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domingo,
25 de
junio de
2006 |
Opinión: Un juego lento y previsible
Jorge Salum
El ritmo que la selección argentina le impone a su juego favorece a los rivales, les da posibilidades. Frente a Serbia y Montenegro cambió 7 u 8 veces de marcha y convirtió seis goles. Contra la selección de México no lo hizo casi nunca y hubo que sufrir hasta el final, más por errores propios que por méritos ajenos: el partido sólo se destrabó por la inspiración genial de un jugador que entendió que sin patear al arco es imposible hacer un gol, por más que la pelota permanezca la mayor parte del tiempo bajo la suela de un compañero.
Al optar por un juego que hace un culto del control de la pelota, sin importar las circunstancias del partido ni el resultado, la selección renuncia a uno de los factores clave del fútbol: la sorpresa. Su estilo paciente, lento y de muchos toques siempre le da una nueva oportunidad al equipo contrario, porque la convierten en un equipo previsible y sin variantes.
Es lo que ocurrió contra México, cuyo entrenador conocía a la perfección la filosofía de José Néstor Pekerman y supo cómo contrarrestarla. Lo logró y por eso la Argentina sufrió tanto.
Y en eso tuvo mucho que ver el conductor albiceleste Juan Román Riquelme, que es el prototipo de jugador para la forma de jugar que ha elegido el director técnico argentino: él sabe cómo tener la pelota y cómo hacer que esté la mayor parte del tiempo en poder del equipo, pero muy pocas veces sorprende y así no hace más que resolverles los diferentes problemas a los rivales.
Vale la pena remarcarlo cuando ganó y llegó a cuartos de final, porque ahora le espera el partido más duro de los que podrían tocarle en este Mundial, más complicado incluso que si jugara contra Brasil. Porque se trata de Alemania, el anfitrión de la Copa.
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