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 domingo, 10 de octubre de 2004

Historias, mitos y secretos de las riñas de gallos
Llegaron al río de La Palta con la colonización española y todavía hoy se practican en Rosario y alrededores pese a su prohibición. Reglas y costumbres que mantienen su mística

Natalia Lifton

En un primer acercamiento queda demostrado que se trata tanto de una pasión, como de un juego lucrativo. Un placer humano plasmado en la victoria de una de las aves, la satisfacción estética de haber alcanzado un ejemplar único, la perfección del "gallo de combate". Esta es una expresión que se presentará constantemente en el mundo de los aficionados, la búsqueda del animal perfecto es una obsesión que los orienta y mantiene en el ruedo. Las razas y las trayectorias en los combates son ejes de interminables charlas e intercambio de experiencias. La jerga gallera denota la pertenencia a un grupo social que se mueve en la clandestinidad reclamando un trato justo de la sociedad, por algo que consideran una tradición que no representa un obstáculo para el bien común.

En la Argentina se realizan torneos locales, regionales, nacionales e internacionales. Las provincias de conocida tradición gallera son Tucumán, Salta, Mendoza, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, San Juan, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Buenos Aires. En alguna de ellas las riñas han sido aceptadas y contenidas en disposiciones legales. Cada una cuenta con un reglamento para los combates, y cuando se trata de torneos de mayor envergadura se acuerda previamente las normas que regirán los enfrentamientos: se establece el sistema de puntuación y el reparto porcentual.

En la ciudad de Rosario la tradición gallera vive en la clandestinidad hace más de 50 años. Criadores, entrenadores y aficionados le dan continuidad a una práctica que sorprende por la regularidad y frecuencia de sus encuentros.

Las riñas responden así a un cronograma que se ajusta al proceso natural de las plumas. Por lo general se inician en el mes de junio, cuando algunos gallos ya han emplumado -las aves cambian su plumaje por completo una vez al año-, y se extienden hasta febrero del año siguiente. El círculo de aficionados son "de toda la vida", fueron ingresados al ruedo hace mucho tiempo, y son justamente estos viejos integrantes los que traen a los nuevos apasionados competidores, dándole continuación a la práctica, considerada por sus hacedores como un deporte tradicionalista.

Los encuentros están pautados cada quince días, domingos o sábados, pero por lo general se dan las "domingueras", las riñas domingueras. La locación ha variado con los años y los avatares de las denuncias, y en la actualidad se encuentran fuera de la jurisdicción de Rosario. Como consecuencia, las autoridades de una localidad cercana podrían intervenir, pero "están arreglados. La policía no ignora nada", cuenta uno de los aficionados más antiguos, y aclara: " La entrada es para ellos".

Hace ya tres años que van a ese lugar. "Nos encontrábamos acá en Rosario, pero un día los metieron a todos presos", recordó el gallero y agregó: "Era un lugar donde había muchas casas. Pero el problema no fue el sitio, todo se dio porque no se le entregó la plata a la policía". Este hecho fue registrado por La Capital el 9 de septiembre del 2002: "Operativo por una riña de gallos en un chalet de Fisherton: 63 detenidos", precisaba el titular.

El artículo describía, entre otros puntos, a los asistentes: personas de clase media y alta, profesionales y comerciantes. Sucede que las riñas de gallos no tienen relación directa y exclusiva con un estrato social bajo, con poca instrucción. Los participantes pertenecen tanto a clases bajas como medias y altas, y entre ellos se cuentan profesionales, funcionarios, personal de fuerzas de seguridad pensionados y en actividad, comerciantes, empleados y desocupados, residentes tanto en los barrios acomodados como en las villas de emergencia.

Pero no faltan los enfrentamientos espontáneos, los que nacen de llamadas telefónicas que reúnen a un par de ejemplares para probar su calidad. En estos casos los reñideros son improvisados, pero no descuidados. Se pueden dar tanto en un décimo piso de un edificio céntrico, como en el patio de una casa de barrio. La riña de gallos en la zona tiene características tradicionales: son dos animales frente a frente.

Ahora dicen que se está más cerca del gallo ideal de combate. En un principio en los reñideros se veían gallos puros, como el Asil, el Calcuta, el Malayo, o el Shamo japonés, considerados descendientes de las razas primigenias de dichas aves. Eran unos gallos poseedores de condiciones excepcionales de bravura y coraje. Morían peleando. Pero así como tenían estas condiciones les faltaban otras, como altura y estilo. Ahora el gallo es un animal alto, estilizado, que se ha logrado haciendo cruzas de aquellas razas originales. Aún se conservan esos animales puros, pero su presencia ha menguado en los bretes, nombre con el que los aficionados hacen referencia al espacio circundado donde prueban a sus innatos gladiadores.

Cuando una riña se pone brava y el animal está muy herido, por falta de calidad o del estado físico requerido para sostener una pelea extensa, "hace por irse", se abre, se aparta y si es demasiado ordinario, "grita". Pero es muy raro que hoy grite un animal en la riña, porque como sostiene un entusiasta criador local, "se ha llegado al gallo de combate, uno que no se va jamás".

En ocasiones, cuando un dueño ve que un enfrentamiento se pone muy duro para su pupilo, lo levanta y ofrece un porcentaje de dinero tentativo para la resolución del encuentro. El motivo principal es no hacer sufrir demasiado a los animales y no quedar en ridículo delante de los demás. La gallardía y la destreza son, junto al coraje, los principales motivos de orgullo de un poseedor aficionado. La reputación y el renombre de un linaje se ponen en juego cada vez que los contendientes despliegan sus alas.

En los torneos se juega por puntos, en las riñas de Rosario no. Acá está el "centro de riña", que en la actualidad es de 40 pesos -porque hay poca plata-, que sirve de base para las apuestas. Si una riña presenta atisbos de mediocridad, no se juega; es decir, nadie pone dinero sobre esos gallos porque se considera que no lucirán las características que se esperan de un honorable participante. Pero si hay dos gallos que acarrean una cierta fama, que denotan en los primeros "bólidos" (rebozos, revoloteos) su agresividad, el entusiasmo crece junto a las apuestas. Sobre éstas, defensores y detractores de las lidias galleras aclaran: los apostadores frecuentes, que ven el lucro en dichas riñas, no son los dueños de los gallos, sino personas que gustan del espectáculo y de la emoción efectivizada en billetes. Los criadores suelen respaldar, en ocasiones, el honor y virtud de sus admiradas aves con billetes. Pero no es el fin que persiguen. Ellos como cualquier otro poseedor de un animal, desearán eventualmente probar si tienen bajo su cuidado al mejor de su especie.


Púas y jueces
En las riñas rosarinas no se utilizan navajas, se emplean púas. Estos elementos puntiagudos, de aproximadamente un centímetro o centímetro y medio, son confeccionados por los mismos dueños y criadores. En otros países de América Latina se emplean navajas afiladas que generan una disminución en los enfrentamientos debido a las heridas mortales que se profieren las aves.

En Brasil se diseñan unas púas plásticas, agudas y curvadas, que hieren más que las argentinas, de resistente metal no ferroso. Todas ellas presentan una hendidura donde calza perfectamente el pequeño muñón del espolón previamente seccionado del gallo. La duración de las riñas está en directa relación con las "armas" que presentan los contrincantes: a mayor peligrosidad, menor permanencia en el brete.

Entre los aficionados de Rosario, una costumbre regula la forma de "calzar" a sus aves con las púas. Una vez que los gallos están en el ruedo, el juez les presenta a los patronos un juego de cuatro púas, confeccionadas por el club -modo en que se autodenominan-, de las cuáles deberán elegir dos para su animal. Esto hace a la claridad e igualdad de condiciones de la pelea. Las llaman púas mansas, porque no son tan dañinas para el animal. Pero en los torneos de mayor relevancia se suelen usar unas más largas, las denominadas bravas, para apurar las riñas y acrecentar la emoción.

El juez, elegido de común acuerdo entre los participantes, no sólo presenta las púas y controla la riña, sino que debe controlar la transparencia de los adversarios. Es tarea suya el revisar las aves antes de que empiece la riña, y cada vez que van a enfrentarse. Debe lavarlos para constatar que no han sido impregnados con ningún tipo de ungüento (grasa, pimienta) que pudiera dañar o distraer al opositor. Con un algodón empapado en alcohol recorre las patas, la parte inferior de las alas y la cabeza de ambas luchadores.


El pesaje y la lucha
Cuando se llega al lugar acordado para el encuentro, los galleros se ponen en fila para que sus pupilos sean pesados y registrados. Los gallos son anotados en una lista de acuerdo a lo que registran en la balanza, en onzas y libras, junto al nombre de su propietario. Luego, de acuerdo a ese listado y al peso, se arman las duplas que chocarán en el brete.

Entonces se escucha el aviso: "Andá calzando tu gallo". No es requisito informar el nombre del contrincante, aunque en algunos lugares se lo hace. Entonces se saca al animal de la gallera, lugar en el que es transportado, y se empieza con su precalentamiento. A los masajes le continúan las caminatas. La intención primaria es la de reanimarlos, despabilarlos después del viaje de traslado y la estadía en quietud.

Y llega el momento de calzarles las púas, que son aferradas a las patas con cinta. A continuación los animales son soltados dentro del brete.

No hay un tamaño de brete reglado debido a la celeridad con que se organizan los encuentros. Sólo hay un requisito para cumplir: debe ser lo suficientemente amplio para que el juez pueda moverse dentro de él sin interferir en la riña, además de permitir el lavado de los gallos en su interior. Además hay otra regla local: los gallos deben ser lavados dentro del reñidero, con suministros provenientes del lugar donde se desarrolla la riña (agua para refrescarlos y darles de beber). En cambio, en los torneos el tamaño del brete se estipula en el reglamento que regirá las jornadas de combates.

Una vez introducidos las aves en el perímetro demarcado, se espera un minuto antes de denominar al enfrentamiento como una "riña". Porque si uno de los dos gallos se va antes del minuto, siempre y cuando no haya una herida, no se considera como tal.

Ya con los alados listos para el enfrentamiento, se da inicio a la contienda, previa revisión y limpieza del juez. Debe constatar que los animales no escondan algún aroma en sus patas, debajo de sus alas y en su cabeza. A los 15 minutos, el juez da la orden de levantar los gallos y se procede a la reanimación del animal por parte de su dueño. Se los puede refrescar con baños, quitarles las púas, remover el pico de acero que se les coloca a modo de protección -no como un arma más de ataque-, hidratarlos, masajearlos, devolverles el estado.

Pasados los cinco minutos de descanso, vuelven a enfrentarse por otros 15 minutos. Y como antes el juez va avisando: "Faltan dos minutos... faltan 30 segundos....levanten los gallos". Nuevamente los vistosos plumíferos se ven sometidos a cinco minutos de baños, masajes y un poco de descanso, antes de ser revisados por el juez para volver al centro del brete. De aquí en adelante transcurren 30 minutos de pelea sin interrupciones. En total la riña insume una hora y diez minutos de reloj.

Cuando uno de los dos gallos no "hace por la pelea", no arremete, no pica, no encara, no salta, no se reboza, el juez manda la cuenta. El conteo la realiza una persona, un veedor, que va contando los segundos en voz alta. Si el gallo reacciona la riña continúa. La cuenta se puede dar varias veces, por uno u otro gallo, porque los animales están cansados o heridos demorando la definición de la contienda. Si la cuenta supera los 30 segundos, el gallo que no interviene es el perdedor, sin importar el estado en el que se encuentre el vencedor. En situaciones como estas, suele entrar en juego el criterio del juez.


El entrenamiento
La preparación de un gallo de riña es un arte que combina la correcta alimentación con atención sanitaria y el entrenamiento precisos. El gallo debe alcanzar un óptimo estado atlético para entrar a un reñidero. De la combinación de su linaje y su estado físico dependerá su desempeño en las contiendas.

El criador buscará un gallo respaldado por las victorias de sus ancestros o hermanos, para cruzarlo con otro, en lo posible, de raíces probadamente valerosas. Pero recién se sabrá si la combinación ha sido perfecta cuando los polluelos alcancen el año de vida y sean testeados en un enfrentamiento.

A los ocho meses de nacidos se los descresta y desmejilla, es decir, se les secciona la cresta y los colgajos de piel que funcionan a modo de mejillas. Si al momento de hacerlo el animal manifiesta dolor, el criador seguramente deducirá que no será un buen luchador. Los que sortean esta cirugía menor, probablemente sean buenos en el brete. Los espolones, por su parte, no presentan un período específico para su cercenamiento. Pueden tenerlos hasta 15 días antes de un enfrentamiento. Sobre el espolón amputado se colocará la púa sujetada por un adhesivo.

Tanto las mejillas, la cresta, como los espolones, son removidos para que los animales no presenten zonas débiles de contacto a sus adversarios. A estas formas de protección se le sumará la piquera, que resguarda la fragilidad del pico a la hora de atacar.

El entrenamiento físico se combina con una alimentación controlada. Se los hace caminar, correr, revolotear y topearse con otras aves, para que permiten ver a su entrenador conocer su estrategia instintiva de confrontación. El buen gallo es el que sabe pegar y defenderse.

Durante su crianza las aves consumen maíz, trigo, verdeo y otras semillas. Y cuando se las comienza a preparar se modifica la dieta incorporando alrededor de 50 gramos de maíz colorado o cuarentín, y completando los otros 50 gramos -que hacen al total de 100 gramos de ingesta diaria- se incluyen avena pelada, trigo, arveja y lenteja. Por supuesto que cada criador tiene su propia receta que, asegura, es la mejor.

Cuando el gallo ha alcanzado el estado que el criador cree prudente para empezar a entrenarlo con otro de su mismo porte, lo prueba con cierta regularidad en el reñidero de su propiedad, en forma privada y personal. Y a medida que va testándolo le va extendiendo el tiempo de permanencia en el peculiar cuadrilátero. Si resulta un buen peleador, un verdadero gallo de combate, su fama se extenderá por varios reñideros a lo largo de cuatro o cinco años.



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La riña sorprende por la regularidad de sus encuentros.

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