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 domingo, 25 de junio de 2006  
[Nota de tapa] - Rezo por vos
Maradona, entre el mito y la historia
El mejor jugador de la historia del fútbol argentino se ha convertido en un símbolo que se proyecta sobre el país y sobre su época. Aquí se propone una lectura de la compleja red de sentidos que rodea a su figura

Nora Grigoleit

Maradona hoy es un hombre de 45 años, pero sobre su metamorfósica figura, cultural y física, podemos afirmar una verdad sencilla sin temor a equivocarnos ni a anunciar ninguna novedad: que se ha convertido en un símbolo, al menos en el sentido más amplio del término. ¿Símbolo de qué? ¿De una época? ¿De un país? ¿De un deporte?. Se podría convenir que se trata de uno de esos símbolos de difícil traducción, que reúnen en sí mismo una gran cantidad de significados sobre distintos planos de contenido incluso -o sobre todo- contradictorios entre sí, y que todos ellos vienen alimentando el imaginario colectivo nacional de, por lo menos, las últimas tres generaciones. Cuando la relación entre un símbolo y su significado asume esta modalidad plurívoca e inagotable, produce un consenso de hecho acerca de su capacidad semiótica que se expresa en un reconocimiento social y que genera seguramente reunión en torno de sí, más allá de las polémicas y las contradicciones.

Esta pluralidad de significados, ¿tiene algo que ver con la pluralidad de Maradonas que hemos visto emanar a lo largo de estas casi tres décadas de las imágenes mediáticas? Desde el fantástico Maradona de los 80 y los primeros 90, un concentrado maravilloso de potencia, creatividad y astucia encerrado en un cuerpo pequeño de extraordinaria versatilidad hasta el de los últimos 90 y principios de milenio, un cuerpo al borde del estallido; y después, cuando ya todos nos habíamos resignado a enterrar piadosamente al futbolista bajo el gordo decadente encastrado en un carrito de golf, el renacer de aquel cuerpo mítico que flamea en los trapos de la tribuna, convertido en un ícono de sí mismo, que parece redimir a aquel primero, recuperado para reconvertirse en el anclaje real digno de una reivindicación colectiva.

En este cuerpo físico recuperado y reivindicado, ¿cuántas glorias que esta imagen evoca podrán recuperarse ya sin culpas ni vergüenzas? ¿Qué destinos redime en lo personal y en lo colectivo? ¿Cuántas promesas de futuro venturoso está anunciando?


Reivindicación
Beatriz Sarlo, en su libro "La pasión y la excepción", dice a propósito del mito evitista que "los mitos (diferentes) que sostienen a Eva tienen que tomar a su cuerpo como dimensión fundamental: sus cualidades no agotan ningún mito pero los sostienen a todos". Sarlo desarrolla con agudeza y minuciosidad analítica el proceso por el cual el cuerpo de Eva acabó convirtiéndose en un símbolo de reivindicación identitaria para una generación de jóvenes que se propuso asumir la tarea de restablecer la justicia popular por medio de una venganza y en ese desenlace histórico leyó un acto de carácter excepcional, único, cuasi fundante de una serie de acontecimientos que después fueron determinantes en la historia del país.

El desempeño excepcional de Maradona que hará de él un nuevo mito tendrá como telón de fondo los acontecimientos que marcaron esos años, y su figura se construirá y se modelará en el barro simbólico de este escenario histórico. Siguiendo el análisis de Sarlo, podríamos preguntarnos si la figura de Maradona no se constituyó en el lugar donde se vuelven a fundir la pasión y la excepción.

En junio de 1970, cuando los montoneros asesinan a Aramburu, Maradona era un niño pobre de Villa Fiorito que ya comenzaba precozmente a dar pruebas importantes de su avanzado juego. El Mundial 78 organizado por los militares llega para ofrecerle a las masas un equipo de nuevos héroes donde se encarnarán las nuevas virtudes olímpicas en reemplazo de aquellos valores e ideales que terminaron representando las marcas demoníacas de una generación que había perdido el rumbo y conducido al país al caos.

La entrega total y el sacrificio como consigna política de la pasión militante ahora se transponen y se subliman en lo deportivo. La victoria argentina del 78 devuelve las multitudes a las plazas y a las calles y momentáneamente se reconstruye el simulacro de una identificación de masas. La sangrienta represión política e ideológica de la segunda mitad de los 70 va a torcer las pasiones reivindicatorias de los argentinos, desplazándolas hacia un nuevo objeto. Lo nacional y popular abandona el plano de la acción política y pasa a ser fútbol y espectáculo.

La efectivización de este proceso fue posible además por la aparición de nuevas condiciones materiales de producción y gestión simbólica. El desembarco de las nuevas tecnologías en el campo de la comunicación mediática proporcionó el espacio adecuado de participación y enrolamiento popular. Tener por aquellos años un televisor a color era una conquista importante e irrenunciable, porque a través de esa ventana se podía ver y participar en lo único que había para ver y participar. La televisión a color se convirtió en la perspectiva más verosímil de lo real y un instrumento de control social de largo alcance en manos del Estado.

¿Cómo se inserta entonces el mito de Maradona en esta historia? ¿Qué hizo la excepcionalidad de Maradona? ¿Respecto de qué fue excepcional? ¿Qué lo distinguió de otros hombres, de otros deportistas?


Idolo entre los ídolos
En el imaginario social de los argentinos existe toda una galería de personajes-símbolos que han sido objeto de idolatría: Evita, el Che, San Martín, Gardel, y podríamos seguir. Una diferencia evidente entre Maradona y todos ellos, es que este ídolo popular aún está vivo (hasta ahora, y no por faltas de oportunidades, le ha venido escapando al final trágico que suele ser marca y condición de mistificación) y no deja de acumular sobre su nunca gastada figura nuevos capítulos significativos que multiplican su hojaldre semiótico.

Maradona como deportista tampoco se equipara a Pelé, ni a Fangio, ni a Reutemann. Su pathos heroico nunca encajó con el ethos del prócer deportivo como modelo de conducta. Por otra parte, como la globalización ha llegado a imponer su lógica también en este plano, desreferencializando cualquier individualidad (excepcional) de su origen nacional para referenciarla a un puro valor de mercado, creo que tampoco sería pertinente compararlo con los grandes deportistas surgidos en la última década.

En este sentido, Maradona quizás deba ser considerada la última y la más nacional de todas las figuras del deporte internacional. Que los napolitanos primero, y los cubanos después, hayan adoptado a Maradona como un compatriota, que le hayan hecho un lugar dentro de su propio panteón nacional, habla a favor de la importancia que esta dimensión asume entre sus particulares valencias simbólicas.

La excepcionalidad del carácter nacional que reviste la figura de Maradona para los argentinos podría interpretarse a partir del modo en que se fueron entrecruzando algunos momentos de la historia política y social del país de las últimas décadas con la trayectoria de este personaje. Si su figura aglutinante fue adoptando las formas de lo mítico es porque su gesta personal, hecha de encumbramientos y caídas, de promesas y decepciones, se convirtió en el espejo en el que periódicamente un país entero parecía reflejarse.

La gesta maradoniana ya fue historiada de múltiples maneras. Su vida fue revisitada por medio de una copiosa producción simbólica que recorre distintos géneros y estilos, y materializada a través de los más diversos formatos. Nunca la vida de un argentino fue tan "soportada" material y espiritualmente hablando. Desde lo autobiográfico, pasando por las entrevistas personales en las que el propio personaje habla de sí mismo en tercera persona, lo documental, la música popular y la ficción.

Recientemente fue estrenado un film realizado por argentinos (para diferenciarlo de los que están próximos a aparecer hechos por extranjeros) que salió al mercado con el nombre "Amando a Maradona", título que juega (supongo) con la homofonía "A(r)mando a Maradona". Este juego de ambivalencias semánticas se refuerza y multiplica gráficamente en la cartelera con la que se lo publicita. Ahí se pueden ver once Maradonas en la tradicional formación de equipo que suele venir inmortalizada momentos previos a un partido. Como corresponde, todos visten la camiseta de la selección nacional pero también todos lucen en su brazo izquierdo la banda de capitán del equipo.

Son once Maradonas capitanes, pero son al mismo tiempo once personas distintas, si la forma física vale como referencia de identidad y de identificación. El niño Maradona ocupa el centro inferior del cuadro, sosteniendo -como una promesa- el balón en la postura clásica; en torno suyo se abren en abanico los diez restantes, y en este despliegue sincrónico se representa, gracias a un truco de fotomontaje, otro no simultáneo, sino histórico, diacrónico, en el que se pueden apreciar comparativamente, distintas versiones del astro en distintos momentos de su carrera.

Hay que decir, sin embargo, que la composición no respeta un orden de sucesión temporal biográfico, ni recorriendo la serie de izquierda a derecha ni a la inversa. La imagen en su "desorden" no sugiere entonces una lectura histórica lineal, y por consiguiente, tampoco promete una reconstrucción según un principio de reversibilidad temporal. El gerundio "amando", al subrayar el tono de presente, parece convocar al espectador a un ejercicio ritual de identificación colectiva en torno a la mística que emana de las distintas epifanías de un ídolo que tienen que ver con los diversos momentos de una historia concreta pero que la trasciende o mejor, que la desafía como temporalidad.


El retorno
Durante los años 90 los argentinos seguimos a un Maradona que se transformaba en su sustancia física según se sucedían las expulsiones, los escándalos y las proscripciones. Esta caída se aceleraba al mismo tiempo que se achicaba el ángulo de declive moral, económico y social del país. Su imagen física y deportiva se fue desfigurando como si ella debiera ir reflejando los pecados de una sociedad que festejaba en clave farandulesca las intervenciones estéticas que, en proporción inversa, iban rejuveneciendo a la fáustica figura presidencial de los argentinos. Después llegaron sus colapsos coronarios que también coincidieron con los colapsos sociales en la Argentina de De la Rúa. El país y Maradona, un solo corazón espasmódico, casi estallaron al borde de la disolución definitiva.

En el 2005, en el país de Kirchner, los elevados índices macroeconómicos se acercaron bastante al puntaje de rating de "La noche del 10". Estos números bien podrían cifrar otra coincidencia histórica en este plano simbólico que estamos jugando a interpretar. Hoy es otro el escenario nacional y es otro el Maradona que volvió de Cuba casi como un resucitado. Su figura no niega las marcas superpuestas de su gesta; la de los personajes que simpatizaron con el proyecto montonero y que hoy están en el gobierno, tampoco. En ambos casos, se trata de un retorno hasta hace poco insospechado pero cuyo acontecer no deja de relanzar las expectativas de futuro de un pueblo y los modos bajo los cuales éste se reconecta con su pasado.

Conjugando de manera extraña estas tres dimensiones temporales que se entrecruzan inevitablemente en la densidad simbólica de su figura, Maradona encabezó el movimiento de reivindicación política y social más significativo del último año: la contra-cumbre de los pueblos. En el estadio mundialista de Mar del Plata, convertido en escenario político de alcance global, vimos esta vez a Maradona en el paño de representante argentino de ese encuentro multitudinario. Junto a él estaban el ex montonero y actual diputado Miguel Bonasso, los compañeros cubanos, el verborrágico presidente venezolano que, entre bullas y retórica, fue desenterrando, uno a uno, a los héroes y mártires de la lucha popular latinoamericana al tiempo que los acomodaba en la repisa de la Historia; todo ello y más, en una suerte de sobredosis simbólica difícil de metabolizar: la sensibilidad popular trabajando en exceso. Esta vez el corazón explotaba de tanto sentido que cerraba.

De ese escenario a la vez presente y extemporáneo, donde se fundían pasionalmente fútbol, política e ideología surgía esta duda incómoda: ¿se estaba asistiendo al festejo de una definitiva venganza sobre la historia o era la historia la que se estaba vengando sobre nosotros? Como sea, ciertamente se continuaba conjugando algo en el gerundio de Argentina a(r)mando a Maradona.
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Profesión de fe. El culto de Maradona se extiende y profundiza en las últimas tres generaciones de argentinos.

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