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 domingo, 08 de octubre de 2006  
Reflexiones
Fraticelli, Reutemann y el Tamborcito de Tacuarí

Carlos Duclós / La Capital

Hagamos primero un poco de historia: en la Batalla de Tacuarí, el glorioso y virtuoso general Manuel Belgrano logró, pese a todo, una honra singular, porque siendo sus tropas significativamente inferiores en número que las del enemigo, su fe, su firme voluntad, su valor y el de sus soldados, hicieron que no se amilanara. En esa memorable batalla cayó muerto el famoso Tamborcito de Tacuarí, un niño de 12 años que era lazarillo del entonces comandante Celestino Vidal, quien luego fuera ascendido a general. Lazarillo, sí, porque Vidal estaba quedando por entonces ciego, pero era un estratega brillante y un patriota incomparable, tan patriota como el mismo padre del Tamborcito, un maestro rural que dio el consentimiento para que su hijo cumpliera esa misión en tal campaña. Lo cierto es que el chico había aprendido muy bien a redoblar sobre los parches y en esa batalla, además de lazarillo, era “tambor”.

  Algunos historiadores han dudado sobre la existencia de Pedrito Ríos y de su muerte en la contienda. Pues bien, señoras y señores, ya no hay que dudar más, deben cesar las discusiones y los estudios históricos, porque como bien dijo un observador político con mordacidad y a propósito de la acusación disparatada de Carlos Fraticelli, “el Tamborcito de Tacuarí realmente existió, sin embargo no lo mató el enemigo, sino el propio Reutemann. Y si no lo hizo, algo tuvo que ver“. Más allá de la ironía de nuestro interlocutor, siempre muy bien informado en cuestiones políticas, que sirvan estas palabras introductorias, de paso, para evocar a aquellos patriotas que entregaron sus vidas por una patria libre y justa y cuyos espíritus deben estar compungidos por sentir que algunos necios dirigentes del país hoy cultivan el resentimiento y la venganza, mientras muchos “Tamborcitos” caen no por la metralla del enemigo, sino por la falta de pan.

  Luego de las erradas palabras de Fraticelli, una ola de indignación se agitó en el peronismo. “Parece que pegarle a Reutemann está de moda —dijo un dirigente—. Algunos le achacan cuanto desastre haya ocurrido en la provincia de Santa Fe, muy pocos recuerdan sus virtudes como gobernador y que a su gestión se debió, entre otras cosas, el que la provincia no se haya ido a pique cuando todas las demás emitían bonos para desempeñarse en la misma muerte que corrompía todas las estructuras de la Nación. Estos ataques —siguió diciendo— tuvieron y tienen una connotación electoral”.

  Ahora bien, el error de Fraticelli al atribuirle responsabilidades a Reutemann en su detención y condena, no puede ser atribuido, como sostienen algunos peronistas, a una razón política, tampoco a una estrategia procesal (como estrategia es pésima, como que no lo ayuda en absoluto).

  La verdad sea dicha, o mejor aún nuestra opinión expresada: no sólo que Reutemann jamás acusó a Fraticelli, no sólo que no hubo un complot político, sino que tampoco lo hizo Rafael Gutiérrez, que a la hora de la muerte de Natalia no era presidente de la Corte, sino un camarista del fuero civil y comercial de la ciudad de Santa Fe (dígase, al pasar, que tiene una larga trayectoria en el Poder Judicial santafesino).

  Si efectivamente en su momento Reutemann dijo: “no quiero un caso como el de María Soledad en Santa Fe“, esto lejos está de ser un acto irregular y sospechoso y debe ser elogioso y elogiable, porque era plausible que el poder político no permitiera que se repitiera, en Santa Fe, un caso bochornoso de impunidad como el que caracterizó al de María Soledad en Catamarca. Para terminar con esta primera parte de la reflexión, debe decirse, y la fuente es inobjetable, que algunos ministros de la Corte habrían dicho hace algún tiempo: “El caso Fraticelli no nos quita el sueño, que los jueces actúen de acuerdo con la sana crítica y si lo tienen que dejar en libertad porque creen que corresponde la libertad, pues que lo dejen”. El complot político, la conspiración o la responsabilidad política y de la Corte para encerrar a Fraticelli y Graciela Dieser es inexistente. Y esto ha sido refrendado, además, por la señora Dieser, quien en conversaciones de hace unas horas con amigos, tomó distancia de las expresiones de su ex esposo. Ella no cree en ninguna conspiración política y muy lejos está de tener, siquiera, rencor por quienes la condenaron.

  Por lo demás, su propio abogado, Héctor Superti, ha dicho exactamente: “Nunca advertí ningún tipo de conspiración política direccionada a manejar, entre comillas, la causa. A mi no me consta y no le quepa la menor duda de que si yo lo hubiese visto, con la misma energía con la que actuamos en lo que entendimos que era restricción a los derechos, lo que entendimos que eran modelos inconstitucionales, también hubiéramos reaccionado según correspondía. A nosotros no nos consta, eso lo dijo Fraticelli y se tendrá que hacer cargo Fraticelli. El sabrá por qué lo dijo”.

  A Fraticelli, de todos modos, no hay que criticarlo por sus palabras, mejor hay que comprenderlo. ¿Por qué? Porque seguimos insistiendo en su inocencia y en la de Graciela Dieser y reafirmamos lo dicho hace algunos años atrás al seguir el caso: el proceso tuvo grandes errores y de todo tipo. Fraticelli es un hombre inocente en nuestra opinión, pero emocionalmente quebrado. Quebrado por haber sido acusado de la muerte de su hija, condenado y encerrado. Hace falta una gran fortaleza de espíritu y estar adecuadamente contenido para no dar rienda suelta a pasiones que, claro está, poco útil son en estas circunstancias.

  No vamos a considerar aquí la larga lista de errores en la investigación, desde la rotura del hueso hioides durante la autopsia y que el juez instructor Carlos Risso atribuyó tan lamentablemente a un supuesto estrangulamiento, pasando por las poco felices expresiones públicas de la camarista Burrone de Juri en el programa de Mariano Grondona, en donde aseveró (en nuestra opinión prejuzgando) que había un homicidio por estrangulamiento. Desde el mismo momento de iniciada la causa la cosa fue mal. Tan mal que hace muy poco, al denegar la libertad a los inculpados, el juez Vidal esgrimió argumentos harto endebles, como la peligrosidad procesal sosteniendo que el matrimonio podía fugarse. Fraticelli por ser un intelectual, Graciela Dieser por ser ama de casa (¡!).

  Con el respeto que deben merecer como seres humanos y como funcionarios todos aquellos que intervinieron como investigadores y sentenciantes en el caso, debe decirse que para este hecho puntual, seguimos opinando que se equivocaron. Toda la expectativa está puesta ahora en la labor de los conjueces, entre quienes se encuentran, según trasciende, abogados de fuste y brillo. Sin embargo, no se puede dejar de advertir que siguieron los fundamentos absolutamente débiles para negar la libertad de los condenados en primera instancia. En su voto el doctor Blanc ha señalado que Dieser podría fugarse, porque su vida al lado del señor Fraticelli “le proporcionó conocimientos en la materia”. Ciertamente, no creemos que para escapar de la justicia se necesiten demasiados conocimientos, sino más bien una forma inadvertida de franquear las fronteras del país, algo que numerosas personas del más bajo nivel intelectual, y en virtud de diversos ilícitos cotidianos, realizan cada día sin más trámite que el de una simple canoa. Se verá en los próximos días si Fraticelli y Dieser son peligrosos procesalmente, si se fugan. Si no lo hacen (como es seguro que no lo harán) se derrumbará el argumento de la peligrosidad procesal y una vez más se pondrán en evidencia los errores y prejuicios que enmarcaron a esta causa.

  Es de esperar que los conjueces actúen según la sana crítica, que no se ejerza ningún tipo de presión sobre ellos y si algo al respecto sucediera o insinuara, que sea denunciado públicamente y ante los organismos judiciales pertinentes del más alto nivel. Por lo demás, que quede claro: al Tamborcito de Tacuarí no le dio muerte el senador Reutemann.
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