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domingo,
12 de
febrero de
2006 |
Tema de la semana
El asesinato de un policía en Santa Cruz y la guerra santa
Una civilización se basa, en última instancia, en un sistema para dirimir conflictos. Esa es la gran realización cultural a la que pueden llegar los grupos humanos.
El conflicto desatado en la discreta Finlandia con las caricaturas de Mahoma que han irritado al mundo islámico pone descarnadamente sobre la mesa el problema, pues dos civilizaciones dejan a la luz que no tienen modo de dirimir conflictos entre ellas. Mientras el gobierno finés les contesta a los musulmanes ofendidos por las imágenes satíricas del profeta que no tiene nada de qué disculparse y deben ir a los juzgados a iniciar las querellas que consideren apropiadas, apelando además al deber ineludible del Estado de velar por la libertad de expresión, el mundo musulmán en pleno exige reparaciones de censura hacia los medios y de pedido de disculpas de los Estados.
Claramente se enfrentan dos modos de ver la realidad, pues mientras Occidente ha elaborado un sistema de resolución de conflictos donde se recurre a un juez que sopesa razones y da un veredicto interpretando leyes elaboradas por los hombres, el mundo islámico, englobado en buena medida en varios países que son Estados teocráticos, actúa sobre la base de la interpretación humana de preceptos divinos y no duda en censurar si quienes hacen esa exégesis encuentran que hay un desvío.
Un sistema está basado en la razón y el otro en las creencias. Uno termina en la mayor instancia judicial, en un tribunal y en el acatamiento de un fallo por las partes y el otro en la guerra santa.
Esto no quiere decir que el Islam propugne esto, pues hay islámicos que comparten esta separación entre su vida religiosa y su vida civil. Pero en la actualidad, buena parte del mundo islámico se concentra en países o grupos que no tienen esta concepción y las reacciones violentas en diversas ciudades europeas y de esos Estados teocráticos contra objetivos occidentales lo muestran. De allí que hoy la humanidad está en estado de alerta.
Esta matriz de análisis puede ser adaptada a un fenómeno de nuestro país. El asesinato esta semana del policía Jorge Sayago por parte de una turba que iba a rescatar a un preso de una comisaría en Las Heras, Santa Cruz, ocurrió por la actuación en nombre de creencias y no de un sistema racional, predeterminado y común a todos para dirimir conflictos.
Los grupos que incentivaron la protesta creen que el respeto de las leyes es relativo a sus interpretaciones ideológicas de la realidad. Es así como creen que el policía asesinado —al que el Estado le paga un sueldo con dineros de todos para que haga respetar la ley— es bueno cuando los defiende de un ladrón, pero es un agente de la opresión burguesa cuando defiende la comisaría del ataque de quienes vienen a liberar a un líder piquetero que ha sido detenido por orden judicial. En ese sentido fue clara la declaración de la dirigencia del Polo Obrero en Buenos Aires, a varios miles de kilómetros de la sangre de Sayago. Si la orden judicial de detención es incorrecta, el sistema prevé instancias para llegar a la liberación del detenido. Lo que no puede ocurrir, al estilo del ataque a las embajadas de los países donde se publicaron las caricaturas de Mahoma, es que se asalte la comisaría a los balazos para hacer prevalecer las creencias de un grupo. Sin embargo no se puede olvidar para comprender el clima que hoy impera en la Argentina que es habitué de la Casa Rosada un piquetero que encabezó hace poco el asalto a una comisaría de La Boca. Que hay grupos de agitadores aprovechando las circunstancias no caben dudas, pero también es cierto que hay legítimos protestantes que protestan de manera ilegal cortando rutas, lo cual es un delito, sin hablar de atacar comisarías.
Por eso se equivoca el presidente Kirchner cuando sólo pone la lupa sobre los agitadores profesiones que cree apuntan a él. Debe entender también que su legitimación reiterada de modos ilegales de protesta son tanto o más culpables de que esos agitadores tengan tierra fértil y de que se produzcan muertes como las de Sayago. Si no hay el delito original del piquete a cargo de mucha gente que no es agitadora, esos disociadores quedan aislados y no tienen espacio donde desarrollar su actividad sin quedar en evidencia y no escondidos detrás de mujeres con niños en brazos. En la medida en que haya un sistema legal que se aplique en la Argentina y que se lo legitime con el ejemplo desde los niveles más altos del Estado, no serán violentos. Si lo que se sigue es el deseo del caudillo, del profeta o de la masa encendida y no las leyes no hay modo de no terminar quemando embajadas, comisarías o matando infieles o policías. La decisión de cambio debe empezar en la cabeza.
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