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 viernes, 07 de septiembre de 2007  
Reflexiones
Una lectura de las elecciones

Pedro Romero (*)

Una simple descripción de los tiempos que corren pone en evidencia que los temas de fondo que encierran el futuro de los hombres en sociedad suelen discutirse en espacios privados. Ello no implica necesariamente un problema de poderes económicos, sino también de espacios corporativos, grupos de interés u otros modos de influencia propios de realidad vernácula. El tema admite discusiones valóricas, ideológicas o de las que guste mandar; pero lo más serio son las consecuencias sobre el espacio público.

En verdad "lo público" se ha cubierto de desheredados o desafiliados para decirlo con Castell. Por ello, es el lugar de los debates elementales, de lo claro y evidente, de viejas consignas mediadas en publicidad. Es el lugar de la propaganda.

El problema es serio y grave para cualquiera que aún conserve interés por la política y es aún más delicado cuando los que están a cargo del ejercicio cotidiano de la misma no se han dado cuenta. Quizás tal sea el caso del gobierno santafesino que acaba de perder las elecciones.

El vacío de lo público genera irremediablemente la caída de las consignas convocantes de otrora. El voto de los barrios, la organización territorial prebendaria, los símbolos y hasta el "modo de hacer" aparecen como un laberinto espejado de lo repetido. Una confianza auto-referencial y por ello conservadora. Un pasado vacío es regresión y en ningún caso, retorno a la autenticidad, ni punto de partida para una lectura del presente.

En estos días, los barrios van al centro y disfrutan de su propio Puerto Madero más allá de esperar media hora el colectivo. El reparto de planes y beneficios no está necesariamente vinculado a la opción ideológica. La organización social poco tiene que ver con el amontonamiento y el servilismo indigno. Júbilo hervido con trapo y lentejuela, diría una canción también olvidada. La caridad o el abuso —según sea el caso— nunca han fundado la política, y el canje de biografía por dinero tampoco genera lealtad.

La simbología es volátil, de identidades acotadas o en su defecto televisivas. La obra pública publicitada y de gran magnitud es un acompañante contundente sólo cuando el espacio común es masivo, organizado y tiene un norte de lucha o esperanza. Caso contrario, es cemento sin mensaje, es gris sovietización de lo colectivo que termina divorciando pueblo y gobierno. El terremoto de San Juan —más allá de reparaciones edilicias— necesitó de Eva Perón para llenar de sentido la catástrofe. En las inundaciones de Santa Fe no alcanzó con una solidaridad sin compromiso que socorre sin reparar y asiste sin construir.

El socialismo ganó por Rosario, pero no sólo por la diferencia de votos. Rosario fue un punto de encuentro entre realidad y publicidad en un espacio público acotado. Su reproducción se convirtió en mensaje accesible, palpable y consecuentemente creíble. Para el centro y para los barrios, para las ciudades cercanas y para toda la provincia fue una pequeña identidad —en parte real y en parte imaginada— a la que aferrarse.

De todas maneras, a no confundirse: la cuestión no pasa por encontrar la mejor manera de llenar "lo público" hoy reducido a su mínima expresión. La cuestión —al menos para los que siguen creyendo en la política— es rehabitarlo y ensancharlo. Heidegger solía decir que de vez en cuando la historia termina confrontando a sus protagonistas y exigiéndoles el advenimiento de "lo inicial". En ese momento la política se convierte en una "pedagogía de la pasividad" que implica dejar de lado la reacción o el re-acomodo para generar una "única, insistente e incesante acción" que sólo busca escuchar el mensaje de una sociedad. Al fin y al cabo siguen indagando en el presente los hilos conductores del mismo proyecto que los convoque a vivir juntos.



(*) Director de la Escuela de Relaciones Internacionales UNR
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