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 sábado, 28 de agosto de 2004

En la Argentina, unas 960 mil personas nunca recibieron instrucción. El martes, la educadora Emilia Ferreiro diserta en Rosario sobre qué significa leer y escribir en el siglo XXI
Voluntad, esfuerzo y muchas ganas de aprender
En un centro de alfabetización de Pujato, 20 mujeres adultas y adolescentes estudian y comparten horas de lectura. Todas acuerdan en el valor del estudio más allá de la edad

Marcela Isaías / La Capital

A los 80 años, y por primera vez en su vida, Antonia escribió su nombre en una hoja de cuaderno. Hasta ese momento nunca había ido a la escuela. Vivió su infancia en una localidad del norte santafesino -Gobernador Crespo-, donde el aula más cercana "estaba a seis leguas". Desde hace algunos años es la primera en tomar asiento en el Centro de Alfabetización Nº 131 de Pujato.

Antonia Severino es una de las 20 alumnas que asisten a este centro de aprendizaje dependiente del Programa de Alfabetización y Educación de Adultos (Paeba). Su llegada no fue casual: Antonia tomó como un desafío la invitación que Sandra Balzi, la maestra alfabetizadora, le hizo hace tres años. "Ella estaba enterada de que no sabía ni leer ni escribir, me invitó a venir a clases justo cuando enviudé, para mí fue una compañía", recuerda la abuela que ahora tiene 83 años y disfruta de los libros.

"Es muy lindo escribir, más me gusta leer", comenta cuando habla de sus aprendizajes. No falta nunca a las clases que se dictan por la tarde en la vieja estación del ferrocarril de Pujato. La sala es cálida, muy iluminada, adornada con carteles hechos por la maestra y las alumnas. Un mantel plástico cuida las mesas y nunca falta el mate para pasar la tarde. Aunque no se anime a reconocerlo públicamente, le encanta leer en voz alta, en todo caso prefiere decir que ahora lee "de todo un poco, sobre todo revistas".

Antonia es menuda, sencilla, se ríe cuando se le pide que pose para la foto, quizás porque le resulta extraño sentirse protagonista cuando se la invita a dar testimonio y afirmar lo que dicen los especialistas: aprender es un esfuerzo, implica asumir deseos de superación y mucha voluntad que van más allá de los años.

La realidad de Antonia es la misma de poco más de 900 mil personas en la Argentina. Según datos del último Censo Nacional de Población, realizado en el 2001, 961.632 mayores de 15 años no contaban con ninguna instrucción, en tanto que 3.695.830 tenían el primario incompleto y 5.435.128 no terminaron el secundario.

Pero si se considera que de esa cifra monstruosa sólo 575.219 jóvenes y adultos (38.629 pertenecen a Santa Fe) estudian para acreditar sus conocimientos de la enseñanza básica y la gran mayoría (unos 400 mil) lo hacen para completar la enseñanza secundaria, está claro que queda mucho por avanzar. Más aún si se tiene en claro que para las nuevas concepciones estar alfabetizado implica ahora sentirse dueño de la cultura letrada, lo cual implica un manejo no sólo del texto papel, sino también de las nuevas tecnologías.


Más historias
A la historia de Antonia se suman las de sus otras compañeras. Las edades son tan disímiles como las razones que las llevan a estudiar. Entre ellas aparece Juana Cofré, de 70 años. "Yo hice hasta tercer grado. Vivía en el campo y me mandaban a trabajar de niñera. No pude terminar la escuela, pero ahora empecé de nuevo y me encanta, por eso cuando termine aquí seguiré el secundario", promete Juana con tanto entusiasmo que contagia de sólo escucharla.

En la misma mesa que Juana se sienta Liliana Urraco, de 56 años. Una enfermedad le impide hablar y moverse con facilidad, pero ello no es un obstáculo para aprender. Sonríe todo el tiempo y sigue atenta las instrucciones de la maestra Sandra, a la par que muestra orgullosa su cuaderno de clases.

A poco de comenzada la clase llegan otras alumnas. Muchas de ellas adolescentes, que terminaron la primaria con dificultades o bien no la pudieron concluir. Y entre las más jóvenes está Miriam Jole, de 23 años y mamá de tres niños, quien concurre a clases con una beba de un año. Se turna para escribir y amamantarla. "No pude terminar la escuela. Me cuesta organizarme con el tiempo, pero quiero aprender porque mis hijos me piden que los ayude con la escuela y me doy cuenta de que no puedo".

Hilda Páez, de 44 años, es otra de las mamás y abuelas para quien la tarea de aprender se multiplica: tiene 10 hijos y 3 nietos. "Cuando era chica vivía en el Chaco, mucho la escuela no me gustaba, iba por la chocolatada, por eso nunca aprendí nada", recuerda para introducirse de lleno en los motivos que ahora la encuentran a diario en las clases de Pujato.

"Al principio sentía un poco de vergüenza y decía que esto no era para mí, pero Sandra me entusiasmó para venir. Me gusta estar acá donde aprendemos entre todas, me da coraje", expresa sin pausa Hilda para afirmar que las clases funcionan como "una gran familia".

En la misma sala también aprenden María Inés, Betiana, Nancy, Lorenza y Lorena , entre otras alumnas. Sólo asiste un varón, Juan Roberto, de 17 años. En tanto que nadie se olvida de mencionar a Betty -ausente el día de la nota- que viaja del campo con sus tres hijos para aprender en el centro.

Sandra, la maestra, asegura que la voluntad de sus alumnas es inquebrantable: "Dejan mucho para venir, pero sobran ganas". Las mismas que sostienen que la educación de adultos no puede ser vista de manera remedial sino como la necesidad de formación permanente, a lo largo de toda la vida.

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Sandra Balzi (izq.) y sus alumnas en la vieja estación.

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