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 domingo, 08 de octubre de 2006  
[lecturas]
Un territorio personal

Osvaldo Aguirre / La Capital

Poesía. Estación/Tierra/Nada, de Andrés Cursaro. Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2006, 78 páginas, $ 14.

Juan Carlos Bustriazo Ortiz y Reynaldo Mariani, dos autores marginales -o más bien marginados- de las historias de la poesía argentina son las referencias centrales que propone Andrés Cursaro para la lectura de su libro, una singular asociación de poesía y prosa, y donde los textos aparecen escandidos por una serie de fotografías que convergen en el mismo punto que enfocan los poemas: la experiencia de una travesía.

Nacido en Neuquén en 1968, Cursaro reside en Rada Tilly (Chubut) y trabaja como secretario de redacción del diario El Patagónico, de Comodoro Rivadavia. Ha publicado "Jirones de un desierto que oscurece" (1999) y "Poesía y rock en vivo" (CD, 2000). "Su tentativa poética excede en absoluto la marca de un territorio -la Patagonia-, así como a los módicos alcances de aquello que llaman literatura regional", dice Cristian Aliaga en el prólogo. Y el modo en que se desmarca de esos límites consiste en fundar, a partir del lugar de pertenencia como referencia insoslayable, un espacio propio, espacio desgarrado por la búsqueda de lo perdurable y por los fantasmas del olvido, "disposición de lugares desconocidos terribles liberados".

Cursaro nombra a ese espacio como "Tierranada" o "Agonia". Si el desierto y la muerte, como sugieren esas designaciones, son sus características definitorias, los poemas plantean el interrogante acerca de aquello que puede ofrecer reparo y señalar un horizonte más allá de la finitud y el desgaste que sellan la existencia. Las fotos que incluye el libro muestran estaciones de trenes abandonadas (la de Holdich, cerca de Comodoro Rivadavia), cierto paso en una ruta, andenes fuera de uso. Pero quizá la más significativa sea la de una grieta ramificada en proximidades del barrio Caleta Córdova: esa misma tierra desgarrada, seca y quizás estéril es la que describen los poemas. La respuesta que parece formularse es que no hay lugar fuera de la intemperie misma, del viento que se vuelve música y "frena/ la llegada del olvido", cierra el paso de caminos que no llevan a ninguna parte y es el mismo cauce del recorrido: "Conservamos las penas/ de nuestra vida antigua./ Ahora hemos viajado/ por el viento que sigue/ sacudiéndose entre las ruedas./ Llegamos/ y de esta herida brota tierra".

Los textos carecen de título, por lo que el libro puede leerse como un poema extenso. El sentido de unidad está dado incluso a través de la variedad de formas de la escritura y del libro mismo. Si bien Cursaro va y viene entre el poema y la prosa poética (e incluso cierto fragmento inclasificable entre poesía y narración) e intercala fotografías (un procedimiento al que acudió en "Jirones de un desierto que oscurece"), la aparente dispersión retorna una y otra vez sobre imágenes de la experiencia central. Viaje que tiene el carácter de una exploración, y cuyo trayecto se define en el momento mismo en que se lo emprende. El uso de neologismos parece indicar que se trata de la búsqueda de una expresión con sentido vital, sobre todo porque "la palabra traiciona" y "es un sonido inútil/ cuando desvela la helada". Pero a la vez resuena con fuerza una apelación, un llamado a un otro que pueda constituirse y perdurar allí donde sólo parece haber silencio y olvido. El recorrido se revela como circular, ya que en el punto de llegada, tomando por tal al último poema del libro, resuena el punto de partida, sólo que modificado por la experiencia del viaje.

Bustriazo Ortiz y Mariani, dice Cursaro, son "maestros más allá de la poesía". Su libro es el testimonio de ese aprendizaje, un saber que sólo puede transmitirse como poesía.
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El poeta y el paisaje. Cursaro establece un singular cruce de poesía, prosa y fotografía.

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