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domingo,
08 de
octubre de
2006 |
Los consejos
de emigrar
A lo largo de estos años, debido a la publicación de mis cartas en diarios argentinos, he recibido bastante correspondencia. Entre esa correspondencia me llegaron y llegan cartas de personas que tienen la intención de emigrar y me comentan sus razones, a la vez que me piden consejo. Yo he llegado a la conclusión de que emigrar es como casarse. Empieza por un metejón, pero no se sabe como terminará. Hay distintas opiniones sobre lo aconsejable de emigrar o de no hacerlo. Lo cierto es que la mayoría de esas opiniones dependen de la experiencia de cada uno y cada experiencia es distinta a la de los demás, por tanto pienso que no se puede aconsejar a nadie con total seguridad. Cuando estaba soltero escuchaba a unos que decían que casarse era perder la libertad. Otros decían que añoraban su soltería. Otros que eran muy felices. Así podría seguir comentando los consejos de solteros, casados, divorciados y hasta de viudos. Lo cierto es que para mi el matrimonio fue una de las mejores cosas que me pasó. Quizás la suerte, el destino o que supe elegir a la persona adecuada, fue lo que me hizo encontrar en el matrimonio el estado perfecto para vivir la vida. Sin embargo, en lo de emigrar no puedo decir lo mismo. Nada salió como yo esperaba. La razón es que yo, como muchos argentinos, imaginaba que este Primer Mundo era superior a nuestro segundo mundo. Y digo que Argentina está en el segundo mundo, porque hay países en peor situación que el nuestro y que son los que yo situaría en el Tercer Mundo. Cuando estamos en Argentina nos parece que la decencia, la honradez, la formalidad, y en general las virtudes de los seres humanos están todas en Europa. Pero cuando uno vive aquí, se da cuenta lo que hay de verdad en ese refrán que dice: "El diablo sabe más por viejo que por diablo". Europa es vieja y América joven. Por eso en Europa disimulan mucho mejor que nosotros los defectos de la raza humana. En el caso de los argentinos, por lo general, cuando decidimos emigrar, diseñamos nuestros planes de futuro con una mentalidad de país joven, basada en nuestras costumbres, nacidas de la diversidad e inconformismo de las razas que forman nuestro país. Nuestros antepasados nos transmitieron los recuerdos del terruño que ellos conocieron, pero aquellos recuerdos no tienen nada que ver con la actualidad. Los que ahora nos hemos transformado en inmigrantes, nos damos cuenta que aquellos recuerdos de sus países de origen, estaban suavizados e idealizados por una visión melancólica de una época que existió, pero que ya no existe. Es decir, que sería lo mismo que si alguien emigrase a la Argentina desde aquí, después de haber escuchado mis comentarios sobre una Argentina en la que yo viví mi juventud, hace ya treinta años. Quien fundamente sus planes de emigrar a Argentina en mis recuerdos, quizás sufra una decepción, porque las costumbres de mi época han cambiado y nadie sensato puede hacer planes para un negocio o una radicación familiar basándose en los recuerdos de un inmigrante. Esto que comento forma parte de mi experiencia personal, porque muchos de los que hemos salido de Argentina, incluido yo, idealizamos el país al que íbamos a emigrar, basándonos en los comentarios y recuerdos de abuelos, tíos y padres. Oyendo aquellos relatos, imaginábamos que Europa, era lo más cercano a un paraíso. Aquí nadie nos estafaría. La honradez y la decencia eran el modo habitual de vivir. No existía el soborno. La "palabra de honor" y el "apretón de manos", en una transacción comercial, tendrían más valor que una firma. La seguridad en las calles de pueblos o ciudades, donde residieron nuestros mayores, era incuestionable y no hacia falta cerrar las puertas de las casas. Pero todo esto ha cambiado. Las transacciones comerciales hay que firmarlas bien firmadas. La puerta de casa cerrarla con tres cerrojos y la honradez y la decencia son tan difíciles de encontrar como en el resto del mundo. En cuanto a las calles, hay sitios que es mejor llevar ojos hasta en la nuca. Los latinoamericanos pensamos muchas veces que los europeos son mejores e incluso más cultos y civilizados que nosotros. No es así. En Europa hay bueno y malo como en todo el mundo. El que nosotros hayamos tenido unos buenos abuelos o unos buenos padres, no significa que todos aquí sean como ellos. Por eso mi conclusión sería que el que quiera emigrar que emigre y el que quiera casarse que se case. Pero que no haga sus planes sobre consejos o experiencias ajenas, porque el paraíso para unos puede ser un infierno para otros.
Carlos A. Ochoa Blanco
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