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 martes, 26 de junio de 2007  
Viajeros del Tiempo

Guillermo Zinni / La Capital

Los niños mendigos. El aspecto de nuestras calles centrales no es todo lo edificante que debería para el estado progresista de esta ciudad. Esto lo decimos por la presencia de los mendigos que, en verdadera legión, se derraman desde las primeras horas del día para ocupar las aceras, implorando una caridad que en muchos casos no necesitan, pero que es para ellos un “modus vivendi” muy fácil de practicar. Aparte de interrumpir el tránsito, ofrecen la molestia continua de sus peticiones, que no dejan de manifestarse de sol a sol, agotando, para reforzarla, las exterioridades de miseria y de dolor. Los pocos de entre esos mendicantes que en realidad necesitan la ayuda del prójimo son los enfermos crónicos, baldados(*) o ciegos, para quienes los asilos ofrecen un retiro. Entre los que diariamente solicitan la caridad pública se cuentan muchos niños, a quienes explotan de esa manera sus padres, hermanos mayores u otros parientes, personas sanas para el trabajo pero sin escrúpulos, que no reparan en medios para satisfacer sus necesidades y sus vicios en la forma más cómoda. Esos niños son así educados en la haraganería, desarrollándose en ellos hábitos de vagancia cuyo corolario es el delito. Resulta, como se ve, hasta criminal esta repugnante explotación de los niños empujados a la depravación y el abandono, a la vista de la civilización del siglo que busca por todos los medios resolver los problemas sociales. Existe en el Rosario una reglamentación de la mendicidad y no alcanzamos a comprender cómo puede haber caído en tal desuso. Sería de todo punto conveniente reaccionar ante la actual apatía y acometer resueltamente este asunto que año tras año da tela para el comentario de la prensa y que constituye una pesada tiranía que el público no tiene por qué seguir soportando.

(*) Tullidos, impedidos.
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