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 miércoles, 23 de agosto de 2006  
Editorial
Pichincha, pasado valioso e intransferible

La recreación de la leyenda del particular barrio rosarino, centro de la mala vida durante las primeras décadas del pasado siglo, levantó cuestionamientos vinculados con una supuesta exaltación de la explotación prostibularia. Se debe procurar el equilibrio, en el marco del valioso rescate de la historia: ni la idealización ni el ocultamiento pacato constituyen alternativas apetecibles.

La polémica surgió, espontánea, a partir de la iniciativa municipal de "refundar" el tradicional barrio de Pichincha como "república". De inmediato, voces indignadas surgieron y desplegaron sólidos fundamentos en contra de la decisión oficial de lanzar un nuevo perfil para el histórico barrio, cuna de la versión más arrabalera de Rosario y donde la prostitución constituía, sin dudas, un oficio habitual. El debate es ciertamente rico y merece ser ahondado, porque se produce en una coyuntura propicia para la urbe, que se proyecta hacia el futuro con inédita fuerza y debe procurar fortalecer su identidad en pro de superar nuevos desafíos.

Aquellos que salieron a criticar lo hicieron, válidamente, esgrimiendo las memorias tristes de la explotación femenina perpetrada en Pichincha en décadas ya lejanas. Efectivamente, pareciera a veces que el pintoresquismo oculta el costado sombrío de la vida en la zona prostibularia, donde se reducía a las "pupilas" sexuales a una virtual esclavitud. Pero en contrapartida, tampoco resulta útil ni necesaria la demonización del ámbito, que forma parte central de la historia rosarina y es nítido símbolo de su carácter popular, tanguero y proletario.

Ni la banalización espectacular ni el ocultamiento pacato merecen integrar, por ende, el repertorio de actitudes rosarinas hacia este fragmento tan oscuro pero a la vez inevitablemente seductor del pasado de la ciudad. Y así como Buenos Aires y Montevideo explotan en innegable beneficio propio el costado orillero de su historia, ¿por qué no puede Rosario incrementar su atractivo turístico de la misma manera, a partir de la leyenda gestada en torno de Pichincha?

Sin ocultar, sin deformar, sin fabricar mitologías innecesarias, el misterioso encanto que aún caracteriza a este rincón de la ciudad justifica ser rescatado, revisitado y preservado. Rosario atraviesa una situación de privilegio, merced a la aplicación de un modelo económico que favorece su perfil trabajador y antiespeculativo. En ese marco se ha transformado materialmente de manera notoria, se ha embellecido y como consecuencia hoy el turismo constituye otra valiosa fuente de ingresos para sus habitantes. Su vuelco al río, que junto al auge del sector servicios es el primero de los imanes en atraer a los viajeros, merece ser acompañado por la revalorización de un pasado único, capaz de ejercer innegable seducción sobre los visitantes.

Pichincha, entonces, no tiene que ser rechazada hacia el olvido ni depositada en la áurea galería de las glorias rosarinas. Asumir ese pasado, con su contradictorio y oscuro atractivo, vale la pena y la ciudad sabrá hacerlo con la madurez necesaria, para enriquecer una identidad única en la Argentina.


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