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 domingo, 10 de octubre de 2004

De Hernán Cortés a Sarmiento

Los primeros gallos de riña llegan a América junto con los colonizadores provenientes de puertos españoles. Hernán Cortés y Pedro de Valdivia los acercaron al nuevo mundo en sus diversos viajes. Por las tierras australes, el primer reñidero del que se tiene noticia, fue instalado en la ciudad de Buenos Aires, en las inmediaciones de la plaza de Monserrat - hoy Miserere - por un español llamado José de Alvarado. Por entonces transcurría el año 1767. Desde aquel momento la afición se extendió por toda la campaña de Buenos Aires, alcanzando a algunas de las provincias del Plata, convirtiendo a las riñas en el entretenimiento más popular y aristocrático de las postrimerías del siglo XIX . Una de las provincias que fue más lejos en cuanto al desarrollo de las riñas, fue Entre Ríos. En el año 1833 el Congreso Provincial, con sede en Paraná, aprobó una ley que autorizaba al gobierno a construir un reñidero. Las condiciones elementales requeridas para su concreción tenían que ver con la instalación de un "reñidero cómodo y decente".

Ya por esos tiempos se daría una de las características sobresalientes de esta actividad: la instauración de un reglamento a partir de las costumbres creadas por los propios aficionados. Las reglas surgían del consenso, de la propia acción y respeto. Más tarde llegaría la oficialización de dichas normas en 31 artículos contenidos en el primer Reglamento Oficial para Riñas de Gallos aprobado por el jefe de Policía de Buenos Aires, don Rafael Trelles, en el año 1861. Una idea del masivo disfrute de los enfrentamientos lo dan las publicaciones que se extienden de 1828 a 1874 en los periódicos. En ellos se daban a conocer las inauguraciones de las distintas temporadas y las contiendas que se pautaban en los reñideros.

Más tarde, la afición por las riñas extendió sus fronteras en los campos de batalla, en la lucha por la independencia. La tradición se afianzaba en las provincias que mayor resistencia presentaban a las fuerzas realistas, como lo describe Carlos F. Abente, aficionado gallero y ferviente estudioso de su tradición, en la revista "Cacareando" del año 1955. Allí hace referencia a los registros literarios que dan cuenta del desarrollo de esta actividad como un simple reflejo de las costumbres de los señores y excluidos del 1800. Entre los autores que incluyeron en sus relatos el fervor popular por las riñas incluye a Leopoldo Lugones, Roberto Payró, Fray Mocho, Ricardo Güiraldes y Ventura Lynch, entre otros.

En esa época, los gallos se habían convertido en regalos de gran prestigio. Se cuenta que el general Bartolomé Mitre, luego de la guerra con el Paraguay, le obsequió al representante de dicha nación un par de espléndidos gallos bautizados con los nombres de Belgrano y San Martín. Los historiadores relatan que ambas aves hicieron honor a sus históricos nombres, no habiendo perdido enfrentamiento alguno. Luego llegaría la prohibición de mano de Domingo Faustino Sarmiento, por medio de una ley que se conoce como la Ley Sarmiento (Nº 2786) del año 1891, actualmente fuera de vigencia.

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