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domingo,
12 de
febrero de
2006 |
Panorama político
Santa Cruz, Uruguay y la
carne desvelan al gobierno
Hugo Grimaldi
Mientras la Argentina se sigue cocinando a fuego lento, las noticias que llegaron desde París durante la semana resultaron demasiado frustrantes. A Renault le va mal en Brasil, apenas tiene funcionando su planta en Córdoba al 40 por ciento y decidió seguir apostando a los vecinos en la fabricación de cinco nuevos modelos hasta 2009. La Argentina se quedó afuera.
Los porqués de la decisión de la automotriz no son del todo comerciales, desde ya, si se toma en cuenta que los franceses invitaron a periodistas argentinos para que las malas noticias lleguen aquí lo más fidedignas posibles, para avisar lo que querían avisar. Fuentes diplomáticas soslayaron que la tirria de los franceses no acaba de digerir aún los cruces del gobierno argentino con otras empresas de esa nacionalidad, aunque el congelamiento de las grandes inversiones se da por igual en grandes compañías de cualquier otro tipo, de cualquier otra nacionalidad.
El gerente general de una empresa líder en tecnología explicó en una charla de amigos que, en materia de inversiones, el verbo en boga en su casa matriz es "mantener", aunque mucho se esmeran aquí en hacer anuncios y en mostrar presencia activa para no caer bajo las miradas torvas del elenco oficial. Al fin y al cabo, decía, las inversiones en la Argentina son muy pequeñas en relación al resto del mundo y el tiempo de espera sin acrecentarlas de verdad -dos, seis o diez años, según le vaya al gobierno en futuras reelecciones- es sólo un "flash" en la vida de las empresas, expresión que le endilgó a un japonés que representa a otro monstruo de la informática.
Dado que el gobierno se mete demasiado seguido en numerosas trampas de credibilidad, a lo que lo obliga su declarada obsesión por la opinión pública y su amor por el corto plazo, no parece todavía que se hayan encendido luces amarillas al respecto en ninguno de sus despachos.
Menos aún en los de Economía, donde no puede ignorarse que el talón de Aquiles del modelo está en la escasez de inversiones. Todo lo que pasa hoy en la Argentina y cómo se resuelve está bajo la lupa de quienes -aquí y en el exterior- levantan o bajan el pulgar en materia de inversiones, a los que sólo les interesa su rentabilidad futura.
Pero definitivamente, en el gobierno no parece que haya interés por conocer cuáles son las causas de fondo, ni mucho menos a alguien que se cuestione si hay algo que se está haciendo mal. Sería impensable que algún funcionario ensaye públicamente una autocrítica de ese calibre, aunque da la sensación de que nadie se permite considerarlo ni siquiera en la intimidad de una hipótesis de trabajo.
Para muestra basta un botón. La ministra de Economía, Felisa Miceli, atrapada en la obsesión presidencial de los acuerdos sectoriales, dijo el jueves públicamente, en relación a que la oferta no alcanza a la demanda y provoca tensión inflacionaria, que las inversiones que se han hecho "no han madurado todavía lo suficiente" y que lo haràn recién "a mediados del año que viene", en una suerte de excusa cualitativa antes que de ponderación de falta de volumen.
En ese mismo discurso, Miceli habló también de otros remedios para frenar la inflación y si bien se manifestó a favor de sostener el superávit fiscal en línea con los deseos presidenciales de que no haya desbordes del gasto durante el primer cuatrimestre y defendió la política de acuerdos de precios como freno a las expectativas, explicó que la acción del Banco Central es la de ser gestor de una política monetaria "prudente".
Inmediatamente, Miceli la emprendió contra los remedios ortodoxos que le enseñaron en la Facultad, los que "estamos tratando de evitar", dijo, como el alza de las tasas de interés. Al respecto, señaló las consecuencias de una suba de tasas en el proceso exportador, en el de sustitución de importaciones y en la eventual reversión del ciclo económico. Más allá de todas las razones técnicas, donde seguramente la asiste la mitad de la biblioteca, la mención a la escasez de inversiones nunca rozó siquiera la necesidad de la seducción, aspecto que no está en el léxico oficial. Ella prefiere impulsar las inversiones de puertas adentro asignando créditos y subsidios, método -según su concepto- de un Estado "presente".
Lo que resulta bastante evidente es que la ministra no se muestra demasiado cómoda cuando tiene que defender otros preceptos, sobre todo aquellos que provienen de la Casa Rosada. Ya le pasó cuando tuvo que anunciar el ROE y ahora cuando salió a fustigar la metodología del Indec para medir la distribución del ingreso.
Según Miceli, el organismo utiliza hoy una metodología propia "de los 90" que habría que revisar porque no contempla la "presencia" asistencialista del Estado. Lo más urticante para defender es que nunca antes se dijo nada, probablemente porque los resultados quedaban siempre dentro de las mejoras propias de una situación límite.
Pero ahora, cuando se supo que la brecha entre pobres y ricos se había ampliado de las 24 veces registradas en mayo de 2003 o de las 28 veces del segundo semestre de 2004, ahora a 31 veces, pese a que el PIB creció 30 por ciento en los últimos tres años sólo se atinó a trasladarle la culpa una vez más al mensajero.
Más allá de la falta de homogeneidad hacia atrás en la comparación, si ahora se le suma a la medición la "presencia" del Estado a través de la acción social sería lo mismo que intentar quitarle al índice de precios la "presencia" fiscal de la Nación, las provincias y los municipios que tanto distorsionan las tarifas de los servicios públicos, por ejemplo.
En contrapartida, y para sumarse también a la ola de los tiempos, el Indec podría ponderar en la canasta familiar los impuestos que acosan a los ciudadanos, mucho más a los de menores ingresos, desde las impiadosas tasas municipales que se elevan sin cesar en estos días hasta la inclusión en la cuarta categoría de Ganancias a los que -casados y con dos hijos- ganan más de 2.035 pesos.
Bajo la excusa de no convalidar mecanismos indexatorios, haber cristalizado la situación y dejarla sin resolver hasta abril próximo no sólo intenta tapar el sol con las manos, negando la inflación desde que José Luis Machinea elaboró estas mismas escalas y que matemáticamente ampliaría el mismo mínimo a 3.853 pesos, sino que, en el extremo y en medio de internas políticas y sindicales en la provincia, esa estrategia llevó al desmadre santacruceño y a la execrable muerte del policía Sayago.
El episodio del sur tiene aristas que valen mencionar para avanzar en el concepto de que, cuando las papas queman, el gobierno hace lo necesario para salir de la trampa en la que se ha embretado. El factotum de los acuerdos fue un funcionario público, el secretario de Seguridad Interior, Luis Tibiletti, quien primero reimpuso el orden vía Gendarmería y después, junto al cura Molina, cerró el acuerdo que desactivó el conflicto y, sobre todo, y ante la negativa cerrada de las petroleras, terminó con la peregrina idea de que las empresas se hagan cargo del impuesto deducido.
En contrapartida, también hay que decir que, cuando el gobierno no quiere, potencia las dificultades hasta el extremo y deja que las cuestiones se enreden hasta que las madejas ya no toleren desoville.
Así le está pasando con el Uruguay en el caso de las papeleras, donde las iras chauvinistas de ambos lados podrían encender un fósforo fatal. Para distender, el gobierno argentino podría ensayar un primer paso de buena voluntad -vía convencimiento- para terminar con los cortes de los accesos al puente internacional, tal como hizo en el Sur.
Ya que éste es el karma que esgrimen los uruguayos, este gesto debería ser suficiente para obligar al país vecino -en contrapartida- a paralizar la construcción de las plantas, hasta que se generen los mecanismos binacionales de control ambiental que podrían darle algo de tranquilidad a la gente de Gualeguaychú.
Y así le sucedió al gobierno con los ganaderos, a los que quiso castigar con un freno a las exportaciones para que no suban los precios internos, hasta que la tragedia de la aftosa descubierta por el Senasa volvió a hacerle poner los pies sobre la tierra a todos los actores de tan espantosa comedia de enredos. El precio a pagar por tan pobre manejo de la situación será el de la suspicacia, mientras bajarán los precios, pero también caerán las exportaciones y, en tanto, nadie moverá un dedo para invertir en nuevos planteles que generen mayor oferta de carne hacia el futuro.
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