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 domingo, 30 de abril de 2006  
candi
Charlas en el Café del Bajo
-"Ustedes no lo saben, aunque tal vez lo intuyan, pero en mis pensamientos los observo. Mi mirada espiritual, que se mezcla con la idea que gira por mi mente, va recorriendo cada parte de sus almas, de sus días, de sus años, de todos sus tiempos. A veces los miro, en mi recuerdo, con alegría, porque son así, profundamente buenos, superficialmente mansos. A veces, también, los miro con temor y un poco de nostalgia, porque reflexiono y me pregunto: en este mundo en el que pareciera que de a poco se desvanece su luz espiritual y cae desmayada la moral, ¿será bueno ser bueno? Sin embargo, como el sublime sordo acabo reconociendo que «no conozco ningún otro signo de superioridad más que la bondad»".

-¿Está leyendo una carta?

-"A veces los veo en ese señor que peregrina por las noches, sin un techo que lo cobije, sin pan que calme un poco el dolor del hambre. Lo miro atentamente y me digo: advierto su presente, supongo su futuro, pero su pasado... ¿Quién habrá sido este hombre hoy desamparado, olvidado, quien para el egoísmo resulta un punto no querido, molesto, en la tela del paisaje urbano? Sus padres -pienso- lo habrán abrazado una y mil veces, y habrán sonreído ufanos cuando de la tierna boca se deslizó el reconocimiento de la sangre que le dio la vida. Sí, así como los abracé yo, como sonreí yo. Y ellos, como yo, habrán tenido una esperanza para él. Menos mal -sigo pensando al observarlo- que ya no están para verlo así, con ese viejo sobretodo color caqui que es una suerte de uniforme de la desgracia: tan frágil en invierno, tan pesado en verano. Menos mal que no están para verlo con ese colchón a cuestas, que tiende en cualquier alero que le sirve de insuficiente refugio. Menos mal que ya no ven esa mirada perdida en el infierno de la tristeza, vencida en el vacío de la nada. Sin embargo estoy yo, que lo veo a él y en él a ustedes y a tantos jóvenes. Y hay muchos más, que lo ven y en él también ven a sus hijos y a otros hijos".

-¿Podría responderme si está leyendo una carta, Candi?

-"Hay otros que también lo ven. Claro que sus ojos no distinguen la vida que pudo ser y que no fue en razón del desamparo. Ellos, esos otros, sólo ven a una existencia, una cosa que camina, un humano que permanece y que no es".

-Bueno, si está dispuesto a no responderme, dejaré que siga hablando solo.

-"Alguna vez quizá me atreva a preguntarle: ¿Por qué, cómo? Aun cuando, palabras más, palabras menos, sospecho la respuesta: «No pude más, no fui lo suficientemente fuerte. Al fin, mi mano estaba extendida, pero nadie la tomó». Y seguramente después me sentiré culpable y poco importa que algún sabihondo de la mente humana tilde mi sentimiento de vanidad culpógena. Me he de preguntar: ¿qué hice por él, qué hice por ustedes? Bien poco y nada, sólo confesar mi cobardía, sólo proclamar mi indiferencia".

-No sé de que se trata todo esto. ¿Quién escribió esto?

-"Desde hace un tiempo, casi todas las madrugadas me despierto y oro por él y por tantos como él. Y también por ustedes y por tantos como ustedes. Para que ustedes y esos tantos, que son otros hijos, no sean él. Ya sé, ya sé, no alcanza con orar. Hay que poner con fuerza, además, allí entre medio, una «b» larga para que orar sea también «obrar». ¿Me dirán, justificando la miseria de este hombre, como el filósofo: «Todo lo que ocurre, desde lo más grande a lo más chico, ocurre necesariamente»? Y yo, como siempre, como desde el principio hasta el último instante, insistiré en que la soledad y la pena sirve sólo por un rato. Más allá de la porción necesaria para pulir la sublime pieza humana, es un abominable demonio que destruye, que convierte la preciada vida en una vil existencia. En razón del carácter de la sociedad por la que peregrinamos, queridos míos, podría ser probable que, para no acabar así, como él, deban extremar las fuerzas, afirmar la voluntad, robustecer la fe. El se perdió porque nadie le avisó que, a pesar del mundo, todo se puede con fe y con trabajo. No olviden la máxima monacal: «Ora et labora». Y tampoco al poeta: «Si te postran diez veces, te levantas/otras diez, otras cien, otras quinientas.../No han de ser tus caídas tan violentas/Ni tampoco por ley han de ser tantas». Y cuando al fin se salven, queridos hijos, no se olviden de él. ¡Por favor, no se olviden de él, pues escrito está que todos podemos ser esclavos en Egipto. Papá!".

-¿¡Quién habrá escrito esa carta!?

Candi II

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