Año CXXXVII Nº 49026
La Ciudad
Política
Información Gral
Opinión
El Mundo
La Región
Policiales
Cartas de lectores



suplementos
Ovación
Turismo
Mujer
Economía
Escenario
Señales


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 05/02
Mujer 05/02
Economía 05/02
Señales 05/02
Estilo 21/01
Educación 30/12

contacto
servicios
Institucional

 domingo, 12 de febrero de 2006  
Exploraciones. La obra de arte que se transformó en ícono cultural
El secreto de doña Lisa
En "Leonardo, el vuelo de la mente", que publica Taurus, Charles Nicoll ofrece una minuciosa biografía de Leonardo Da Vinci. Aquí, un fragmento sobre su cuadro más famoso

Charles Nicoll

La elevación de la "Mona Lisa" a la categoría de icono cultural se produjo a mediados del siglo XIX como consecuencia de la fascinación que los europeos del norte sentían por el Renacimiento italiano en general, y por la figura de Leonardo en particular, y tuvo desde un principio un marcado carácter francés, y más específicamente parisino, debido a la presencia del cuadro en el Louvre. Su imagen quedó estrechamente ligada a la mórbida fantasía romántica de la femme fatale: esa exótica y cautivadora belle dame sans merci que tanto obsesionaba a la imaginación de los hombres de la época.

  Una de las figuras que más contribuyó a elevar a la Gioconda a la categoría de mujer fatal fue el novelista, crítico de arte y fumador de hachís Théophile Gautier. Para él era “la esfinge de la belleza que nos sonríe misteriosamente”; una mirada de “divina ironía” que insinuaba “ignotos placeres” y “planteaba un acertijo que aún no han resuelto los siglos que la contemplan admirados”. En medio de uno de estos arrebatos, sin embargo, se le escapa un comentario bastante significativo: “Te hace sentir como si fueras un colegial delante de una duquesa”. Otro de los que sufrían palpitaciones en su presencia era el historiador Jules Michelet, un auténtico fanático del Renacimiento. Al mirarla, escribió, “uno se siente fascinado y aturdido por un extraño magnetismo”; su presencia “me atrae, me subleva, me consume: acudo a ella a mi pesar, como acude el pájaro a la llamada de la serpiente”. En una vena similar, los hermanos Goncourt, en su diario de 1860, describen a una belleza de la época como “una cortesana del siglo XVI” con “una sonrisa tan llena de noche como la de la Gioconda”. Fue así como se produjo la cooptación de la “Mona Lisa”, que, a partir de entonces pasó a formar parte de ese elenco de bellezas letales en el que se incluyen, entre otras luminarias, la Nana de Zola, la Lulu de Wedekind o Jeanne Duval, la bella amante criolla de Baudelaire.

  La célebre descripción que hizo del cuadro el esteta victoriano Walter Pater, publicada por primera vez en 1869, recibió sin duda la influencia de este pertinaz brote de languidez gala. Más adelante, Yeats haría a Pater el inmenso favor de expurgar la inflada verborrea de su prosa para convertirla en verso libre, una forma que le sienta bastante mejor:



Es anterior a las rocas entre las que se sienta:

Al igual que el vampiro,

Ha muerto muchas veces,

Y ha aprendido los secretos de ultratumba;

Y ha buceado en profundos mares,

Y en torno a ella guarda el día de la caída...



  Oscar Wilde nos ofrece un agudo comentario sobre la seductora palabrería de Pater: “El cuadro se vuelve mucho más maravilloso de lo que en realidad es y nos revela un secreto del que, en realidad, no sabe nada”. Pero el eco de que la “Mona Lisa” escondía “un secreto” no se extinguió. En la obra de E. M. Forster “Una habitación con vistas” (1908), vemos como la estancia de Lucy Honeychurch en la Toscana hace que se impregne del misterio de la Gioconda: “Advertía en ella una reticencia que le resultaba fascinante. Era como una de esas mujeres de Leonardo da Vinci, a las que amamos no tanto por sí mismas como por aquello que no nos van a contar”.

  Otros, en cambio, se mostraron más escépticos, como puede apreciarse en la novela de Somerset Maugham “Christmas Holiday” (1939), donde un cuarteto de amantes del arte “contempla la insulsa sonrisa de esa ñoña jovencita hambrienta de sexo”. Algunos jóvenes críticos iconoclastas, como Roberto Longhi, han descargado sobre el cuadro todo su desdén, e incluso el propio Bernard Berenson, pese a no atreverse a desafiar a un “chamán tan poderoso” como Pater, ha revelado su secreto desprecio por tan reverenciado cuadro: “Ya no es más que un súcubo”. Cuando T. S. Eliot llama a Hamlet “la Mona Lisa de la literatura”, el sentido es claramente negativo: la obra ha dejado de verse como lo que es y, al igual que el cuadro, se ha convertido en un cajón de sastre para todo tipo de interpretaciones subjetivas y teorías mediocres.

  El otro acontecimiento que marcó la carrera de la “Mona Lisa” fue su rapto del Louvre en la mañana del lunes 21 de agosto de 1911. El ladrón fue un italiano de treinta años, un pintor-decorador y delincuente de poca monta que respondía al nombre de Vincenzo Perugia. Había nacido en Dumenza, una localidad cercana al lago de Como, y residía en París desde 1908. Era uno de los miles de inmigrantes italianos de la ciudad: los macaroni, como los llamaban los franceses. Había trabajado una temporada en el Louvre, lo cual explica que pudiera entrar en el edificio sin llamar la atención y luego salir con la “Mona Lisa” metida debajo de un blusón de obrero. La policía emprendió inmediatamente la búsqueda, pero, a pesar del historial delictivo de Perugia y de la gran cantidad de huellas que había dejado en el marco, su nombre nunca fue mencionado en relación con el caso. Entre los sospechosos se contaron Picasso y Apollinaire, el segundo de los cuales pasó brevemente por la cárcel, donde escribió un poema alusivo al tema. Durante más de dos años, Perugia tuvo el cuadro en su alojamiento, oculto bajo una estufa. De pronto, a finales de noviembre de 1913, envió una carta a Alfredo Geri, un anticuario de Florencia, ofreciéndose a “devolver” la “Mona Lisa” a Italia. A cambio exigía 500.000 liras. La carta la firmaba un tal “Leonardo Vincenzo”. El 12 de diciembre, Perugia llegó a Florencia en tren, con la “Mona Lisa” guardada en un baúl de madera, “una especie de arcón de marinero”, y se alojó en un hotel de tres al cuarto, el Albergo Tripoli-Italia de la via Panzani (un establecimiento que aún sigue abierto, aunque ahora, como no podía ser menos, se llama Hotel La Gioconda). Allí, en presencia de Alfredo Geri y de Giovanni Poggi, el director de los Uffizi, Perugia abrió el baúl, dejando al descubierto unos zapatos viejos y unas prendas de ropa interior de lana. Según el relato de Geri, “tras sacar esos objetos tan poco estimulantes, levantó el doble fondo del baúl, y allí estaba el cuadro [...] Nos embargaba una intensa emoción. Vincenzo nos miraba fijamente y sonreía con suficiencia como si él hubiera pintado la obra”. Un poco más tarde, ese mismo día, fue arrestado. Hubo algunos intentos de convertir a Perugia en un héroe cultural, pero durante el juicio no dio la talla. Dijo que en un primer momento había pensado robar el “Marte y Venus” de Mantegna y que se había decidido finalmente por la “Mona Lisa”, porque era más pequeño. Permaneció doce meses en prisión y falleció en 1947.

  El robo y la posterior recuperación de la “Mona Lisa” apuntaló definitivamente su fama internacional. Ambos acontecimientos desencadenaron un auténtico aluvión de artículos de prensa, postales conmemorativas, tiras cómicas, baladas, números de cabaret y comedias de cine mudo. Estos fueron los heraldos de la actual condición del cuadro como ícono pop a escala global. La desfiguración de la Gioconda que realizó Marcel Duchamp en 1919, a la que bautizó con el irreverente título L. H. O. O. Q. (“Elle a chaud au cul”, “Tiene el culo caliente”), es la parodia más famosa del cuadro, pero veinte años antes ya se le había adelantado el ilustrador Sapeck (Eugene Battaile) con su “Mona Lisa” fumando en pipa. Se había abierto la veda: vino la Gioconda múltiple de Andy Warhol (“Treinta son mejor que una”); la Gioconda de dibujos animados que Terry Gilliam creó para los títulos de crédito de las películas de Monty Python; la “desenfrenada novela” de William Gibson, “Mona Lisa acelerada”; las citas, ya clásicas, de Cole Porter en “You're the top”, la “Mona Lisa” de Nat King Cole y “Vision of Johanna” de Bob Dylan. Y también, claro está, el poster en el que aparece fumándose un porro o su empleo como ilustración de una alfombrilla para el ratón del ordenador. En mi caso concreto, sospecho que mi primer contacto con la Mona Lisa se lo debo a un éxito de Jimmy Clanton del año 1962, que empieza así:



Es como Venus en vaqueros

Como la Mona Lisa con coletas...



  No estoy muy seguro de que las coletas le quedaran bien, pero esta canción, con su deliciosa banalidad adolescente, ilustra a la perfección el destino que le ha correspondido a este bello y misterioso cuadro.
enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo


Ampliar FotoFotos
Ampliar Foto
La obra de Da Vinci genera interrogantes a través del tiempo.

  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados