticos.

En los primeros días de la revolución, Imre Nagy se vio rebasado desesperadamente por los acontecimientos. La ley marcial decretada por el primer ministro no surtió efecto. Las matanzas perpetradas por unidades militares soviéticas y las tropas de la policía secreta húngara sólo hicieron que las multitudes enardecidas se radicalizaran aún más.

La situación comenzó a cambiar el 28 de octubre, cuando Nagy acordó con la Unión Soviética el repliegue de sus tropas de Budapest y se puso él mismo del lado de la revolución, a la que calificó como un "gran movimiento nacional democrático".

El 30 de octubre, una turba linchó frente a la sede del PCH de Budapest a más de 20 empleados del partido y vigilantes. A partir de ese momento el gobierno de Nagy, que incluía también a ministros no comunistas, comenzó a controlar mejor la situación. El 1º de noviembre había cesado la violencia en el país.

Sin embargo, los líderes soviéticos, que al principio se mostraron indecisos, ya habían acordado aplastar la "contrarrevolución" en Hungría. El rechazo al sistema de partido único, la disolución del aparato de la seguridad del Estado, el surgimiento de consejos obreros que se organizaban espontáneamente y que ocupaban las fábricas le parecía cada vez más a Moscú un cuestionamiento inaceptable de sus pretensiones de dominio en Europa del Este.

El 30 y el 31 de octubre, nuevas divisiones blindadas cruzaron la frontera con Hungría, sin que Moscú hubiese avisado al gobierno de Nagy.

Dada la "guerra no declarada" por la Unión Soviética, según la definición del comandante en jefe del ejército húngaro, Bela Kiraly, el primer ministro proclamó el 1º de noviembre la salida de Hungría del Pacto de Varsovia (la alianza militar dirigida por la URSS) y la neutralidad del país.

El 4 de noviembre, los tanques soviéticos entraron nuevamente en Budapest, pero esta vez con tal magnitud que los insurgentes no podían defenderse. Unas semanas después también se había roto con sangre la resistencia civil de los consejos obreros. Moscú designó a Janos Kadar, un ex compañero de lucha de Nagy, regente prosoviético de Hungría.

En 1958, la vida de Nagy, el premier de la revolución, y de otros 228 participantes en la rebelión antisoviética, entre ellos el ministro de Defensa, Pal Maleter, terminó en la horca. Los húngaros se vieron forzados a aceptar el comunismo durante otros 32 años, aunque pronto el comunismo húngaro adoptó una variante que les permitía pequeñas libertades.

Tras la brutal represión de las aspiraciones emancipatorias húngaras, el prestigio del comunismo en el mundo había sufrido un daño irreparable. El disidente yugoslavo Milovan Djilas, autor del libro "La nueva clase", concluyó ya en el momento mismo de la represión de la revolución húngara del 56: "La revolución en Hungría significa el principio del fin del comunismo". También podría decirse que fue el primer clavo en el ataúd del comunismo.
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Un mural conmemorativo cuelga de un puente de Budapest.

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