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 domingo, 12 de febrero de 2006  
Interiores: Estructuras

Jorge Besso

Las estructuras hace tiempo que son famosas, y la chapa les viene de la certeza que sentencia que quien conoce la estructura de algo o de alguien, entonces conoce ese algo o ese alguien en el verdadero y único sentido de conocer, esto es, lo conoce en profundidad. Son especialmente importantes en todos o en casi todos los campos: sociales, económicos, industriales, educacionales, políticos, familiares, biológicos, psicoanalíticos, y demás ámbitos en los que se puedan distinguir o suponer estructuras. Pensar en términos de estructuras importa para poder distinguir entre lo esencial y lo aparente.

Como se sabe el humano es más bien proclive a quedarse rápidamente con lo aparente, y fascinado con lo que está a la vista suele perder, precisamente, de vista lo oculto que muchas veces es lo determinante. En este punto vale recordar la célebre proclama de Antoine de Saint Exupéry, el profundo autor del "Principito" que vino a iluminarnos en esta problemática al proclamar que lo esencial es invisible a los ojos.

Naturalmente que la sentencia apunta a la belleza del alma y de lo espiritual en lugar de quedar atrapado en los brillos materiales, ya sea el relucir del dinero o la mera estética corporal que puede estar bien arropada, o apenas vestida pero que en cualquier caso en estos tiempos y desde hace ya cierto tiempo, la materia corporal es susceptible para algunos segmentos sociales de cirugías decorativas.

Como se sabe dichas cirugías o dichos arropamientos son bastante más difíciles tratándose del alma, cuando no imposibles. También el marxismo ha contribuido a perpetuar esta división entre lo esencial y lo superficial, aunque con términos diferentes. Se hablaba a lo largo del siglo pasado con mucho fervor de la estructura y de la super estructura, pero en este caso particular lo de super estructura no la hacía superior, sino que por el contrario estaba determinada por la estructura, más concretamente por la económica.

Es decir que en las sociedades, especialmente en las capitalistas, lo económico era la causa determinante fundamental. En este sentido la estructura económica determinaba las demás estructuras de la cultura que de esta manera pasaban a ser productos subsidiarios de las esenciales razones económicas. No se trata de invalidar la capacidad determinante de lo económico, sino de reflexionar ante la sobrevaloración de lo económico elevado al pedestal de causa fundamental, en definitiva la única capaz de poner en movimiento tanto a los grupos sociales como a los individuos.

El clásico diccionario de filosofía de Ferrater Mora comienza por tratar el concepto de estructura con una afirmación tan sencilla que puede considerarse obvia: "Si se entiende estructura de un modo excesivamente amplio será difícil encontrar algo de lo que no se pueda decir que tiene una estructura". El problema con lo obvio es que por ser tal no necesita de mayores consideraciones, y mucho menos de ninguna reflexión.

Es decir que en las incontables obviedades que recibimos y que enviamos se encuentran muchas de las determinaciones que nos envuelven para que no pensemos: obvio, las obviedades se ocupan de pensarnos. En el caso que nos ocupa de la estructura tiene razón don Ferrater al señalar que la amplitud excesiva de la noción de estructura lleva a la obviedad de que todo tiene o debe tener una estructura. Es posible que sea así, aunque haya alguna excepción. El problema es más bien otro: hacer de la estructura un "todo".

Los más grandes prejuicios funcionan de esta manera: si conocemos a un negro entonces conocemos a todos, ya que su "estructura negra" (es decir su "negrez") hace que todos sean iguales, y en el caso particular del prejuicio argentino la misma estructura determinará, seguramente, que sean peronistas. De un modo todavía más acentuado ocurre con los chinos, que aunque sean japoneses o coreanos, o tibetanos, en definitiva son todos chinos.

Lo mismo ocurre con los homosexuales, ya que al hacer de la homosexualidad una condición estructural la totalidad de los actos de ese alguien se explicarán por su condición de homosexual. En cambio a los especímenes heterosexuales se los considera con más posibilidades de variación entre si, ya que a nadie se le ocurriría que si conoce a un heterosexual, entonces conoce a todos. O igualar a todos por su condición de hombre, o de mujer.

Los ejemplos son indetenibles, y con toda probabilidad inabarcables pues salta a la memoria el mismo procedimiento con los judíos, o los catalanes, o los sudacas, o en otro plano con los paranoicos, o los histéricos, o los fóbicos, u obsesivos o con cualquier uso de las generalizaciones al servicio de la igualación indiscriminada. No cabe ninguna duda que la comprensión de las distintas estructuras es fundamental para la comprensión de lo que se quiera estudiar o investigar.

Cuando se trata de las estructuras humanas, sociales o individuales si hacemos del entendimiento de la estructura un "todo" a la susodicha estructura la convertimos en una invariante. Y a pesar los esfuerzos de los poderes políticos y religiosos es más que difícil, en definitiva imposible, convertir al humano en un ser invariante. A lo sumo un rutinario, que no es lo mismo, ya que cualquier rutina se puede alterar.

Finalmente se podría decir que el humano a la vez que se domicilia en su estructura, también con ella habita el mundo. Pero nadie "es" su domicilio, aunque en muchos aspectos el domicilio nos determina o nos condiciona, ya que ser del mismo barrio no convierte a todos los vecinos en iguales. Es que además de la estructura cuenta de un modo fundamental la historia. La historia de cada cual que es en definitiva lo que nos diferencia a los unos de los otros.

Después de todo las sentencias más o menos almibaradas del autor del Principito nos llevan a la pregunta: ¿por qué lo esencial es invisible, por un capricho de la esencia o porque somos ciegos? Tal vez por la comodidad de ser obvios, pues la obviedad como pasa con los prejuicios, nos hace ver demasiado.
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