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domingo,
25 de
junio de
2006 |
Cómo cambió la vida cotidiana norteamericana tras los atentados del 11-S
El Ground Zero y los días por venir
Seguridad y políticas inmigratorias: una mirada por un debate que recorre ámbitos académicos y sociales
Licenciado Pilo Monzón / Grupo uno Multimedios
Nueva York (Enviado especial). - Es extraña la sensación que produce recorrer la zona de Nueva York denominada Ground Zero. Alguna vez, en ese mismo lugar, estuvieron erigidas las Torres Gemelas. Hoy son cuatro manzanas de nada. En realidad, se trata de un cuadrado enrejado por completo y con decenas de camiones en su interior. El escenario es el de una obra en construcción. En el acceso por Church Street hay una serie de gigantografías que van contando minuto a minuto lo que sucedió en el World Trade Center desde las 7 de la mañana de aquel 11 de septiembre de 2001. El día que cambió por completo el escenario político y económico norteamericano.
Es más, Nueva York, tiene un sobrenombre muy porteño: los habitantes de sus barrios más característicos dicen que es "la ciudad que nunca duerme". Pero en el Ground Zero todo es silencio. A muy pocas cuadras de donde implosionaron los enormes edificios se encuentra Times Square, el lugar donde la maquinaria de la publicidad y la alta tecnología tienen exhibición pública y masiva. Allí la música es estridente. Los avisos visuales y sonoros anuncian a toda potencia una infinidad de productos en todos los idiomas y utilizando recursos musicales inimaginables.
Y mucho más cerca de las moles que con su caída lastimaron el orgullo americano está el corazón de Wall Street. Con una escultura de un toro dorado en su enclave central y el infernal trajinar de hombres de negocios que pareciera ser que sólo a los gritos puede hacerse entender. Pero en lo que alguna vez fue el World Financial Center todo parece detenerse. Allí, el asfalto, la Big Apple, enmudece.
De luces, heridas y venganzas
A muy pocos metros de allí se encuentra la capilla de Saint Paul. Un modesto pero amplio templo sobre las calles Broadway y Fulton. Mucha gente, amigos y familiares de las víctimas y hasta turistas de todo el mundo, dejaron recuerdos en las cercas construidas frente a la capilla.
Así, poco a poco se fue levantando una pared de recuerdos que creció hasta transformarse, hoy, en un espontáneo y conmovedor monumento. Hay carteles, banderas, recuerdos y artículos personales. Todavía se pueden leer mensajes de dolor y condolencia, escritos en muchos idiomas. Es una experiencia triste y conmovedora.
Pero otro tanto sucede en horas de la noche. Es el momento en que se enciende un poderosísimo juego de luces que apunta hacia el cielo. Pendularmente recorren el oscuro firmamento de la nueva Babilonia. No hay lugar de Nueva York desde el que no se vea esta luminosa ausencia. Y otra vez una multitud de seres que hablan distintas lenguas, tantas como fotos e imágenes son captadas por sus filmadoras, aparecen en este no-lugar, como diría el filósofo Marc Augé. Parece un contrasentido pero no lo es. Tratan de retratar lo que no está, lo que no es materialidad. Es ausencia y silencio. Es nada y dolor.
Los análisis periodísticos más serios son coincidentes con algunas publicaciones universitarias en torno a un tema: los debates políticos, académicos y sociales que se abren en los países centrales de cara a las cada vez más numerosas corrientes migratorias que buscan en forma desesperada un lugar menos desangelado en este mundo. También sobre las formas de encarar lo que se ha dado en llamar la lucha antiterrorista. En esos ensayos de una u otra manera aparecía la sonora sordidez del Ground Zero y los reflectores que iluminan la necesidad de la memoria, pero también la sed de revancha de la economía más importante del mundo.
"México vive en sus hijos"
En la cosmopolita Nueva York, y sobre todo en el sector comercial de fuerte presencia latina, en las vidrieras brotan los pósters o avisos de grandes dimensiones que dicen "México Vive, en sus hijos y en el espíritu de Norteamérica". Toda una definición que se transforma en un estandarte frente a la normativa inmigratoria aprobada por el Senado que da una respuesta provisoria a quienes viven desde hace décadas en Estados Unidos.
Pero que a su vez se transforma en una valla infranqueable, un muro que condensa rasgos de xenofobia y resabios de segregacionismo para quienes están residiendo y trabajando desde hace menos de diez años y no tienen los papeles habilitantes. "No deben persistir en su idea" dice un pilar del partido republicano con tono preelectoral a las cámaras de la CNN. Pero son once millones de almas, sólo las mexicanas, que no tienen entidad legal pero que trabajan de sol a sol. "Es el racismo que muta indefinidamente", dijo un representante demócrata en el Capitolio cuyo testimonio es repetido una y otra vez por los noticieros televisivos de habla castellana que son seguidos por millares de nacidos al sur del Río Colorado sumergidos en la Gran Manzana.
Tormenta del Desierto
Demócratas y republicanos no tuvieron mayores diferencias de fondo en la necesidad de iniciar este periplo bélico, en "neutralizar el integrismo político y religioso musulmán" en los territorios de Irak, Afganistán, Irán y Pakistán. Sin embargo, para el partido opositor, esa acción no puede ser permanente, ni continuar con los contornos abusivos que la prensa internacional ha denunciado. Por eso presentó esta semana en el Senado una propuesta para fijar el retiro de las tropas ocupantes de la nación árabe para dentro de un año.
Los demócratas además solicitaron a través de otra iniciativa la salida de las fuerzas armadas sin establecer para ello una fecha límite, que fue también derrotada por la mayoría republicana. Ambos textos fueron rechazados de plano por la mayoría republicana. En su negativa fundamentaron que "para miles de fanáticos indonesios, paquistaníes, indios y palestinos la figura de Osama Bin Laden es una suerte de Robin Hood, un referente por el cual vale la pena inmolarse". Porque además en su vida futura sólo encontrarán premios y placeres terrenales. Por eso es necesario ir a una guerra.
Voces críticas de la guerra
Pero también hay voces críticas de la guerra. Un grupo de universidades como las de Los Angeles y Georgetown ha generado desde algunas de sus cátedras notables documentos de denuncia del sinsentido.
También hay algunas manifestaciones en derredor del World Trade Center. No son multitudinarias pero cobijan a militantes pacifistas, organizaciones no gubernamentales y ciudadanos indignados por lo que consideran que es la enésima reedición de la ley del garrote en la política exterior de su país.
Un periplo bélico cuyas acciones están en baja, pero para algunos observadores lo que no está en discusión es la necesidad de su existencia en términos de política de Estado. Por el efecto dinamizador en lo económico que tiene la guerra y la consolidación de una estructura de poder que proviene desde mediados de los noventa.
Y para otros porque aún continúa la sensación en ciudades como Washington, Chicago, Houston o Nueva York de que todo podría volver a pasar en cualquier momento. Que la historia podría volver a plantearse como ícono ausente. Como multitudinario escenario de muerte. Otro sitio de Nada para ser iluminado. Las elecciones de noviembre quizás arrojen un poco más de luz sobre las intenciones del pueblo norteamericano. Es así como la maquinaria de la guerra vuelve a ponerse en marcha.
En pocos meses más habrá un nuevo homenaje al 11 de septiembre. Quizás la ciega violencia integrista también esté preparando un nuevo blanco para reafirmar su presencia, muy ajena de los fundamentos que tuvo la violencia política en décadas pasadas. Hoy sólo se plantea destrucción. Un plafón perverso y justificatorio para quienes creen en la teoría de las guerras preventivas. El mundo ha cambiado invariablemente hacia mutaciones culturales, políticas y económicas cuyos abismos aún desconocemos. Como aquel que se puede apreciar en el Ground Zero, en su monumental ausencia elocuente, observada una noche de primavera del mes de junio de 2006.
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